El lugar de la cita con un poeta no es el despacho lujoso, ni importa -para tal acontecimiento- el montón de fuegos artificiales, la graciosilla puesta en escena o la brillantina que algunos anteponen para encumbrarse sobre los realmente elegidos por la Diosa ambarina. Nada de ello importa porque el tiempo sabe darse cuenta y en la mitad de un segundo otorga sus favores al poeta sin edad y a sus poemas que ascienden, que no sólo son buenas intenciones sino palomas elevándose, ya crecidas, hasta la memoria infinita de los hombres.
Así se levanta la obra toda de Jesús Hilario Tundidor (Zamora, 1935), poeta grande de la lengua castellana de una y otra ribera, maestro de un oficio que hace vivir despacio y que a veces, no obstante, lo ha enmedallado, como cuando ganó el premio "Adonais" (1962), el "González de Lama" (1972) o el "Esquío" (1980); reconocimientos a los que se suman el "Juan de Baños" (1987), el "Premio de la Academia Castellano-Leonesa de la Poesía" (1999) y el "León Felipe" (2000). Pero son los libros la mejor carta de presentación de un poeta auténtico, donde ciego escribe y ara los surcos del destino: Río oscuro (1960); Junto a mi silencio (1963); Las hoces y los días (1966); En voz baja (1969); Pasiono (1972); Tetraedro (1978); Libro de amor para Salónica (1980); Repaso de un tiempo inmóvil (1982); Mausoleo (1988); Construcción de la rosa (1990); Tejedora de azar (1995); Las llaves del reino (2000), El vuelo del albatros (2002), y más, puesto que en 2010 publica "Un único día", recopilación de su obra completa hasta ahora.
Todo sucede, pasa y siente
su destino de cosa íntima,
mientras la tarde va cayendo
en soledad y noche herida.
Avanza como un iceberg de topacio la poesía de Jesús Hilario Tundidor, como una visión exiliada de su propio reino, como un firmamento que hierve con los leños del hambre de ayer y los huesos del lenguaje futuro. Es una poesía que no puede ser cremada porque ya está puesta en la plaza pública, cual bandera carnal que ondea por el lomo intranquilo de una Castilla y León que -a veces- prefiere callar su nombre. Pero sus versos -salidos de esta Comunidad que acuna parte trascendente de la Historia de España- hace tiempo que caminan por todas las Castillas donde se habla el castellano, por todos los Leones subidos a canoas de plegarias desnudas: el castellano del arúspice Tundidor debe ser leído abriéndose las propias entrañas, porque sólo la luz maciza traspasa el cuerpo y allí se entierra, trocada en epifanía de la Palabra o joya de un largo deseo, en poesía que araña la embotada pleitesía de los aquiescentes; en Poesía, sin más (pero sin menos).
He escrito cuanto pude sobre la obra maestra de este poeta autónomo, refiriéndome al polen de oro molido de su código lírico, pero también a su firme anclaje con la tierra que más ama: "Esta tierra inmortal, tierra del vino,/ tierra del pan, tierra de campos sola,/ otero arriba el mar, la ola/ del cielo azul inmenso sobre el pino?".
Y no me limité a cuestionar las evidentes postergaciones a que se le sometía. Organicé el primer homenaje salmantino que se le hizo, en 1999. Sin apoyos ni mecenazgos, metiendo la mano al propio bolsillo, se pudo reconocerle en la Casa de las Conchas y dentro de lo actos que organizaba la Sociedad de Estudios Literarios y Humanísticos de Salamanca (Selih). De forma similar, publicamos un número de la revista "El cielo de Salamanca", a él dedicado, y patrocinado con los fondos familiares de mi esposa y míos. Luego, ya en 2003, hubo otro homenaje, ya mayor y bajo los auspicios del Ayuntamiento de Salamanca.
Comento esto porque hay mucho charlatán suelto.
II.
(La fertilidad de los vocablos)
Acabo de recibir, entrañablemente dedicado, la antología titulada "La fertilidad de los vocablos" (Editorial Cuadernos del Laberinto, Madrid, 2013, pp. 195). Lleva un pórtico del profesor Pedro Hilario Silva y acopia traducciones de sus poemas vertidos al inglés (por Louis Bourne), al italiano (por Emilio Coco), al neerlandés (por Alicia Winters), al portugués (por Antonio Salvado), al rumano (por Dana Diaconu) y al frances (por Jacinto-Luis Guereña y Robert Marteau).
Precisamente, de la serie traducida por Robert Marteau (poeta y narrador, Gran Premio de la Academia Francesa, y Premio Mallarmé), y del primer verso del poema "Mudo festejar", se extrajo el título de la antología:
MUET FESTOIEMENT
Dans la fertilité des vocables
semaille est l'oeil, semence
de brise dans l'huile
de la contemplation.
Toute, la soif
de la perplexité qui nous entoure ici,
la matiére étendue,
se tait, soudain. Ainsi
la féte flamb.
El tener entre mis manos este nuevo libro (y sus poemas dentro de mi corazón), hizo que recordara los muchos artículos que escribí sobre su obra, tanto en ABC (edición nacional y de Castilla y León), El Adelanto o Tribuna de Salamanca? De cierto que suman ocho o nueve. Ahora me limito a traer algunos a nueva vida, sin orden cronológico?
III.
(Retrato germinativo del poeta Tundidor)
La razón se adapta en las libaciones necesarias o en el laberinto de consciencia que abriga el desasosiego del hombre. Es posible que por ello bien la vea arropándose en la fiebre y en la ternura de un rostro de lugar seguro, descubierto en la perfilada plenitud de sus gestos, como si todas las cosas tuvieran su raíz en esa mejilla sitiada que es aleación de arcilla de páramo y sobrevida, de metáforas empuñadas contra el cielo y noches traspasadas para nombrar olvidos hasta ponerse el sombrero.
No hay más que un Tundidor, y es éste, el que va de cacería a ras del suelo, sin traiciones ni miradas erráticas: sus ojos recuperan sabidurías enterradas y saben inmolarse cuando esculpen veraces revelaciones astilladas del desgarrado vivir. Escribe a ciegas porque su brújula está en las entrañas; siente latigazos en el espíritu porque su memoria es un pararrayos que absorbe altas dosis de palabras definitivas. Y quiere a todos los que le acompañan con la cabeza erguida y hacen posible que su mirada comunique la alquimia de un lenguaje imprescindible.
El poeta retratado acredita que ya no le entumecen los relámpagos ni el visible esfuerzo de aquellos que pretendieron tapiar o silenciar su cántico. Lo suyo son vigilias continuas, embriagueces que electrizan la vida hasta tomar el pulso a antiguos encantamientos de donde extrae las justas sílabas para construir una moderna pirámide de duradera poesía.
Raptada para siempre su imagen por las pinceladas vivas del pintor Miguel Elías, ahí lo tenemos en su única presencia, cantando por su cuenta sin abrir los labios, mirando a la izquierda de Dios padre porque le sobra espacio y potencia, porque cuando mira da a luz y nace el deseo y las cerbatanas y el purgatorio de la tristeza más desasida. También la gran temperatura donde las visiones nunca podrán ser decapitadas.
Lo veo en este perfecto retrato -con bigote y pañuelo que no se olvidan- y celebro que su perfil ya esté seguro con el tributo incandescente. Levanto la copa llena de vino tinto del Duero y le digo "salud, Poeta", y le imploro que prosiga lijando las palabras castellanas hasta quitarles el mucho sebo que acumulan.
IV.
El ala del espíritu
venerable, una vez, en la noche tocó
mi frente. Lluvia de luz,
tormenta
de silencios. Prisionero
para nunca yazgo de sus deslumbre.
J. H. T.
Algunos poetas tienen la misteriosa virtud de sobrellevar -con sobria indiferencia- el peor cielo de plomo o toda estrategia que pretenda imponer sordina a sus versos. Es un don que se debe a la sacralidad de un oficio donde corresponde al espíritu dejar la impronta de su fértil drenaje.
Y frente al torrente de motines o la beligerancia de la frivolidad más ramplona que se ha instalado en este y otros reinos o provincias de ultramar, algunos poetas aportan la floración de su espíritu como un potente antídoto, sabedores de su destino más glorioso. Estos elegidos, desde la insurrección perpetua, podrán cubrirse de silencios, pero no descansan la mirada ni dejan de estar royendo las sílabas, sintiendo, de súbito, el diente afilado de la inspiración o de la alquimia.
¿Qué están desatendidos? Eso no tiene mayor importancia, aunque en estos tiempos se otorgue primacía al peso del papel y al exabrupto. Se busca ávidamente la cima sin siquiera haber iniciado el aprendizaje. Y todo el entramado comercial y periodístico gira en torno a esa falacia reiterada sobre los intereses de la mayoría y las ventas a granel.
Pero dentro de la manifestación del tiempo humano que es la Historia, hay un hombre llamado Jesús Hilario Tundidor que ha construido un universo poético cuya intensidad y poderosa raigambre filosófica debe ser considerada como un logro para siempre, un valor indiscutible del espíritu. Su obra toda constituye un ejemplar testimonio de que el pensamiento es un riesgo y que puede perderse, como la vida misma. El pensamiento es un fuego, nunca una tranquila morada; poseyéndolo se escalan elevadas alturas y hasta se puede volar. El universo simbólico de Tundidor es un fuego generador de nuevas llamaradas que permiten encontrar relaciones secretas entre voces lejanas y tienta a encontrar un sentido a lo que aparentemente trasciende lo anecdótico. Con él, y en estos tiempos de vacío, la poesía puede mantener su lugar de privilegio.
Entiendo los poemas de Tundidor como partes de una gran confesión, donde se puede reconstruir, parcialmente su propia historia espiritual, junto a los mitos, la Historia y los símbolos. Sus poemas tienen el carácter de instrumentos manifestadores de profundas fuerzas espirituales que no pueden aislarse de las raíces que la alimentan, pues están configurados desde la propia psicología de su creador y de todas las lecturas que recreó o las miradas a situaciones que le impactaron.
Sobre este poeta grande de la lengua castellana se han escrito importantes trabajos, se han roturado sus campos semánticos, se han hecho análisis estructurales. Yo no pretendo -y posiblemente no pueda- intentar llegar a ese coto cerrado de donde nace esa prodigiosa y misteriosa variante del lenguaje que se llama poesía. Y es que a pesar de los esfuerzos teóricos siempre se me ha planteado una humilde verdad práctica. Tanto en Tundidor como en los pocos elegidos, quiero decir en el extraordinario desarrollo de su lenguaje poético, en el espesor que lo compone, nuestra sensibilidad ha descubierto algo que siempre resulta evidente: que el ejercicio de la poesía es, entre otras cosas, una forma de levantar, desde el lenguaje mismo, un dique firme contra la trivialidad, contra la muerte de los conceptos, contra la pobre institucionalización de la comunicación humana.
La explosión de su lenguaje poético, la riqueza casi infinita de sus posibilidades referenciales, constituye un reto casi continuo a ese otro lenguaje que se empobrece en los reductos donde lo acorralan una buena parte de la sociedad y, tantas veces, muy pobres ideologías. Tundidor se limita a decir:
?Yo la beso en la frente. También la besaría
en las manos, a las cinco
de la mañana, medioborracho de luz,
de media luz, inconclusa la noche
en la playa, con gaviotas y albatros
y a lo lejos, bajo el mar, amaneciendo
el día.
Por la arboleda callada
la amada se me ha perdido.
Pájaro de luto
el río.
V
(Primer homenaje salmantino, junio de 1999)
Ya no será posible desconocer, salvo intencionalidad manifiesta, la resonancia de la obra escrita por el poeta zamorano Jesús Hilario Tundidor. Él es, a nuestro criterio, una voz conductora y auténtica del panorama poético español, en cuyo ámbito irrumpió con la temperatura coronada de su libro Junto a mi silencio, merecedor del prestigioso premio Adonais de 1962. Por tal motivo, y por sus posteriores aportes, todos ellos de primerísimo nivel, no acabo de comprender el motivo de su relegación de los más altos sitiales y reconocimientos que con profusión -y muchas veces sin rubor alguno- se conceden a mediocres participantes o a consumados impostores.
Se sabe que el tiempo es el encargado de ribetear y fijar las calidades perdurables, pero la desazón ante tanta frivolidad acaba de impulsar un merecido tributo de la ciudad de Salamanca al autor de Construcción de la rosa. Los escritores participantes y el numeroso público asistente -a la misma hora del peloteo por la Copa de Europa y de alguna corrida televisada- lo quisieron hacer en vida del Poeta, alejándose del ritual tanático que impera a lo largo y ancho de la Península Ibérica. Existen muchos necrólogos en España (muerto el contrincante se acaban las querellas), pero escasean las personas que, sin ser amigos o formar parte de la misma cofradía editorial, ofrezcan su pluma para tratar de exorcizar a los fantasmas que impiden colocar en el justo podio a este notable maestro de la alquimia poética.
En su poesía encontramos una lucidez indispensable, conquistada cincelando el lenguaje con la paciencia de un orfebre. Las vislumbres de la razón iluminan los ramajes de su propia conciencia. Tundidor ha aportado un nuevo significado del ritmo y del pensamiento a la poesía española, mediante una obra poblada de certezas espirituales y de un extremado vitalismo. "La poesía, como todas las cosas inútiles, es bella y hermosa", ha dicho recientemente en Salamanca, al mismo tiempo que reconocía: "A pesar de nuestro interés en que sean trascendentes, se quedan en el rigor del corazón y sólo sirven para salvarnos de la muerte".
En sus dos etapas, como se podría vertebrar su itinerario poético, lo que se aprecia es un flujo continuado de su gran vigilia interior así como el discurso de una experiencia creadora, donde emoción y razón hacen un connubio perfecto. En sus poemas hay el equilibrio entre el misterio y la lucidez, la realidad y la imaginación, la fábula y la desesperanza. Desde esos textos se van irradiando las sensaciones de su fuego interior, los vértigos de la existencia, la mítica luz que ofrece la vigilia y permite que logre la cabal compensación de las miserias que el hombre padece o le hacen padecer. También la nostalgia despliega sus tentáculos hacia otros tiempos que surgen convocados por el ritual de la plegaria poética. El reconocimiento a Tundidor era necesario en Salamanca, ciudad a la que siente como suya y de la que ha escrito varios poemas que expanden su triunfo.
Gracias, Jesús Hilario Tundidor, por la extraordinaria potencia de lenguaje para concebir la belleza en su estado más puro; gracias por tus destellos intransferibles; gracias, en definitiva, por proclamar el imperio enigmático de la palabra poética.
V.
(Las llaves del reino)
¿Volveremos a los rituales del origen? ¿Habrá quien nos entregue -de verdad- las llaves precisas para merodear por los laberintos del silencio? Pocos poetas reverberan el arco lúcido, y el incienso, y la lealtad a la palabra como Jesús Hilario Tundidor.
¿Qué dirección descubre la flecha de su oráculo? Trataremos de abocetarla, pues las horas de la primavera, con la explosión de las formas, también nos reservó el gozo de poder tener entre manos el último libro publicado por este inmenso poeta. Las llaves del reino (Hiperión, Madrid, 2000) es el mejor escudo contra la muerte -literaria, se entiende-, la encontrada perfección, el delirio que nos ilumina desde adentro.
Frente a la saturación de ¿poetas? desbocados y exultantes en su mala prosa cotidiana puesta en forma de verso, bien pueden oponerse la poesía primera de este catador de ambrosías rescatadas de las nervaduras de incrustados silabarios: "Como quien bajo un árbol se guarece / de la lluvia. Y se cala. Y así la lluvia entra / lloviendo en el paisaje de su espíritu / y hace su carne lo existente: el mundo". El poeta va configurando la madurez de su sangre, abriendo las puertas al espacio dialéctico con el mágico cincel de sus latidos, indagando y respondiendo al paradigma. Y continúa: "Luego, al lucir el sol, su pensamiento / en íntimo arcoiris lo deslumbra / más poderoso que la luz de fuera, / y translúcido siente que le acosa / la realidad y la pasión, la vida".
Nos estamos quedando sin memoria, seducidos por manifestaciones impúdicas, por la levedad que tiende su manto en todos los niveles. El hombre -y eso lo siente Tundidor en su carnalidad dolorida- navega hacia lo grotesco, hurgando en las entrañas de lo abyecto, alejándose -sin el más leve pudor- de las verdades que conmueven a la razón y permiten al corazón resistir la avidez de los enmascarados. Por ello el poema "Configuración" (p. 11) termina así: "Y él es feliz, pues sabe que aquel orbe / en la movilidad del tiempo esquivo / jamás enfriará la luz de invierno".
Con este libro, Tundidor corona la cúpula de la mejor poesía española. Él no disputa nada a nadie: sólo ofrece los néctares que la desazón destila desde las llagas que el caos existencial le produce; sólo entrega sus cánticos surgidos desde una emoción poética que busca nuevos pronunciamientos para alejarse de las repeticiones, tan acostumbradas por nuestros bardos de ahora. Vertebrado en tres partes: "El exilio de la razón", "Las llaves del reino" y "Construir Wolfgang Amadeus Mozart", el libro contiene treinta y cinco poemas que invito a degustar y a tratar de desvelar.
En cuanto a mi parecer, desde la intuición emotiva que me depara su lectura, debo decirles que se encontrarán con una realidad ensanchada que no es brote espontáneo, sino proceso, que no es tentativa superficial desde el lenguaje, sino plenitud de ligazón telúrica, idiomática y existencial. El resultado es una preciosa ceremonia ontológica: saca sus visiones de adentro y las trasvasa ala realidad de la escritura, desdoblándose gradualmente hasta verse desaparecer.
Tundidor dota a sus versos de la fragilidad inherente a ese atardecer de cábalas al que la humanidad está siendo conducida. También hay lugar para la ironía, la épica o la alabanza e la genialidad creadora -Mozart-, aún cuando se vuelve siempre al principio: "Este es el corazón de la tristeza: un sol bochornoso / hiere la hueca mirada de los cadáveres. / Y no hay verdad, porque la economía / destierra el celo de los pájaros del bosque / o la igualdad de los hematíes y oscurece / las nubes y el aire invicto / de las montañas. Y secciona el vivir?".
Leed a Tundidor: su poesía todopoderosa nace y sangra de la vieja herida de Castilla. Jesús Hilario Tundidor ha escrito un libro magno, revelador de una experiencia que hace más real la realidad, pues la ahonda y la expande. Prodiguémonos con este zamorano que sólo sabe proporcionarnos la mejor trascendencia entrevista (2000).
VI
(Mundo ahí)
La palabra surgida del roquedal paramero, el rayo recordándonos lejanas ausencias, la tristeza y la ternura de una perpetua penetración en el lenguaje inmanente? Baja lenta la luz en esta Castilla milenaria. Pero regresa y se posa en el rostro del gran poeta Jesús Hilario Tundidor. Así se consuma el mínimo abrazo que religa al hombre con su tierra, con el temblor de la mano alzada o la ronca voz que se obstina en anteponer la palabra precisa donde otros sueltan el alarido o la genuflexión, cuando no la baba.
He aquí a uno de los más notables poetas de la lengua castellana de todos los tiempos. No escatimo adjetivos frente al pentagrama de lucidez de este campeador zamorano. Tundidor viene escribiendo un indeleble memorial donde la tierra y el espíritu se fusionan para encender la melancolía y la fábula. Al leer su obra escuchamos la manifestación de la belleza lenta del otoño, el cántico de la naturaleza que se consume y arde y engendra bosques amarillos o huracanadas lluvias o limos perdurables.
Y en voz baja desnuda jirones de su pensamiento, acota el flujo de la dura realidad para, lentamente, concebir infinitos vuelos rasantes y enredaderas que secretan misteriosos jugos para ser libados por quienes se dejan herir por la sola palabra de los maestros del sagrado Oficio: "Tú que tanto has sufrido / perdóname el dolor del sufrimiento, / el alma siempre puesta / al sol, el aire sucio / que no admite consuelo en la desdicha, / las tardes en la aguja, / el silencio y el vino. Perdóname. No sabes / cuántas veces he ido / buscando una palabra, / una situación, un paso limpio, un sueño, algo / que mereciese para / entregártelo en paz una alegría. / Pero mis manos y mis ojos eran / un túnel de otra luz, un hueco largo. / Perdóname por esto y su amargura / y por la vida humilde / que no te merecías, / por el amor que no te di, por / el desdén, lejano / y denso como la niebla, y por aquella / falta de fe en lo hondo / de toda crueldad o por los brazos / que fueron tantas veces / hasta otra orilla donde / sólo hubo hastío, soledad, falso / arregosto. Perdóname. Perdóname?".
Estoy leyendo Mundo ahí, una exquisita antología que recoge poemas de los primeros libros de Tundidor. Lo paradójico es que ha sido editada por el Centro de Publicaciones de la Diputación de Málaga. Loable esta predisposición andaluza a reconocer la enorme valía del poeta zamorano, sin caer en localismos ni en la consabida nómina de poetas que siempre salen en los medios de comunicación (unos con pleno derecho, por la fuerza de sus versos; otros, los más, por los cargos que ostentan o las amistades que pregonan). Desde Salamanca, sin localismos, tuvimos el honor de proponer su nombre para el Premio Castilla y León de las Letras, pues consideramos sus aportes más que suficientes para ser merecedor de afecto limpio de su tierra.
Hace unos meses quedé conmovido por una amplia manifestación celebrada en la ciudad de Zamora, organizada por disímiles colectivos que vienen reivindicando el desarrollo de su región y la superación de ese ostracismo manifiesto a la que viene siendo relegada. En Castilla y León pareciera que algunos no desean que Tundidor siga desvelando su mirar de adentro hacia fuera. Quieren que la mayoría continúe ciega, y sorda, y muda, sin absorber la transparencia y el fruto maduro de la palabra que nos enseña la nitidez del caos. Pues lo lamento por ellos: Tundidor también existe y sigue liberando su carne verbal, sus visiones que cautivan, su certera distancia de las hipocresías. Él despliega su imaginario y su humilde comprender para que el juego continúe y se dibuje el mensaje en la floración del crepúsculo castellano.
¿Para cuándo el Premio de las Letras de esta Comunidad? ¿Para cuando el hombre expire? Dejemos de lado las postumidades y los falsos lagrimeos. Valórese la obra y no el fuego de artificio o el compadreo. Y Atiéndase a Zamora, que también existe (2001).
VII
(Tres libros, tres)
El hecho feliz de tres nuevas publicaciones aparecidas en los últimos meses, motivan que reincida sobre la multiplicada arboladura de Jesús Hilario Tundidor. Me refiero a Toda la memoria (Los cuadernos de Sandua, Córdoba, 2006), donde Tundidor compila veintidós sonetos escritos a lo largo de su vida literaria, de su doble vida madura desde un principio. Para lograr dignos sonetos hay que saber utilizar el lanzallamas: sólo así se consigue una criatura presentable; sólo así se ejercita la preceptiva que después puede romperse a nuestro regalado gusto. Pero hay que saber del prodigioso equilibrio del soneto.
Entiendo que el zamorano empalma los tiempos cuando fueron escritos, y los aglutina para que den testimonio de su aprendizaje. Hay cuatro sonetos inéditos, todos con un profundo mensaje, como "Igitur", donde desgrana su tránsito existencial, su horizonte vendado. Apreciemos esta muestra de contención y, también, de la condición de pararrayos de todo poeta: "La sed del viento de la vida, el paso/ feliz con que el amor nos encadena,/ la pasión del abismo que nos llena/ el cantil de los sueños, su fracaso.// Y sufrí. Y ya no hice más caso./ Miré a los cielos, me manché en la arena/ del mar, crucé en la noche. Sola, plena/ estaba el alma: plazas, calles, raso// el cielo? No era bastante./ Puse alegría frente a mí, delante/ el aguacero del azar caía.// Puse alegría que me estremecía./ No era bastante. No era suficiente./ Así pues, alguien? Bien, por consiguiente?" (p. 38).
Creo haberlo dicho en alguna parte, pero conviene repetirme, por si acaso, por si alguien pretendió ocultar o poner una franja de silencio a mi rigurosa admiración de aprendiz de poeta: Conozco a Tundidor desde que el hombre primitivo se puso a interpretar los misterios, tratando de hallar certezas a medianoche, balbuceando metáforas, libando pócimas, trasviendo imágenes que fluyen tras la roca, revelando lo visible que nunca mira nadie, la viva caligrafía de un Dios o de una luciérnaga. Yo conozco a este zamorano al menos desde cuando íbamos errabundos, bajo un sol que nos descalabraba o bajo un estrellerío coronando nuestras miradas.
Volví a recordar nuestra remota amistad, pues en La Rioja han publicado una plaquette suya bajo el título de Escalada (Ediciones del 4 de agosto, colección Planeta clandestino, número 21, Logroño, 2006). Allí, el oficiante Tundidor describe una de esas vigilias en el umbral de la gruta, viendo las estrellas. Escúchenlo: "Antiguamente, en los días furtivos,/ sin lenguaje, una adivinación: luminosos/ sépalos. Lo que está señalado,/ hermosura. Y más lejos. En la sorpresa/ de los equinoccios.// En la sorpresa de los equinoccios/ salidas cercan aquello que no es dicho./ Que no es posible decir. Mejor tú,/ inteligencia. Tú, pensamiento./ O la perpleja/ imaginación.// Del ojo aquel inútil con que ve el alcohólico/ los sueños, el coñac, las bodegas, el aire. / Tanto espacio para tan corto/ tiempo, tanta repetida/ desvalidez. En los días furtivos? // Sobre la esfera última/ del cántico horademos la piel en que yace/ el vacío, la brasa/ de la verdad. O estrellas que resisten/ el temblor, la belleza y el desconocimiento" (p. 6).
Siete poemas inéditos, tres publicados en su obras anteriores (como "Mara Belén", tan elogiado por todo oyente o lector) y uno modificado y ampliado, componen este atractivo cuaderno hecho artesanalmente. Pero no crean que el poeta se evade de lo que algunos llaman realidad. El año 2002 se pregunta: "Y llega hoy: Y ¿qué es españa? ¿Estos/ fragmentos rotos de arco iris? ¿Estas/ mercaderías de palabras? ¿Dunas/ de sed, ríos ocultos del desierto?? (?) Y me pregunto y leo/ en todos los periódicos del día./ Y cada vez comprendo menos:/ Y qué es españa, y qué es España, grito/ y me miro las manos en silencio.// Y pasa un airecico enmascarado/ y un olor de ataúd entre los dedos" (pp. 24-25).
Finalmente, está Sombrillas en los bosques coníferos (Ediciones Sin Importancia, 2006), un cuadernito artesanal al cuidado de Mina y Salvador López Becerra, con una tirada de 33 ejemplares y conteniendo un único poema, también exhalando originalidad y muchas cerraduras en torno a escombros y resurrecciones. Aquí el lector puede desplegar su abanico de intuiciones. Posiblemente la estrofa final permita atisbar el meollo de lo simbólico, ¿acaso del poeta, del poema?: "?Labor de obra, mente, este trabajo,/ no habrá sobreseimiento, se posdata/ el crimen: Edificios de luz en los pardales/ encontrando la fugaz certidumbre./ Así estarás ya muerto para siempre. Oculto/ también y muerto para siempre/ tu delito".
Alerta como un faro es la obra poética de Tundidor. Su poesía -como su alma- no se evaporará jamás, pues está atada a un largo futuro. Seamos justos con los diamantes que cristaliza su espíritu; seamos -en Castilla y León- mínimamente justos para reconocer el fuselaje de las hebras del lenguaje que cabalgan en su lomo de huracán.
Grande poeta es este hombretón parido por la tierra del pan y del vino.
Silabeo oraciones a mi Dios para que no sigan relegándolo.
VIII.
(Joaquín Marta Sosa, desde Caracas)
"?Para un latinoamericano, como es mi caso, la poesía de Tundidor nos resulta muy cercana, resueltos como estamos desde hace muchísimos años a empeñarnos en una poesía donde la voz, la palabra, la construcción rítmica, musical, el tono en suma, materia indispensable del quehacer poético, ocupen una parte del trono, la de su estructura y fundaciones, pero que sus cimientos y frutos, sus vuelos, sea la presencia de la condición humana, en sus tragedias, esperanzas, decaimientos, superaciones. Y, en esa misma dirección, algo más detectamos en la poética del zamorano: la de ser comunicativa y accesible. Acaso su condición de maestro, de habitante de provincias por muchos años, apuntala en él aquello de lo que una buena parte de la poesía de vanguardia, urbana, adolece, la consideración del lector sin falsificar la voz propia. En otros términos, Tundidor desarrolla una poesía accesible porque él mismo lo es, claro, diáfano, y al mismo tiempo hondo e inquietante, coloquial y de sólida formación e intelecto. Es decir, en su poética el yo se junta al nosotros, pertenece a éste, y viceversa.
Por tanto, esta cuidada edición, como todas las que emprende Alfredo Pérez Alencart, de "El corazón de la palabra", en homenaje al poeta, podemos recibirla y percibirla como el trofeo del reconocimiento sobre el desdén, de la solidaridad por sobre el egocentrismo, del arte por encima de los artificios?".
(2004, fragmento de un artículo sobre El corazón de la palabra, homenaje a Tundidor)
Así es la Travesía de extramares?
IX.
(Cinco poemas)
AL CORAZÓN
MIRAD,
lo pongo sobre mi mano: oídlo,
justifica
una vida. Dentro
de su volumen cabe
la desesperación y la esperanza,
los ríos en tiniebla y la clara
posesión de la luz.
Si lo tuviera
unos instantes más me quemaría
su peso, su ternura, su profundo
misterio. Jamás frente a mis ojos
a tal extensión tuve:
aquí el presentimiento, allá las sombras,
en largo cauce el júbilo, la dicha
mortal y repasada, y ocupando
su contorno o distancia el agua siempre
ávida de entregarse,
el buen amor que nunca
termina concedido.
Honda fue su verdad y es su ceniza.
Bajo
su sencillez de forma,
en el ámbito
luminoso de su noche
reposa,
de principio y concluye,
el triste sueño humano.
DESDE LAS ÚRSULAS
CON un amor que nunca
he besado en los pechos, ni besaré, recorro
Salamanca. Blanca, blanca, blanca
es la tarde blanca, ligeramente
tiempo la piedra, conocimiento, ¿eternidad
el hombre? Voy escuchando
signos, palabras
megalíticas: no sonidos, no muerte, resonancia
que ha sido acontecer, que allá
por Clerecía augura y yace y posa
y callejea. Topo
con Dios junto a un zaguán
y conchas. Dios está atado y es mendigo, pasa
sobre la brisa la memoria
de Gredos, la cumbre, el águila, Unamuno
agonizando en nieve pura, sueño
de su verdad. Poco después, ya bronce
en enseñanza, hénoslo aquí, corvo
de duda en duda, de muerte en muerte suya
y enquistada.
Y otra vez en las Úrsulas
que es plaza de memoria, esquina
de intimidad: ¡Pobre
semilla! digo
como quien habla a la ternura, al aire
que la transporta, pienso
en ovarios, en úteros, en creación
y en alas. Y España, que ha arrimado
su hombro, su carne pura de mujer decente,
se sonríe y con Dios. Y que así sea.
AZUL DORMIDO UN PÁJARO TU CUERPO
Te estoy amando y toda
la noche es un lamento de botellas
gastadas. Tiembla el aire. Nuestra sangre
que el alcohol estremece
sueña un sueño conjunto
de ciudades vacías y parques rotos
donde cogidos de la mano y desnudos,
puros como la luna, los dos yacemos
(¿escondidos de quién?) bajo
la última raíz humedecida
en los nenúfares rosas de la postergación.
Jamás habrá esperanza. Y cuando
el cauce de la aurora
dé humo a los días, este recuerdo
efímero de Montparnasse o Creta
o el viejo barrio berlinés o la suave
ladera del Fujiyama o Salónica (¿no era
París la vida?) será sólo
la reducción a un único lugar: tu piel,
el mundo, porque en el viento del amor no hay túneles
sino espacios y muerte donde puede caer
para siempre el deseo.
Azul dormido un pájaro,
después de la aventura, es tu cuerpo
y es el silencio un frío
interminable,
sin ojos, en el cual no está Dios. Entre
los sotos del alcohol la canción
pasa y la sombra, lenta, de la memoria
inmóvil vuela
por todo el interior de nuestros sueños, sin cacería, en tanto
que la nieve reposa sobre el monte
y un último viaje de niebla queda escrito.
RETIRADA
TODOS
somos un viejo ejército,
un achacoso ejército vencido,
un ejército triste sin banderas ni nombre.
Somos
la trágica milicia destrozada
del tiempo, el deshonor, la sombra
que se queda prendida sobre el agua.
?Y avanzamos así, como en un valle
las huestes derrotadas entre el polvo
y el humo de la lid en el desastre, la ceniza
misericordia, el bastión roto, el ala
rota, sin esfuerzo ni pluma.
Somos el mar bajo la noche, triste
y desamparado, hierba que se pudre
sin sol, sin lluvia, en nieve
que pudo ser eterna.
Todos
sin mando ya, sin grito,
sin posible victoria, desertores.
Somos
el trago amargo y último de un vino fermentado,
ejército de huesos y polilla
y carcoma en la piel despedazada,
ejército harapiento
que no siente el brillar de las estrellas,
perdido, acobardado, solo,
amargo, roto, errante,
¡hasta el hambre y la sed y la rapiña
se nos han muerto bajo nuestra mano!
Carnaza oliente, árido despojo
de la ruina y la muerte, águilas viejas
que en masa, en bando, en pelotón
se caen sin vuelo ya sobre las rocas.
?Y avanzamos así, sin voz ni patria,
sólo sintiendo los latidos del pulso compañero,
la asegurada muerte del herido,
oliendo a pus hasta en los corazones,
errabundos mortales, muertos sin tierra húmeda
de esperanzas. Los pueblos
tiemblan con nuestra peste sobre el hombro.
?Y avanzamos
por los caminos de la tierra, en paz
ahogada, estiércol de palabras, ni
un solo canto puede acompañarnos,
ni una promesa o un esperar tardío,
por los caminos de la tierra, en paz.
Nada
puede sacarnos limpia la mirada,
restregar la metralla de los párpados,
hacernos ver el trigo y las colinas.
?Y avanzamos
en paz, con miedo, con
un helado miedo sobre
la grave penitencia de la vida.
LA TIERRA QUE MAS AMO
Esta tierra inmortal, tierra del vino,
tierra del pan, tierra de Campos sola,
otero arriba el mar, la mar, la ola
del cielo azul inmenso sobre el pino.
Otro sueño aún mayor te lleva el sino
y donde el trigo es oro es desconsola-
ción la muerte y es doncella la amapola
enamorada por el sol y el trino.
Barcos de luz y pérgolas de azada
navegan el levante de la aurora
tan silenciosamente acompañada.
Y Antonio y Juan de Yepes y Teresa
bajan de Dios y escriben en la prora
el verso blanco de la luz ilesa.
Retrato realizado por el pintor Miguel Elías