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Vivir en Las Azores
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Vivir en Las Azores

Actualizado 25/10/2013
Enrique Arias Vega

Vivir en medio del Océano Atlántico, a 1.500 kilómetros de la Península y a 4.000 de Nueva York, es como hacerlo en medio de ninguna parte.

Por eso, el portugués Durao Barroso escogió en 2003 Las Islas Azores para que George Bush, Tony Blair y José María Aznar pudiesen planificar relajadamente la invasión de Irak.

Por su situación geográfica, su clima cambiante, la inevitable importación de bienes de consumo, la escasez de infraestructuras y la débil demografía de las islas, éstas, a diferencia de las Canarias o Madeira, se hallan al abrigo del turismo masificado y especulativo, con barrigas al aire en busca del sol en millares de apartamentos construidos al tuntún.

Con un clima que en un solo día pasa por las cuatros estaciones, todos los días del año, el suyo es lógicamente un turismo de otro tipo: natural, ecológico, de avistamiento de ballenas y otros cetáceos, de amantes de las fumarolas y de bellísimos paisajes volcánicos, con baños termales, escuelas de buceo, senderismo y deportes radicales. Otro mundo, en suma.

Pero este mundo, históricamente duro para los nativos, propició una emigración hacia Canadá y Estados Unidos que duró hasta finales de los 80. En la actualidad, bastantes de aquellos indianos han regresado, exhibiendo su éxito algunos de ellos, acompañados de otros que han sido deportados del Norte de América por conductas antisociales.

Sorprendentemente, a pesar de ese batiburrillo de orígenes y de influencias lingüísticas, los azorinos apenas si padecen desempleo, en comparación con el Portugal peninsular. Y es que ser una región excéntrica de la UE con menor renta ha propiciado todo tipo de programas de ayuda comunitarios.

Claro que, como en otras regiones favorecidas por los fondos europeos, algunos de éstos se han dedicado al consumo en vez de a las infraestructuras. Aun así, los coches compiten en calidad con las carreteras y los vehículos circulan raudos por una capital con aceras de apenas 50 cm. para justificar que existen.

Nadie, pues, mejor que los azorinos, beneficiarios del invento comunitario, para reivindicar su condición europea y su apego sin fisuras a una UE cuestionada ya en medio continente.

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