OPINIóN
Actualizado 09/02/2022 09:11:39
Juan Antonio Mateos Pérez

Las TIC ya no son una mera herramienta: se han convertido en el entorno inevitable de nuestra existencia

LUCIANO FLORIDI

El desarrollo tecnológico se refleja en la inteligencia digital. Las dos corrientes sociales, en las que se divide el género humano en el siglo XXI, se describen en atrevidas formas definitorias: élites online y parias offline.

A.VÁZQUEZ ATOCHERO

La cultura actual es reacia a las explicaciones totales de la realidad, la conciencia del límite lo invade todo. Vivimos en una sociedad de pensamiento fragmentario, líquido o débil, donde la esperanza se escapa ante el empuje de la incertidumbre. Lo que llamamos globalización es un proceso de trasformación global, impulsado por la revolución tecnológica, pero que tiene una larga historia que se inicia con los grandes descubrimientos del siglo XVI. Un proceso cada vez más acelerado, donde la era de la información y de las nuevas tecnologías, están produciendo una nueva sociedad, cultura y economía, donde se desarrollan redes y centros de poder globalizados, estrategias económicas que favorecen a esos núcleos de poder, patrones globales de estratificación de clases, zonas del planeta fuertemente enriquecidas y otras muy empobrecidas.

La modernidad, caracterizada por la “cultura del libro”, ha dado paso a la cultura posmoderna, representada por la cibercultura. No es un producto exclusivo de la evolución tecnológica, está ligada al proceso de globalización, no solo en sus manifestaciones culturales, también sociales y políticas. Esta nueva cultura tiene sus ventajas e inconvenientes. Puede ayudar a romper el aislamiento de personas y grupos, pero tiene el peligro de encerrarnos en nosotros mismos, no haciéndonos salir hacia los otros. Por otro lado, la globalización digital es muy desigual, las nuevas tecnologías no han llegado a todos los lugares del planeta, una “brecha digital” está dividiendo el mundo, entre conectados y no conectados.

El acceso a las nuevas tecnologías ha crecido en los últimos diez años, no solo en los hogares, también en los centros educativos y se ha acelerado con la pandemia, al menos en los países más desarrollados. Pero también debemos de destacar que sigue existiendo una brecha digital entre usuarios y no usuarios, según el Instituto Nacional de Estadística, es debido a una serie de factores: la falta de infraestructura (en particular en las zonas rurales), la falta de conocimientos de informática y habilidades necesarias para participar en la sociedad de la información, o la falta de interés en lo que la sociedad de la información puede ofrecer.

La brecha o desigualdad digital se ha evidenciado en el momento más necesario de la COVID-19, donde las nuevas tecnologías han sido imprescindibles para comunicarse con la familia, en clases virtuales en los centros educativos y universitarios que desde marzo fue no presencial, en la atención sanitaria. Esta brecha digital ya existía anteriormente, pero se ha mostrado más evidente durante la pandemia, sobre todo en las zonas rurales y en familias más desfavorecidas. Es cierto, el acceso a la fibra óptica aumentó en los últimos años, pero no es así en el ámbito rural. Para hacer uso de las nuevas tecnologías es necesario disponer de medios y una señal de suficiente calidad.

También tenemos que tener presente para la brecha digital, variables como la edad o grado de estudios terminados. El uso de Internet es una práctica mayoritaria en los jóvenes de 16 a 24 años, con un 99,7% en los hombres y un 99,6% en las mujeres. Al aumentar la edad desciende el uso de Internet en hombres y mujeres, siendo el porcentaje más bajo el que corresponde al grupo de edad de 65 a 74 y más años (un 74,6% para los hombres y un 72,0% para las mujeres). Los valores más altos de la brecha digital, corresponden a las edades más avanzadas.

El concepto de brecha digital hace referencia al desigual acceso a los usos de las tecnologías de la información entre los grupos sociales, económicos, de género, de procedencia, etc. También es necesario añadir el nivel formativo y la competencia digital para el acceso, que no solo será fundamental en los próximos años en la vida doméstica, sino en la sanidad y en el mundo educativo. Se está estableciendo un nuevo paradigma para el aprendizaje, donde los estudiantes tienen la posibilidad de construir y controlar su propio aprendizaje.

La discriminación tecnológica constituye una nueva forma de pobreza y exclusión social, al privar a una parte de la ciudadanía de recursos esenciales para desarrollarse y generar riqueza. Para el desarrollo de una sociedad digital se propone una Agenda digital para Europa en los próximos años que promueva entre otros objetivos, el acceso a Internet y su utilización por todos los ciudadanos europeos, especialmente mediante actividades que apoyen la competencia digital y la accesibilidad. La reducción de la brecha digital requiere inversiones, pero también la concienciación de los poderes públicos que deben contribuir no solo a la formación digital, también facilitar su acceso. Hoy tenemos programas de “pobreza energética”, no serán menos necesarios los de “pobreza digital”.

Toda esta realidad plantea grandes desafíos para nuestras sociedades, es claro que abre grandes posibilidades, con las consiguientes ventajas en la educación, en una atención personalizada en medicina, en la creación de nuevos aparatos que hagan la vida más fácil a los ciudadanos, nuevas formas de acceso al mercado sin intermediarios, etc. Pero también está creando grandes retos, como calidad de los contenidos (en la red se encuentra de todo), nuevas formas de organizar el trabajo de los individuos, etc. El gran reto, es que las redes puedan hacer a los individuos y sociedades más humanas, no reduciendo toda la realidad a lo virtual, pero sin renunciar a sus beneficios, evitando las brechas que dividen a los individuos. Es necesario recobrar lo verdaderamente humano sobre las tecnologías y no reducirlas a simple negocio, deben servir para la promoción del individuo, ampliando los horizontes del bien y de la verdad, sin los cuales cualquier sistema social, económico o político está abocado al fracaso.

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