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Oh, poeta, vate, trovador, aedo, tío…
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Oh, poeta, vate, trovador, aedo, tío…

Actualizado 02/11/2013
Raúl Vacas

Tal día como ayer, hace 69 años, nacía en Salamanca, Aníbal Núñez, sin duda el principal poeta de nuestra ciudad aunque muchos otros, críticos o no, quieran signar aquí otros nombres. Aunque, en este puente de santos, mariquelos y difuntos no haya llevado flores a su tumba, ni haya comido buñuelos de viento ni roscas de anís a las puertas de la muerte le dedico, en lugar de oraciones en voz baja, estas líneas.

Oh, poeta, vate, trovador, aedo, tío…  | Imagen 1

Aníbal Núñez

Cómo me hubiera gustado conocer a Aníbal y compartir con él vino y poemas, pero llegué algo tarde a esto de la poesía y apenas sé de él por sus amigos o por el testimonio de sus versos, que es otra forma de acercarse a él sin que lo sepa.

Si recuerdo, en cambio, un homenaje que le hicieron en la Filmoteca un año después de su muerte. Aquel fue el primer acto cultural al que acudí en mi rebelde adolescencia. Y aquello me señaló por dentro.

Desde aquel homenaje en el que amigos, familiares y poetas celebraron su existencia, han sido muy pocos, tan sólo sus amigos y los que siempre han admirado su obra, los que se han ocupado de su poética y su recuerdo. Amigos como Francisco Castaño o José García Martín quien le dedica un poema en la antología Las palabras de paso. O Luis Felipe Comendador quien lo recuerda en un artículo publicado en la revista El Cobaya. O Fernando Rodríguez de la Flor y Esteban Pujals, que dieron a la luz su obra en la editorial Hiperion y que no dudan en señalar la condición de marginado del poeta, así como su talla literaria: "Quienes le conocimos ?dicen? sabíamos que era él el poeta; que de entre nuestros amigos poetas era Aníbal quien podía hablarnos de lo que no sabíamos (o más bien, no nos atrevíamos a saber) sobre nosotros mismos, sobre la lengua que somos. Y sabíamos también que era éste el principal motivo de su marginación, pues de marginación se trataba y sigue aún tratándose." Amigos como su tocayo Aníbal Lozano quien ha impulsado la publicación de algunos de sus libros en la Diputación de Salamanca. Y tantos otros.

Yo no lo conocí, ni tampoco le vi pasear por los soportales de la Plaza Mayor. Cuentan que Aníbal en lugar de hacerlo por la parte próxima a los arcos y en el sentido de las agujas del reloj, lo hacía en sentido contrario, como las mujeres, saltándose las reglas de aquel juego.

Él siempre se saltó las reglas del juego, fue un poeta capaz de reinventar, desde lo cotidiano, mil lenguajes, pero también desde su cara más culta. Hay en él una habilidad especial para sorprender en cada verso, para separar la realidad y el sentido, para diluir -como el azúcar en el café- las historias en sus poemas, para anticiparse a las palabras y al poema mismo. Fue capaz de cazar cada imagen, como su padre con su cámara, y colocarla con minucia en el álbum de su obra, un manual de vida y muerte cargado de amor, humor e ironía y revestido con atuendo clásico. En su obra conviven el compromiso social y el lenguaje a la intemperie, liberado de su carácter utilitario, con todo su esplendor estético. Él mismo dijo de la poesía: "No creo en una poesía que valga por su mera intención de ser confesión, y sí, en cualquier intervención que se atenga al lenguaje, que renueve la fantasía o la crónica con un previo compromiso con la palabra instrumental."

Alzado de la ruina, Fábulas domésticas, Casa sin terminar y Definición de savia son sólo algunos de sus muchos títulos recogidos en dos volúmenes en la colección Hiperión. Una lectura que habría que recomendar en los institutos, al tiempo que los chicos descubren a Miguel Hernández o Garcilaso de la Vega, dos autores muy presentes en su vida y en su obra. Al poeta oriolano le dedicó estas palabras en un poema de adolescencia: "Miguel Hernández, alto compañero, / yo te he escuchado cuando ya habías muerto. / ¿Será que estabas en el dulce huerto / de mi amargor temprano y agorero??" Y Garcilaso se cuela en muchos de sus textos, de la mano de Virgilio. Hasta el punto de que Salicio, el pastor de las églogas, se muda de la mano de Núñez a la ciudad, para vivir en el tercero izquierda. Juan Antonio González Iglesias, otro gran poeta, señala que cada uno de nosotros, como hace Salicio en el poema de Aníbal Núñez, debemos coger el ascensor y salir al mundo para que la égloga no se quede en lamento. Y con más razón ahora, en tiempos de desahucios.

Decía Rafael Amor que desde Homero los poetas siguen con la misma odisea. La de Aníbal fue la vida y la escritura. Lástima que la muerte nos lo arrebatara tan pronto.

Ojalá que un día Salamanca haga visible su nombre o su imagen en alguno de sus rincones, como debería hacer también con Remigio González "Adares" o con Manolo Díaz, poetas olvidados en esta ciudad que dora y enhechiza otras voluntades. Pero hasta entonces nos quedan su recuerdo en la memoria y "la luz en las palabras", verso que da título a una buena selección de sus poemas en la editorial Cátedra de la mano de Vicente Vives Pérez.

Querido Aníbal, con el Tormes de la mano -como decía "Adares"- buenas tardes.

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