OPINIóN
Actualizado 27/06/2024 07:51:17
José Luis Puerto

Cuando son significativas, no hemos de pasar por alto las conmemoraciones. Así ocurre, sin duda, con la figura del escritor judío, checo, que escribiera su obra en alemán, Franz Kafka, uno de los paradigmas o arquetipos de la mejor literatura contemporánea.

Y decimos de la mejor, porque pocos escritores habrán expresado de modo más conmovedor la soledad, la precariedad, la desorientación, el desamparo en que se halla el ser humano en el mundo contemporáneo, en el mundo que nos toca vivir.

Tal fragilidad, tal desamparo del ser humano se nos muestra cuando el individuo, al levantarse un día para acudir al trabajo, se encuentra convertido, ay, en un insecto monstruoso (La metamorfosis); o cuando se le detiene y se le acusa, en un juicio incomprensible, de no se sabe qué (El proceso); o cuando ha de ejercer de agrimensor en un territorio inquietante (El castillo), cuyo dueño y señor de su destino permanece siempre incógnito…

Toda la obra de Kafka –novelas, relatos, epistolarios…– gira en torno de la ansiedad, de la culpa, de la burocracia, de la brutalidad física y psicológica, de la desorientación vital…, dentro de unas estéticas, de unas concepciones de la escritura y de la vida, que transitan entre el expresionismo y el existencialismo.

Se han apuntado varias direcciones en su obra, como una posición antiburocrática, una religiosidad mística o una reivindicación de su minoría etnocultural; al tiempo que se ha incidido en el contenido psicológico de sus obras.

Franz Kafka (Praga, 1883-Kierling, Austria, 1924) viviría poco, apenas cuarenta años. La enfermedad de la tuberculosis, entonces incurable, se lo llevaría de este mundo, del que se iría en el sanatorio del Dr. Hoffmann, de Kierling, el 3 de junio de 1924; por lo que, en el año que estamos, se cumple el centenario de su muerte.

Era indiferente a la fama. Quiso –y tal petición le haría a su amigo Max Brod, que la incumpliría– que todos sus escritos fueran destruidos. Pese a ser un desconocido en vida. Tras su muerte, y especialmente tras la segunda guerra mundial, el conocimiento de su figura y de su obra se extendería por todo el mundo.

En un obituario encargado para un diario checo, publicado en Praga, Milena Jesenská escribiría sobre él: “Era demasiado clarividente, demasiado sabio para vivir y demasiado débil para luchar: pero esa era la debilidad de las personas nobles y bellas que no saben luchar contra el miedo, contra los malentendidos, contra el desamor y las falsedades espirituales”…

Durante el reclutamiento de la pandemia del covid 19, leeríamos (esto es, releeríamos) El castillo, publicada póstuma en 1926. Y aquella atmósfera tan extraña, marcada por la reclusión y por la muerte, acentuaría en nuestra lectura esa atmósfera inquietante. El agrimensor K. ha de llegar a las autoridades misteriosas de un castillo, algo que nunca consigue, dentro de una atmósfera extraña que lo vuelve todo inquietante.

Kafka fue autor de parábolas, de relatos simbólicos, para explorar esa condición desdichada del ser humano en la sociedad que le toca vivir. De ahí que sea uno de los escritores más paradigmáticos y arquetípicos de nuestra contemporaneidad.

Leerlo nos ayuda a conocer mejor cual es nuestra condición. Así como a acceder a una belleza muy moderna, a través de la vertiente de un modo de narrar que ilumina, de modo inquietante, el existir y la vida de todos.

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