OPINIóN
Actualizado 14/12/2022 09:42:43
Juan Antonio Mateos Pérez

Privar a las personas de sus derechos humanos es poner en tela de juicio su propia humanidad

NELSON MANDELA

La gran revolución política del siglo XXI será, sin ninguna duda, el proyecto de extender de forma efectiva los derechos humanos a todas las personas (...) algo se ha hecho, queda mucho todavía por hacer

FERNANDO SAVATER

Nuestras sociedades parecen estar marcadas por lo efímero y la fragmentación, la búsqueda de sentido se vuelve una tarea ardua, pero no imposible. Nos recordaba I. Kant que Los seres racionales se llaman personas, porque su naturaleza los distingue como fines en sí mismos, o sea, como algo que no puede ser usado meramente como medio. Cada 10 de diciembre conmemoramos el Día Internacional de los Derechos Humanos, un grito por la dignidad, la libertad y la justicia. Todo individuo es titular de derechos fundamentales por su sola pertenencia a la humanidad. La dignidad humana es la fuente de todos los derechos, el fundamento sobre el que se sustentan los derechos del hombre. Pero la dignidad no es un rasgo o una cualidad de la persona, es un proyecto que debe realizarse y conquistarse

Qué podemos decir de los escrúpulos teóricos y prácticos, para llegar a un acuerdo sobre alguna forma determinada de justicia basada en la universalidad de los derechos. Desde la perplejidad, vemos cada día los saltos sobre la valla que rodea Melilla o Ceuta, cientos de muertos en el mediterráneo, falta de acogida en los países más ricos, por no hablar de los apaleamientos a los dos lados de la frontera. Ahí está, la pobreza, la desigualdad y la exclusión de colectivos de mujeres en el trabajo, en la explotación sexual. También, discursos racistas y xenófobos de políticos y de muchas personas de nuestra sociedad. Todo esto hace que sea más necesario la denuncia y la defensa de los derechos frente a los abusos y la vulneración.

Cada día observamos que los derechos más básicos no se cumplen, que atentan contra la dignidad humana. Hannah Arendt, nos recuerda en este sentido, el “derecho a tener derechos”, como necesario y urgente de aplicar en muchas sociedades donde la vida y los derechos no valen nada, pudiéndose transgredir sin haber ningún tipo de procesamiento jurídico. Esto está sucediendo en la actualidad con millones de migrantes sin papeles, refugiados, asilados o desplazados dentro de lo que es el estado-nación. Por ello, resulta necesaria, más que nunca, la existencia de una comunidad política mundial que pueda garantizar esos derechos a todos.

Vivimos en un mundo administrado, nos recordaba Adorno. Los derechos humanos son un desafío a la seguridad del sistema y a la estabilidad del mercado. Debemos denunciar la hipocresía de muchas naciones que dominan el juego transaccional imponiendo ajustamientos estructurales a los países más empobrecidos, y a la vez defendiendo los derechos humanos. Muchas de esas medidas de ajuste, son reducciones drásticas en educación, cuidado primario de la salud, abolición de los subsidios alimenticios, liquidación de la fuerza laboral, reducción drástica de salarios.

Cada año el aniversario de la Declaración es una oportunidad para celebrar los éxitos y volver a comprometernos con los principios esbozados en los 30 Artículos de la Declaración. Para que los derechos humanos dejen de ser esa asignatura pendiente, no pueden formularse ni construirse en abstracto e intemporalmente, sino que deben reubicarse en una temporalidad concreta y reinterpretarse en cada contexto histórico. Pero también para avanzar en ellos, es necesario introducir toda una nueva generación de derechos, los derechos sociales. Son los derechos humanos relativos a las condiciones sociales y económicas básicas necesarias para garantizar una vida en dignidad y libertad. Son derechos que nos hablan de cuestiones tan básicas como el trabajo, la seguridad social, la salud, la educación, la alimentación, el agua, la vivienda, un medio ambiente adecuado y una cultura para todos.

¿Quién es mi prójimo? Podríamos preguntarnos. Solo desde la cercanía podemos saber de projimidad, escuchando el clamor de los más necesitados, sus gritos y descubrir sus sufrimientos. Desde ella, podremos ver una llamada a la dignidad humana, desde su condición de víctima. El derecho que me reclama desde su condición de víctima es el derecho a ser hombre y a vivir como tal. Desde aquí, se pueden romper todas las barreras, ideológicas, étnicas, psíquicas, espaciotemporales, etc. Pero también desplegar una doble revolución: ética y espiritual. En la que se pueda compaginar la compasión para con el otro con una transformación interior.

La base de cualquier derecho está en la intersubjetividad de una “ética compasiva”. Esa capacidad para identificarse con los detalles, pero sobre todo con el sufrimiento de los otros. La compasión es un movimiento intersubjetivo que parte del caído y que fecunda al que se acerca a él, es en ese momento cuando se alcanza la dignidad de persona. Pero también hay otro movimiento en el que viene del otro a mí. Para construir la solidaridad sobre la compasión, se necesita una educación que cuide el desarrollo de la sensibilidad moral hacia el caído, aunque también unas instituciones democráticas que tengan en cuenta a los más desfavorecidos.

El disfrute de una vida digna está en relación con valorar de manera integral al individuo, no sólo en su realidad biológica, psíquica, social, ética, religiosa, etc. No sólo se defiende la dignidad humana protegiendo al hombre con el pensamiento filosófico, ético, teológico, ni desarrollando códigos que reconozcan su dignidad y sus derechos. Es necesario también imprimir a la historia una nueva dirección, hay que poner a la cultura, la economía, las instituciones, a los gobiernos, a los poderes del mundo, a la democracia, a las iglesias y religiones mirando a los que no pueden vivir de manera digna. Pero también hay que saber curar. Liberar desde el amor, la justicia y la paz, a toda la humanidad de todo aquello que destruye y degrada. Lo decisivo es curar como nos recordaba A. Camus, aliviar el sufrimiento, sanear la vida.

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