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El lado obsceno de las cifras
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El lado obsceno de las cifras

Actualizado 06/05/2020
Manuel Alcántara

Contar es un viejo ejercicio. El aprendizaje de los números es prácticamente simultáneo con el del lenguaje y anterior al de escribir o leer. Después conoceremos que la numerología es más complicada. El significado, la naturaleza y el contenido de los números es variopinto, con influencias que llegan hasta la poesía, pero esa es otra historia. Para la mayoría de la gente contar no tiene nada de mágico. Se trata de adecuar una determinada idea expresada en guarismos con la realidad percibida. Se asume que esta noción es natural y se proyecta en el mundo de los dígitos que capta una dimensión de lo que nos rodea como es la de la cantidad. El ámbito de lo cuantificable supone un espacio inequívoco en el seno de las relaciones humanas; en su desarrollo es indisociable con una específica forma de progreso basada en la acumulación, el rendimiento y el cálculo del interés, pero también de cierta forma de medir y de sopesar.

En la academia hay una tensión entre esta dimensión, que adquiere la denominación de cuantitativa, con aquella otra, aparentemente contrapuesta, llamada cualitativa, que vela por resaltar aspectos vinculados con los valores o con la esencia de las cosas. Un ejemplo es clarificador: la primera se ocupa de los votos, que se cuentan, mientras que la segunda lo hace de los programas políticos, que se narran. Sin embargo, la cuestión se vuelve compleja pues los votos expresan escenarios cualitativos, como podría ser la evidencia del pluralismo, y los programas admiten enumerar las palabras que los integran. Por ello el duelo metodológico resulta azaroso y requiere que se adopten mínimas estrategias de compromiso. Contar es siempre necesario, pero, como subrayaba el politólogo italiano Giovanni Sartori, hay que hacerlo inteligentemente, lo cual requiere de la definición precisa de las unidades objeto del conteo: si se cuentan manzanas no deben incorporarse las peras a la operación.

Cuando el sujeto del que se trata es una persona muerta contar adquiere un tinte en el que, primero, debe predominar el respeto. Sean fallecidos en accidentes de tráfico, por ictus, por homicidio, suicidas, recién nacidos, mayores de 90 años, mujeres y hombres. La fría estadística de los decesos es relevante para el conocimiento de la sociedad y para la eventual prevención de lo que pudiera evitarse o morigerarse mediante políticas públicas. Aunque las cifras no tienen color político hay un costado oscuro en su uso que las convierte en armas de una batalla ajena. Como si se tratara de la tabla clasificatoria de una competición deportiva, los guarismos de la pandemia pueden pretender definir quien es mejor estableciendo criterios de calidad y de segregación. Hoy, la atención sobre diagnosticados, curados y fallecidos entre países o regiones, genera datos cuantificables para realizar estudios rigurosos sobre las razones de su origen, expansión, y los (des)aciertos cometidos en su tratamiento. Pero, a su vez, lamentablemente, produce clasificaciones que muestran el lado morboso de las cifras dando pábulo obsceno a los profetas del rencor.

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