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COMUNICADO DE LA ASOCIACIÓN TOD@VÍA

Volver al XIX

Actualizado 01/01/2020
Redacción

Hoy día 1 de enero se cumple el 35 aniversario del cierre de la línea férrea La Fuente de San Esteban-Barca de Alva

Érase una vez un portugués, un español y un francés que soñaron con construir un camino de hierro que uniera Oporto con Salamanca y con París. Parecía un sueño, pero en realidad no era tal: si conseguían construirlo ganarían honores, prestigio y riqueza. El siglo XIX avanzaba y Salamanca era una de las últimas provincias a las que aún no había llegado el tren. Después de muchos intentos, proyectos y frustraciones consiguieron definir el trazado que uniría los tres países. Y así nació la ruta del Duero, la vía de Oporto, el tren de frontera de la Fregeneda, el camino imposible a Portugal.

Tuvieron que horadar montañas y saltar ríos, miles de trabajadores se hacinaron en la zona, sin apenas sitio para dormir, con salarios y trabajos de esclavos, con la muerte rondando en cada túnel, en cada puente, en cada pelea, en cada robo?, y con el cólera flotando por encima de todo aquel ambiente de miseria y precariedad.

Pero lo lograron. Un banquero portugués, un diputado español y un empresario francés nos dejaron la obra pública más grandiosa e increíble que hayamos tenido nunca, cuando el momento histórico, el dinero y la técnica eran infinitamente más inestables, precarios y eficientes que en la actualidad. La vía trajo vida y esperanza, pero también se llevó a miles de personas a Europa, a españoles y portugueses buscando un trabajo y un futuro que aquí no podían encontrar. La obra fue ruinosa, la gestión tuvo pérdidas, pero el trazado que nos legaron fue de una belleza monumental. Lo más difícil estaba hecho, solo faltaba que llegara otro momento histórico con la sensibilidad y los medios suficientes para poner en valor su historia, su paisaje y su recorrido creando una oferta tan única como espectacular.

Y ese momento llegó a finales del siglo siguiente, unos años después de que decidieran cerrar aquella vía porque ya no había productos ni gente suficiente para exportar. Las llamaron biclonetas, y surgieron por iniciativa de un técnico de Iberduero, ¡quién lo diría!, que sentía nostalgia -o remordimientos, quizás-, por esa joya perdida en aquella naturaleza tan singular. Con muy pocos medios y una inversión mínima, dos jóvenes de Hinojosa consiguieron recrear el milagro durante apenas unos meses, los mismos que necesitaron los recelos y las envidias de algunos politiquillos para abortar un negocio prometedor que no podían controlar.

La burocracia, la política, la ineptitud volvió a paralizar el sueño, y sólo la ilusión de unos pocos, de unos locos perroflautas, mantuvo viva la esperanza, la posibilidad de dar nueva vida a la vía, aunque para ello tuvieran que enterrar promesas públicas y remover conciencias privadas mientras levantaban zarzas, escobas, carrascos y derrumbes de aquel trazado espectacular. Las conciencias privadas prometían votos públicos, y tras ellos surgieron multitud de florecientes titulares de prensa anunciando inversiones millonarias que jamás, nadie, vio llegar.

Proyectos y anteproyectos, pagados y repagados con dinero público, trajeron a las puertas del 2020 el enésimo intento de rehabilitación, éste sí con inversión real, que prometía recuperar para el senderista lo que nunca se atrevió a prometer para el viajero. Mantuvieron las vías, maquillándolas cual camino natural, acaso por el óxido asilvestrado de sus centenarios raíles. Adecentaron el esqueleto, pero se olvidaron del alma. Ahora los obstáculos ya no eran montañas, ni cóleras, ni ríos que salvar; ahora el obstáculo era la burocracia, sus propias leyes, su inoperancia y su incapacidad. Habían invertido millones de euros de nuestro dinero para crear una oferta que sabían ruinosa, para privatizar y peatonalizar la gestión de un bien de transporte público con enormes gastos y sin posibilidad de rentabilizar, para hacer olvidar al tren histórico que trajo vida y futuro cuando el banquero Ricardo Pinto da Costa, el diputado Adolfo Galante y el empresario Henry Burnay decidieron que, a pesar del cólera, la ruina y la muerte, podría empezar a circular.

Y la vía seguía muriendo, y nuestro dinero público, sin que nadie lo remediara, desangrándose con nuevas promesas y nuevos proyectos obcecados en obviar lo fundamental: la necesaria e inevitable vuelta de la circulación de vehículos por esos raíles, llámense biclonetas -en un primer momento-, o llámese tren de vapor que recree y recupere un momento histórico, que consiga regresar al pasado para que la comarca y la provincia puedan volver a soñar con un futuro de vi(d)a.

Feliz 2020, 35 aniversario del cierre de la línea férrea.

Asociación de Frontera Tod@vía.

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