El batacazo del PSOE extremeño y su líder, Miguel Ángel Gallardo, era previsible. No se puede poner como cabeza de lista a un imputado por corrupción y suponer que eso no te va a pasar factura. De ahí, la victoria de María Guardiola y el PP. No obstante, quien más ha crecido en votos y en escaños ha sido Óscar Fernández, de Vox.
El candidato del PSOE llevaba, pues, el doble estigma: ser el representante de Pedro Sánchez y un currículum ´de trapisondas legales en relación con el hermano del Presidente. No obstante, decimos, su sangría de votos a quien ha beneficiado es a la extrema derecha y no al PP, que ha sacado 10.000 papeletas menos que en las anteriores elecciones.
Algo similar puede pasar en las próximas convocatorias electorales autonómicas. En Aragón, por ejemplo, la lista del PSOE la encabeza Pilar Alegría, quien ha tenido una gran exposición mediática como portavoz del Gobierno, pero que por eso mismo arrastra consigo el desgaste del Gabinete de Pedro Sánchez y sus alianzas y tumbos durante la legislatura. Así que no le son nada favorables las expectativas. Aunque en este caso queda por ver si la bajada de votos de la socialista beneficia al PP o supondrá una nueva subida de escaños de Vox.
Lo mismo puede decirse en Andalucía, donde Juanma Moreno no está en au mejor momento por el cribado de las mamografías. La candidata del PSOE, María Jesús Montero, no es una opción estimulante, dada su asociación con la financiación singular para Cataluña y sus tejemanejes con el presidente del partido, además de no haber conseguido aprobar los presupuestos del Estado. Así que nos encontramos en las mismas: que los votos que pierdan los socialistas no tienen por qué beneficiar a los populares, sino que pueden engrosar los de Santiago Abascal.
O sea, que tenemos un panorama en el que no se puede prescindir de Vox, en el que, desde dentro o desde fuera, será necesario para el PP si quiere desbancar del poder a Pedro Sánchez. Es decir que si Núñez Feijóo pretende ser presidente, de una u otra manera debe de contar con Vox, cuya realidad política es inexcusable.