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Se acabó el espectáculo
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Se acabó el espectáculo

Actualizado 05/11/2013
Fernando Segovia

Dejar a un lado los pinceles, tintas, lápices, papeles aparcados, lienzos, y tomarse un tiempo de reflexión y distancia para ver cuán confuso está todo aún. Decidir si seguir acogiéndose a una dudosa modernidad servida a golpe de espectáculo caro o, por el contrario, recogerse en el minúsculo espacio creativo de un cuadernito a lo Paul Klee con el invierno, al usual cuaderno de campo del amigo Miguel mientras se disfruta tanto de la naturaleza, a las meninas o pequeños paisajes de nuestro buen Andrés, al mundo siempre limitado de la creación más silente e íntima. Reconozco que asomarme al fragor del mundo de la magna creación, de la producción artística desmedida, del gran espectáculo, en suma, ha terminado por desmoralizar y despistarme un poco. Eso debe ser el inconveniente de la edad, también. Y que conste que disfruté mucho como espectador del gran espectáculo. Que sí. Pero eso se puede haber acabado ya. Aquí sí que se terminó, desde luego. Pasó ya el pomposo dos mil dos, y el dos mil cinco también, y se acabó el producir espectáculo a golpe de cuenta ajena. Se nos esfumó Caja Duero, por ensalmo, y las instituciones cerrando los grifos que tanto chorrearon. Se terminó rompiendo la hucha de todos y el no tener apenas donde escarbar ya. Y algo huérfanos que nos quedamos todos los artistas y diletantes. Sí señor.

Tuvimos que volver necesariamente al invento inmediatamente anterior. Al de siempre. Al de francotirador del arte, con escasos medios, jugando casi siempre en el alambre, en el riesgo permanente. En el alambre mismo de los materiales pobres (literalmente en mi caso), de las limitadas producciones y exhibiciones de obra. Se acabó lo grande. El gran espectáculo. Y a reinventarnos de nuevo. A pintar, a dibujar sin tantos alardes formales. A producir fotos con modestia de medios y formatos. A colgar obras en salas más pequeñas, menos subvencionadas, menos elegantes, parcamente iluminadas y poco vigiladas. A vender mucho menos y más barato. A sobrevivir, en suma. Pero nunca se nos quitó el ansia de hacer cosas. Eso nunca. De inventar y de inventarnos a cada día. Y de salvarnos un poco de todo también. Volver a disfrutar de lo breve, de lo leve, de lo cercano. Y creernos que lo importante del arte siguen siendo los artistas. Que el arte sigue estando ahí. Estando en los que siguen creando aunque sea silenciosa, modestamente, sólo por el mero afán de hacerlo, por necesidad imperiosa del espíritu, por justificarnos ante una vida que elegimos libremente y siempre a contrapelo. Y demostrarle al mundo que vivimos a través de un universo tan etéreo, tan sutil y puro, (inefable que suele decir mi amigo Andrés) pero tan sublime como apasionante. A pesar de que sea sólo a través de un dibujo, de un cuadrito sin enmarcar o una simple foto en papel bien seleccionada. ¡Cómpremelo, señorito (o señorita, que tanto da)!

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