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Baquero: Memorial de una testigo
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EN EL CENTENARIO DEL GRAN POETA CUBANO

Baquero: Memorial de una testigo

Actualizado 28/09/2014
Jaqueline Alencar

Salamanca tributa un homenaje al autor de 'Testamento del pez' en el marco del XVII Encuentro de Poetas Iberoamericanos

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Hoy escribo desde lo que siente mi corazón, de forma muy personal. Y empiezo diciendo que cuando pienso en Gastón Baquero, el poeta cubano al que se le celebra su centenario este año, dentro del marco del XVII Encuentro de Poetas Iberoamericanos, se me viene a la mente ese poema que lo retrata exactamente en cuerpo y alma:

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Retrato

Ese pobre señor, gordo y herido,

que lleva mariposas en los hombros

oculta tras la risa y el olvido

la pesadumbre de todos los escombros.

Él dice que lo tiene merecido

porque aceptó vivir, que no hay asombro

en flotar como un pez muerto y podrido

con la cruz de vivir sobre los hombros.

Cenizas esparcidas en la luna

quiere que sean las suyas cuando eleve

su máscara de hoy. No deja huellas.

Sólo quiere una cosa, sólo una:

descubrir el sendero que lo lleve

a hundirse para siempre en las estrellas.

Así lo conocimos el año 1991, grande, con el exilio a cuestas, con su esfuerzo por mantener la dignidad a pesar de la humildad de su morada, rodeado por montones de libros que parecía que se te iban a caer encima. Esfuerzo por no pensar en el olvido que le echaron encima, ni en la soledad de cada mediodía de su pensión asturiana.

Y hablando de Baquero desde Salamanca, no podemos dejar de mencionar que desde esta ciudad se sentaron las bases para que a partir de ahí se le empezara a reconocer más, que no conocer, pues en algunos círculos sí se conocía su obra y su valor. Pero esto era algo minoritario. Declaro que estoy opinando desde el corazón y el afecto por este gran amigo Don Gastón, como lo llamábamos en mi familia. No soy ninguna experta en nada, más bien una atrevida por introducirme en la vida de un poeta sin más conocimiento que el gusto por el verso y la amistad.

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Y digo que Salamanca fue cómplice en ese despertar por D. Gastón. Fue una primavera de 1993 cuando Alfredo P. Alencart y Alfonso Ortega pergeñaron, desde la Cátedra Fray Luis de León de la Universidad Pontificia, ese primer gran reconocimiento internacional al poeta y su obra, y que en un primer momento él rechazó alegando que le correspondía a Eugenio Florit. Celebración de la Existencia llevó por título y que después dio nombre al libro que recogió los ensayos y poemas a él dedicados. Ese día dijo: "Pero mi gozo por volver idealmente a la Universidad es mayor al ascender a una con sede en Salamanca. Y aún más, si es posible que hay más: vosotros me regaláis un riquísimo presente: volver a una Cátedra de Fray Luis de León, tutelar de la Poesía. Un aprendiz de poetizador como el que os habla, se siente instalado en un supremo sitial al hallarse aquí en la atmósfera palpitante de Fray Luis. Mucho antes de que Heidegger predicase que por la poesía y el poetizar el hombre hace habitable el mundo, Fray Luis, a la luz de Horacio, sentía que el tamaño del hombre se despereza, se estira hasta lo inverosímil, por el empujón hacia lo alto que le da la poesía". (Fragmento de su ensayo Volver a la Universidad, leído por el poeta el día de su homenaje en la Cátedra de Poesía Fray Luis de León de la Universidad Pontificia de Salamanca, en 1993).

Amigos y conocedores de su obra se dieron cita en nuestra dorada ciudad. Tuvimos la oportunidad de conocer a los poetas y editores que eran sus grandes amigos y protectores, y además le habían publicado algunos de sus libros: Pío Serrano, Felipe Lázaro, ambos cubanos, y Pedro Shimose, de Bolivia, y por entonces funcionario del Instituto de Cooperación Iberoamericana. Estudiosos de su obra llegaron desde Estados Unidos, Cuba, así como de distintos puntos de España: Leopoldo Alas, Santiago Castelo, Francisco Brines, Juan Gustavo Cobo Borda, Alberto Acosta Pérez, Isabel Castellanos, Bladimir Zamora, Sylvia Miranda, Luis Gavilondo, Sylvain Mâlet... Reconocidos escritores salmantinos también le acompañaron, entre ellos, Luis Frayle Delgado, Carmen Ruiz Barrionuevo, Verónica Amat, Raúl Vacas, Fernando Díaz San Miguel, José Miguel Santolaya, Carlos Borrego, Tomás Sánchez...

Y lo vimos grande, imponente, digno... Degustando Salamanca paso a paso. Tal vez estuviera dedicándole algunos versos de su poema Testamento del pez: Yo te amo, ciudad, / aunque solo escucho de ti el lejano rumor, / aunque soy en tu olvido una isla invisible, /porque resuenas y tiemblas y me olvidas, / yo te amo, ciudad" .

Las piedras amarillas de la ciudad lo acogieron en Fonseca donde quizá pudo pergeñar algunos versos. "Quisiera volver y estar una semana en este lugar, y disfrutar de su tranquilidad", parafraseo, dijo una de las dos veces que nos visitó para participar dando alguna conferencia. Quedó enhechizado por la apacibilidad de Salamanca.

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Más tarde estaría leyendo en el Palacio Real, junto a Octavio Paz, Jaime Siles, entre otros. Allí encandiló al público según me contó Alfredo, que estuvo a su lado junto con Carmen Ruiz Barrionuevo y Alfonso Ortega Carmona.

Varias veces lo visitamos en su casa de la calle Antonio Acuña en Madrid. Siempre nos invitaba a comer en la pensión asturiana donde almorzaba. Nunca dejó que lo invitáramos. Así era él, compartiendo de lo poco que recibía de su trabajo en Radio Nacional de España, donde según decía no tenían conocimiento de que era poeta. Qué pena, podían haberse dado un viaje imaginario Desde Manila hasta Acapulco navegando por los versos de su poema El galeón.

Un día le comentamos que pasaríamos unos días en Asturias y nos dijo que en un pueblo llamado Grado elaboraban un rico tocinillo de cielo. Estando allí recordamos a D. Gastón y quisimos llevarle un regalo, así que buscamos el pueblo y allí nos dirigimos buscando el famoso "tocinillo de cielo" que todavía no habíamos probado. Al decir tocinillo pensamos que debíamos buscarlo en una chacinería. Pues no, resultó ser un delicioso dulce. Compramos un gran tocinillo y lo llevamos a Salamanca y de ahí a Madrid. Con qué gusto lo recibió el poeta, como un niño goloso. Así pudimos disfrutar de larga charla rodeados de libros. Podías estar horas y horas hablando de todo. Era un hombre muy culto.

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Gastón Baquero, el adulto con alma de niño, con todo su memorial como testigo de su infancia, sus amigos, sus personajes admirados: Jean Cocteau, Nefertiti, Manuelita Sáenz, Rilke, Lezama, Nureyev, García Lorca, Marcel Proust, Mallarmé, Eugeni Florit.

Nos hace deleitarnos Con Vallejo en París:

Metido bajo un poema de Vallejo oigo pasar el trueno y la centella.

"Hay un bochinche en el cielo" dice impasible el indio acorralado

en callejón de París. Furiosa el agua retumba sobre el techo

blindado del poema. Emprésteme Abraham, le digo, un paraguas,

un cacho

de nube seca como un chuño enterrado en la nieve. Estoy harto

de no entender el mundo, de ser pararrayos del sufrir, de la

frente al telón.

Alguien tiene que tenderme una mano que sea como un túnel

por donde al final no haya un cementerio. Dígame, Abraham,

cómo se las arregla para parir el poema que es ruana recia del

indio,

y es al mismo tiempo hombreante poema panadero, padrote,

semental poema. (fragmento)

A veces me parece notar en su escritura un vaho de tristeza, o quizá nostalgia por la lejanía, el paso del tiempo... Ahora que está ausente se nota más al releer un poema como Es hermoso el verano, muy hermoso: "Me siento bajo el sol a beber tarde, / a comer rodajitas de blando atardecer, / rodajitas finales de este domingo triste, / y más los domingos tristes del verano. // La campana vacía de la tarde / se llena de fantasmas silenciosos: / vuelve la compañía mejor del solitario, / que es la memoria barrida de arriba a abajo, / lavada, planchada, limpiecita, / por la callada escoba de la muerte..." (Fragmento).

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Estos días he estado releyendo algunos de sus poemas publicados en su Poesía Completa (Editorial Verbum, 1998), y pude emocionarme con sus retratos de sí mismo, pero también reír con el humor que cargan muchos de sus poemas. Como ese titulado: Óscar Wilde dicta en Montmartre a Toulouse-Lautrec la receta del cocktail bebido la noche antes en el salón de Sarah Bernhardt

"Exprima usted entre el pulgar y el índice un pequeño limón verde / traído de la Martinica. Tome el zumo de una piña / cultivada en Barbados por brujos mexicanos. Tome / dos o tres gotas de elixir de maracuyá, y media botella / de un ron fabricado en Guayana para la violenta sed / de nuestros marinos, nietos de Walter Raleigh. / Reúna todo eso en una jarra de plata, que colocará / por media hora ante un retrato de la Divina Sarah". (Fragmento)

Nos hace viajar por las calles de La Habana, o por la Bahía de Corinto. Escuchar el discurso de una rosa en Villalba, o ver el mar adormecido en el puerto de Paita. Te hace aspirar los aromas de los arrozales de Ceylán; ser saludados por un leopardo en Kenia; por el Congo extendido en su lecho de selvas... Incluso nos hace viajar por las noches de su infancia. Breve viaje nocturno: "Mi madre no sabe que por la noche, / cuando ella mira mi cuerpo dormido / y sonríe feliz sintiéndome a su lado, / mi alma sale de mí, se va de viaje / guiada por elefantes blanquirrojos, / y toda la tierra queda abandonada, / y ya no pertenezco a la prisión del mundo, / pues llego hasta la luna, desciendo / en sus verdes río y en sus bosques de oro, / y pastoreo rebaños de tiernos elefantes, / y cabalgo los dóciles leopardos de la luna, / y me divierto en el teatro de los astros / contemplando a Júpiter danzar, reír a Hyleo...".

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Viajes imaginarios maravillosos pueblan muchos de sus versos. Él mismo decía en un texto que leo ahora también: "... Viajero incesante en el camino, llevado y traído por el corcel de la imaginación, es lo que soy, lo que somos...".

Vuelvo a decir que la infancia de Gastón estaba presente, bastante en sus escritos. Eso me hace recordar que cuando nació nuestro hijo, José Alfredo, nos llegó un paquete con una perrita de peluche, que hasta hoy conservamos en su recuerdo. Y decía Gastón:

En la casa en ruinas: "Hoy he vuelto a la casa donde un día / mi infancia campesina conociera / el pavor y la extraña melodía / de encontrar otra vez lo que muriera. // Ya nada atemoriza, nada altera / el ritmo de la sangre. Aquí vivía / (cuando era mi vida primavera) / la que a los niños en dioses convertía. // Vacío el caserón, rotas las jarras / que las rosas colmaron de belleza, / en vano vine en busca de mí mismo: // todo es inútil ya, perdidas las amarras, / y vencedoras las ruinas, es la pobreza / la única rosa nacida en el abismo".

Infancia y Dios, porque quien ha leído al poeta sabe que hay una base bíblica en muchos de sus poemas.

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"Dejemos vivo para siempre a ese inocente niño. / Porque garabatea insensatamente palabras en la arena. / Y no sabe si sabe o si no sabe. / Y asiste al espectáculo de la belleza como al vivo cuerpo de Dios. / Y dice las palabras que lee sobre los cielos, las palabras que se le ocurren, a sabiendas de que en Dios tiene sentido. / Y porque asiste al espectáculo de su vida afligidamente. / Porque está en las manos de Dios y no conoce sino el pecado. / Y porque sabe que Dios vendrá a recogerle un día detrás del laberinto...". (Fragmento de Palabras escritas en la arena por un inocente).

Algo que también me ha atrapado en sus versos es aquello de la relacionalidad. Lo dijo él en Salamanca: "... Quiero hablar todavía de otro medio del que me he valido frecuentemente para convertir la relacionalidad en iluminación, dándole a esta palabra tan ambigua el sentido que le daba Mallarmé, que es sencillamente imitar el trabajo de iluminación o coloración del grabado, a la manera del miniaturista medieval. El colorido, la iluminación de la estremecedora aparición de Toledo ante el viandante, me ayudó a delinear su fisonomía con cierta aproximación, pienso; de igual modo, la contemplación de unas abejas en su actividad habitual, me llevó a transver, a mirar las abejas bordadas ya en el armiño imperial de Bonaparte... Conozco por experiencia campesina la virtud curativa de la abeja y sus ácidos sobre el dolor de lumbago. El impulso innato en mí, de relacionar y sacar de su contexto habitual las cosas para que dejen de estar ocultas, me llevó a escribir el poema titulado: "Pavana para el emperador":

Napoleón tenía un manto lleno de abejitas de oro.

Cuando el dolor de lumbago acometía al emperador,

Las viejas hechiceras de Córcega le aconsejaban:

- Polioni, vuelve el manto al revés, ponte las abejas en la piel.

Y las fieras abejitas picoteaban a lo largo del espinazo imperial;

Sin la menor reverencia clavaban sus aguijoncitos arriba y abajo,

Hasta que transfundían sus benévolos ácidos en la sangre del

Corso,

Y el lumbago salía dando gritos, vencido por el vencedor de

Austerlitz.

La risa reaparecía en el rostro imperial, y la corte se vestía de

encarnado;

Napoleón, libre de penas, volvía al derecho el manto, el de las

abejitas de oro,

Y tomando con la punta de los dedos los extremos del armiño,

Echábase a bailar una pavana por todos los salones de las Tullerías:

Tra-la-lá, tra-la-lá, bailaba y cantaba, y decía olé, y viva la vida, y

olé.

Y en tanto bailaba de nuevo feliz el Señor del Mundo,

Las doradas abejitas de su manto, felices también, reían y cantaban,

Como rayos de sol en la cabeza de un niño.

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Son breves pinceladas para humildemente recordar al amigo poeta Gastón Baquero a quien vimos por última vez cuando lo visitamos en la residencia de Mayores de Alcobendas, que hoy lleva su nombre. Llegamos Alfredo y yo acompañados por Alfonso Ortega Carmona. Con satisfacción comprobamos que lo trataban con sumo respeto por ser poeta, y por las numerosas visitas que recibía a diario, tanto de España, como de Estados Unidos y de otras partes de América Latina. Incluso ampliaron la biblioteca del centro y le concedieron un despacho. Allí le reconocieron y eso valió más que el Premio Nacional de Poesía del que quedó en segundo lugar para otorgárselo a alguien que ya había muerto y que solo había publicado algún poema en una revista... Y era familiar de un alto cargo del Ministerio de Cultura.

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Pero él no pensaba en eso. Seguro que solo oía los versos de su poema Retrato:

Sólo quiere una cosa, sólo una:

descubrir el sendero que lo lleve

a hundirse para siempre en las estrellas.

De seguro Gastón ha sido amparado y reconocido por la mayor de las estrellas. La de la luz que no se apaga nunca. Este año, el otoño será hermoso, muy hermoso.

Jacqueline Alencar

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