Estoy de acuerdo con la gran fiesta juvenil de ayer por la noche, según los medios de comunicación de la ciudad todo parece sano y positivo, los cuarenta y cinco mil jóvenes, la visibilidad de Salamanca en el mundo y la apreciable ganancia de los hosteleros y otros negocios.
Los que creemos en la flexibilidad de la ley, que debe estar al servicio del ciudadano y facilitar el aprovechamiento de las oportunidades siempre que no atenten contra los derechos humanos o la protección de la infancia.
Sin embargo, unas horas antes de tan significativo acontecimiento las familias de muchos menores estaban temblando por el riesgo que se veían obligados a asumir con sus hijos o hijas adolescentes. La facilidad con la que pueden adquirir distintos tipos de droga, vendida por adultos, que supera su barrera hematoencefálica llega a la corteza prefrontal y disminuye su voluntad. Clínicamente se reduce su capacidad para decir no.
Los responsables políticos deben felicitarse de la no trascendencia de ninguna desgracia, estarán contentos del evento con coste electoral cero.
Invito a la misma flexibilidad ante un inmigrante trabajador y buena persona al que asaltan nueve policías por no tener oferta de trabajo o a la dificultad de asistencia sanitaria por no tener papeles. Han pasado desapercibidos los comas etílicos atendidos en el hospital, las peleas callejeras, los hurtos y los desconocidos abusos a la sombra del bullicio.
También me gustaría que se revisaran las prioridades desde un punto ético, no sólo económico. Suplico que se dote de los mismos recursos a la policía para luchar contra el tráfico de drogas o la violencia, que para la recaudación por multas de tráfico.
Debemos aprender de la capacidad de acuerdo de los autoritarios y firmes legisladores en este caso. Valoremos la fuerza de la masa social y apliquémosla para fines aún más altruistas.
Si hubiera habido algún problema irreversible los responsables habríamos sido los que trabajamos a pie de calle, algún protocolo habríamos incumplido.