La llamada no admite huida ni abandono. Es un contrato amoroso de por vida: "Antes de formarte en el vientre te escogí; antes de salir del seno materno te consagré y te nombré profeta de las naciones"[i], le dice Dios al hombre. Realiza, por tanto, un viaje íntimo desde el inicio de los tiempos, hasta ese mirar presente de los ojos en los ojos, sintiendo en ellos pronunciado, como un dardo llameante, el propio nombre: "entre sus ojos y su voz, no quedaba espacio".[ii] Eres. Entonces solo es rescindible lo que hubieras querido ser antes, porque la voz te ha llamado y te ha hecho suyo.
Antes de la escucha está el tanteo, el palpitar del corazón de las palabras que retumban ante el folio. "Un muchacho escribe en un cuaderno/ sus primeros poemas: es de noche; la luna/ entra por la ventana de su cuarto:/ miradle trabajar; qué emoción en su pecho,/ cómo en sus manos arde la vida que quisiera/ decir en el papel."[iii] Hay que desenterrar de debajo de la tierra de los años aquel momento que marcó el inicio. Siempre se dan juntas la luz y la oscuridad y, entre ellas, se sitúa la palabra, equidistante, anudando ambas experiencias (como hueco, como herida, como desierto), haciéndolas carne de escritura. "Sembré en el aire y recogí su fruto:/ Este frío de ahora/ La noche herida y el silencio muerto.// Queda, también, en el hogar sin fuego,/ La misma sed de entonces:// Para beber las aguas del olvido."[iv] Y al fondo, aquella voz que nos susurra nuestra cualidad de viento, a pesar de la aparente grandeza con su muerdo envenenado.
Después hay que seguirla, y toda la vida será un desenredar aquella música que nos nombró, mirando siempre al cielo para no perder en el camino ni el destello, ni su música, ni su asombro, con aquella certeza que nos guía: "De lo alto viene lo que nombra, lo que alumbra, lo que asombra"[v] Más tarde llegarán llameantes las palabras para nombrar como fanal lo que no puede ser nombrado en plenitud, pero cuyo atisbo hace habitable el tiempo. "Es preciso que todo respire y cante en nosotros, incluso la nada"[vi]. Sólo así antes del final volveremos a escuchar aquella voz que nos dio el nombre, y sabremos que supimos siempre dejarnos conducir por ella, y que no erramos el camino.
[i] Jr, 1, 5-6.
[ii] Enrique, Antonio, El discípulo amado, Seix Barral, Barcelona 2000, p. 223.
[iii] Sánchez Rosillo, Eloy, "Desde aquí", en Hilo de oro (Antología poética, 1974-2011), Madrid, Cátedra, 2014, p. 226.
[iv] Barriuso, Tino, "El poeta", en En lo hondo del bosque una luz nueva, Madrid, Hiperión, 2019, p. 67.
[v] Marset, Juan Carlos, "De lo alto", en Soria Olmedo, Andrés (ed.), 20 años de poesía. Nuevos Textos Sagrados (1989-2009), Barcelona Tusquets, 2009, p.463,
[vi] Bobin, Christian, La dama blanca, Madrid, Ardora Ediciones, 2017, p.55.
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