OPINIóN
Actualizado 15/02/2022 15:24:19
Juan Antonio Mateos Pérez

Estamos atrapados en una red ineludible de reciprocidad, ligados en el tejido único del destino. Cuando algo afecta a una persona de forma directa, afecta indirectamente a todas.

MARTIN LUTHER KING

El cuidado se inscribe en el mundo de los fines, de las excelencias y de los valores. La sede de tales realidades no es la razón sino el corazón.

LEONARDO BOFF

Nuestras sociedades urbanizadas y cosmopolitas, conectadas al conocimiento y la comunicación, han creado mayor soledad e incomunicación entre las personas. Somos seres sociales, pero la soledad es una terrible plaga que está azotando no solo a las personas mayores, también a los jóvenes. Tener amigos virtuales o recibir likes no ayuda a profundizar en las relaciones, ya que, en el ciberespacio, al final no nos encontramos con nadie. Hemos creado un nuevo hábitat para el ser humano, caracterizado por el aislamiento de uno mismo y la falta de contacto con los otros. En esta nueva realidad, puede que las personas con las que convivimos puerta con puerta puedan ser unos auténticos desconocidos.

Ya desde la antigüedad, hemos aprendido que la esencia humana no está tanto en la inteligencia, en la libertad o en la creatividad, sino en el cuidado. Hace años, en la facultad de Filosofía, leí con interés y gusto La edad de la empatía del primatólogo Frans de Waal, en el que nos llamaba la atención sobre la necesidad de revisar los postulados sobre la naturaleza humana, al observar que la empatía y el cuidado, forman parte de nuestra historia evolutiva desde muy antiguo. Nuestro sistema nervioso, nos recuerda António Damásio, está configurado de tal manera, que conecta pensamientos y emociones. Ni la ciencia, ni la técnica puede eximirnos del cuidado.

El cuidado es, verdaderamente, el soporte leal de la creatividad, de la libertad y de la inteligencia, nos subraya el teólogo Leonardo Boff. Por lo tanto, debemos deducir, que en el cuidado se encuentra el ethos fundamental de lo humano. En el cuidado identificamos los principios que convierten la vida en un buen vivir y un recto obrar. La ética del cuidado, nos recuerda Carol Gilligan, es la ética del amor y de la ciudadanía democrática. También es la ética de la resistencia al daño moral.

La ética del cuidado se basa en la comprensión del mundo como una red de relaciones en la que nos sentimos inmersos, y de donde surge un reconocimiento de la responsabilidad hacia los otros. El cuidado no se limita solo a la interacción humana con los otros, del cuidado de mi semejante, también se refiere al cuidado del mundo y el medio ambiente. En el cuidado encontramos dos dimensiones entrelazadas: cuidar implica una práctica, pero también requiere una disposición.

El cuidado es una constante en nuestra existencia, desde que nacemos vulnerables y dependientes sin el cuidado no podríamos sobrevivir. Somos hijos e hijas del cuidado, es la condición previa que permite que un ser venga a la existencia. Dependemos del afecto y ternura de nuestros padres, de la familia, de la comunidad, de la sociedad, incluso de la naturaleza. El cuidado y la ternura son expresiones del amor compartido de manera recíproca, ya sea por el placer de compartirlo o como respuesta a la vulnerabilidad.

El cuidado no es solo desvelo, solicitud, atención o buen trato. Es un modo de ser mediante el cual la persona sale de si y se centra en el otro con desvelo y solicitud. La ética del cuidado tiene que ver con situaciones reales, tan reales como las necesidades ajenas, el deseo de evitar el daño, la circunstancia de ser responsable de otro, tener que proteger, atender a alguien. El cuidado siempre acompaña al ser humano, este nunca dejará de amar y de desvelarse por alguien, para ello la ternura juega un papel imprescindible para su desarrollo pleno de una vida en el amor.

Debemos soñar y hacer un mundo que pueda superar tantas soledades más allá de las realidades virtuales y realizar la esencia humana del cuidado, la empatía y la solidaridad. Una sociedad donde los valores estructurales se construyan en torno al cuidado de las personas, sobre todo de los desposeídos y excluidos, de los diferentes, de los maltratados, de niños, jóvenes y ancianos, de enfermos y moribundos.

Este nuevo modo de ser en el mundo implica un conjunto de prácticas y hábitos que deben ordenar la vida individual y colectiva. Subrayamos el rescate de la razón cordial, que nos hace sensibles a la pasión de los que sufren y a los gritos de la Tierra (Boff). No una razón instrumental al servicio del enriquecimiento, sino una razón capaz de afectar y ser afectados que implica una inteligencia emocional para pasar de lo individual al bien común. Actuar a partir del corazón que ama, que se identifica con el otro, que cultiva la compasión y el cuidado con todas las cosas.

De una ética y filosofía del cuidado, podemos dibujar también una teología del cuidado, cuyo fundamento se puede rastrear en los textos bíblicos. Nos recuerda el papa Francisco en Envangelii Gaudium, 22, que la ternura constituye una revolución inaugurada por Jesús, pero pendiente aún en nuestro mundo. Ahí está el concepto de Epimeleia, que hace referencia al cuidarse y ocuparse de los otros y de uno mismo, que se puede rastrear en el Antiguo y Nuevo Testamento, haciéndose significativo en la parábola del Buen Samaritano. En la parábola se puede rastrear la Epimeleia en los capítulos 34 y 35, donde el amor realizado y ejecutado en el cuidado, marca la perspectiva universalista y será el elemento constitutivo del cristianismo.

El cuidado (Epimeleia), es parte esencial y constitutiva del ágape. El amor se explica por medio del cuidado, la compasión, la misericordia y la bondad. Para Jesús la única ley es el amor y la misericordia, volcándolo en el cuidado y la dignidad de las personas, sobre todo de las más vulnerables. En Jesús el amor se hace cuidado, se hace eucaristía. Su amor supone “cargar, encargarse y hacerse cargo” de la humanidad más herida. Mi prójimo es aquel que más me necesita. Desplegar el amor y la misericordia es cuidar y cuidarse y no descuidar a los más necesitados.

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