TOROS
Actualizado 10/09/2023 22:12:32
Ana Pedrero

"Si trata de tú a tú a la muerte cuando le ha mirado a la cara, cuando le ha ganado el pulso a femoral rota, a cara de perro. Manuel, Diosleguarde, la mirada del niño que se ha hecho hombre de repente. El torero regresado a la vida"

Apareció de blanco y oro como aquel que se viste de torero por primera vez. Supongo que en esto, que no tiene guión, hasta la penúltima es la primera vez. Ese silencio, esa soledad, ese recogimiento que precede a cada corrida. Ese vestir al torero como quien viste a una novia. Despacito, sin prisa, puntada a puntada, como si el tiempo no fuese oro prendido en el oro. De blanco y oro, como una Virgen del Encuentro, de la Alegría. Diosleguarde resucitado, desmonterado en La Glorieta.

No sé qué le dirá un hombre a la tierra cuando ha sido casi tierra misma. Si trata de tú a tú a la muerte cuando le ha mirado a la cara, cuando le ha ganado el pulso a femoral rota, a cara de perro. Manuel, Diosleguarde, la mirada del niño que se ha hecho hombre de repente. El torero regresado a la vida.

Perera, que también sabe de esa mirada que no conoce la piedad, estaba ya en el ruedo, verde y azabache, plata de ley su cuadrilla. "Es guapo", decían los de arriba al abanto primero, aplaudido de salida, era guapo y además tuvo nobleza y buen fondo. Perera lo sometió en su muleta, mandón, impecable. Inmenso después con el cuarto, colorado, un carretón de extraordinario pitón derecho, bravo, de los de hacer surcos con el morro, de merecida vuelta al ruedo. Los que no entienden de esto, no saben del respeto, de los honores que se le rinden a un bravo que muere en el ruedo. Aún lo estoy viendo, embistiendo eterno en la muleta poderosa de Perera, Nerva rasgando el aire, la piel. Toro y torero y esa emoción que te hace latir el corazón más deprisa. Torerazo siempre fuera del circuito de los torerazos, siempre tan vivo entre los toreros de huella profunda en mi memoria.

Algunos pitaban de salida al segundo sin saber que vendría después lo peor. Toro complicado, que estaba entero, crudo en el caballo, y se guardaba casi todo para arrear, todo gañafones. Leo Valadez lo intentaba para nada, sed de todo en un pozo sin agua. Y poco menos con el quinto, todo presencia, con nobleza pero nada más. Nada por nada, toro y torero, el de Vellosino y el mejicano, pasando, pisando Salamanca como quien no ha venido porque pocas opciones tuvo.

Y la mirada se escapaba siempre al callejón, allá donde Diosleguarde permanecía pensando Dios sabe qué, eso que sólo se le puede decir a la muerte cuando se regresa a la vida. Blanco y oro. Sólo por volver, por esta primera vez de sus primeras veces, Salamanca le ha dejado a deber una ovación al romper el paseíllo.

Por volver, por debutar en su plaza y por méritos propios la recogía paseando la oreja del tercero, que era de izquierdas, 616 kilos y largo como un trolebús, con el que anduvo reposado y firme en ese tú a tú que desde el gravísimo percance de Cuéllar tendrá ya siempre con la muerte. Reposado, con aplomo, tan inteligente y entregado con el que cerraba plaza, que colapsaba en el final de faena, tras un emotivo desplante, desarmado después de ponerlo todo él. Fin de fiesta de infarto, y nunca mejor traído. Y las ganas de un triunfo Mayor en manos de Manuel.

No hubo muerte por su mano, por su espada, pero la muerte ya estaba vencida.

Dios te guarde, Diosleguarde.

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