Sábado, 20 de abril de 2024
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La demanda de reconocimiento (III)
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La demanda de reconocimiento (III)

Actualizado 18/08/2021
Manuel Alcántara

Mi amiga tuvo una pareja hace años con la que rompió en silencio; antes había pasado por una situación similar, pero entonces el ruido ganó la partida. Hoy reconoce que el resentimiento domina el recuerdo del desenlace supuestamente civilizado. Siente que un rencor difuso no le abandona y cree que es consecuencia de la manera en que se desarrolló la relación en la que según ella nunca fue reconocida por su pareja. Pero, al preguntarle en qué sentido esperaba tener reconocimiento, titubea antes de decirme que no lo sabe, aunque a reglón seguido proclama literalmente: "No sé, no es que no me valorara, es que no apreciaba lo que realmente soy". Disimulo mi perplejidad y, aprovechando la distensión del momento enmarcado en la placidez que brinda la caída del sol, le señalo que es muy difícil conocer cabalmente a cualquier persona, además de que existen rasgos de nuestra intimidad que a veces no trascienden al resto. Calla mientras pierde sus ojos no sé donde.

La demanda de reconocimiento es un motor poderoso para dar sentido a la vida. Nutre canales diferentes que, en un primer momento, confortan aspiraciones íntimas para poco después integrar propósitos dispersos que logran un esbozo mínimo de solidaridad. Pero posee una notoria limitación que tiene que ver con su carácter discreto. La parquedad de la demanda es un requisito indispensable. No hacer explícito lo requerido es consustancial con la pulsión recóndita de quien desea. No es una cuestión de (falsa) vanidad ni de (pacato) narcisismo. Se trata de un impulso vital que conjuga el yo con el nosotros y que, a la vez, marca la diferencia con los demás. Supone un hálito inspirador aparentemente imprescindible que, sin embargo, oculta un costado oscuro: su relativamente fácil manipulación. Su puesta en escena se mueve entre la avidez en el reclamo y las coordenadas que fijan lo reconocido. Uno entonces no sabe si escucha un melifluo canto de sirena que satisface anhelos propios o ajenos o un avance de la sentencia del juicio final.

Una aliada eficaz del reconocimiento es la empatía. La capacidad de ponerse en la piel del otro, de hacer de uno sus cuitas y de entenderlas, contribuye a trazar el puente necesario. La empatía es un artificio que facilita la valoración espontánea requerida por la persona afectada en el momento adecuado. Pero ello no deja de tener su lado menos confortable pues se hace descansar en el hecho de poseer ese don ya que el menor desarrollo de las neuronas espejo debilita la propensión a la empatía quedando el sujeto prisionero de su falencia. Por ello, mi amiga sabe que debe buscar aquella compañía que sea portadora de ella. Solo así dice encontrar un estado reconfortador en su relación. El problema, respondo con aire distraído, es la tenue línea divisoria que me parece que existe con la sumisión. En otras palabras, ella confunde el reconocimiento con cierta forma de adulación, busca sobre todo una lisonja que apacigüe sus demonios interiores.

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