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De castaño a oscuro
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De castaño a oscuro

Actualizado 07/12/2013
Raúl Vacas

Todo lo bueno acaba. Y la verdad, a mí este puente se me está haciendo cortísimo. Ni he visto el río bajo sus arcos, siquiera. Ha sido un puente aéreo entre el ordenador, la cama, la calle y los libros. Como siempre, vamos.

Primero la inmaculada Constitución, esa suerte de kamasutra político, de catecismo democrático, de manual de uso ciudadano cuyo objetivo es "consolidar un Estado de Derecho que asegure el imperio de la ley como expresión de la voluntad popular", que se dice pronto. Y después la cuestionada Concepción española. Es decir, el concepto o la idea que cada uno tenemos de cómo está constituido nuestro país. Yo, si les digo la verdad, tengo mis dudas. No tengo muy claro que España sea "la patria común e indivisible de todos los españoles", tal y como dice la carta magna. Como tampoco estoy de acuerdo con la asepsia y generalidad con que están redactados muchos de los artículos ni la facilidad con que se manipula su contraseña para abrirla y modificarla a gusto del consumidor político.

Creo, y perdonadme que os dé la mañanita, que habría que darle un repaso a la Constitución. Un poco de típex aquí, un par de párrafos allá. Hacerle un puente verdadero para que arranque. Formatearla. Dejarla sin mácula, sin margen de confusión. Porque si se trata de asegurar el imperio de la ley (yo prefiero hablar del espíritu de la ley como el barón de Montesquieu) habrá que matizar algunas cuestiones relativas a los derechos de la persona, la libertad e igualdad, el derecho a la vida o la libertad ideológica y la participación libre y eficaz de la juventud. Y tantas otras cosas.

En fin. Mejor me callo. Que no quiero que esta columna se convierta en un panegírico. Así que me calzo otro tema, me tomo un reconstituyente, felicito a las Inmas y Conchas, pongo mi conciencia al bañomaría y busco entre las greguerías de Ramón Gómez de la Serna una que habla de castañas.

Las castañas ?dice Ramón? son los corazones del invierno. Y no le falta razón. Al menos el mío ?el miocardio? se asa en estos días con las brasas del recuerdo y el amor y tiene un corte en el costado y salta y estalla en juguetonas chispas y fuegos de artificio, henchido de silencio.

Los puestos de castañas son la confirmación del frío. Y las castañas son esas píldoras que nos hacen soñar, nos reconfortan y envuelven en ternura, nos protegen del clima de diciembre.

Y es maravilloso descubrir a los vendedores de corazones encogidos en sus pequeñas garitas, con jerseys de lana gorda y guantes de colores contando las castañas como si fuesen recuerdos que cayeron de un árbol.

En estos días me he reconciliado con mi soledad. Me he echado a la calle, con la bufanda que huele a ti, como serpiente al cuello, y he paseado por esta ciudad oscura y triste.

Me he parado en los escaparates para inventarme otras vidas. He calentado mis manos con la página de sucesos del periódico, llena de castañas. Las he desenvuelto, una a una, y no he parado hasta dar cuenta de la última, la pocha. La que en medio del goce te devuelve a la realidad más descorazonadora y amarga.

Me gustan las castañas; el color amarillo y tostado de su carne entregada al fuego. La desnudez total después de abandonar primero su armadura de espinas, después su chaquetón de cuero, luego la piel y por fin el bello, hasta mostrar su corazón.

Estas Navidades creo que en lugar de doce uvas me comeré doce castañas. O a lo mejor me sobra con la del cotillón. No sé. De puente a puente y tiro porque me lleva la corriente.

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