Antonio Grande durante la novillada de hoy en Salamanca - Foto: Miguel Hernández


TOROS
Actualizado 10/09/2021
Redacción

Acudía hoy a La Glorieta, con ese ansia de cuchifrito, gloria bendita en la boca, aplicada al toreo

Un sabor vinculado a mis mejores recuerdos en Salamanca es el cuchifrito de mi amigo Jose, en La Fresa, siempre presente en mesas presididas por alegrías y reencuentros, en ferias y celebraciones, en días felices en esta ciudad dorada que me ensancha el alma sólo con verla aparecer a lo lejos cuando voy llegando con el coche por la carretera de Zamora.

Lo cuento porque las últimas dos veces que pisé la taberna, antes de que la pandemia nos robase la noción del tiempo, llevaba el cuchifrito grabado en la mente como un mantra, con ganas, con ansia, como si no hubiese un mañana, y me di de bruces con la cruda realidad: no había, se había acabado.

Y así, con esa sensación de estómago huérfano, de deseos robados; con el deseo de quien se las promete muy felices, con ganas de ver cómo se abren paso los toreros del mañana o el debut a lo grande de los novillos de La Ventana del Puerto, acudía hoy a La Glorieta, con ese ansia de cuchifrito, gloria bendita en la boca, aplicada al toreo. Pero la tarde devino en tostón, ni asado, ni cocido, ni frito; en un quiero y no puedo que no pudo tomar en ningún momento vuelo, insípida, a pesar de que sobre el papel y en el paladar de los buenos aficionados las sensaciones no podían ser mejores, con los dos novilleros punteros de Salamanca y uno que viene arreando desde el otro lado del Atlántico.

Sazonando en reposo, sin prisa, como se marina la carne delicada del lechón, había muchos ingredientes en el cartel que hacían presagiar el festín deseado: una ganadería en racha; la belleza del capote y la pureza del toreo de Antonio Grande; el valor sin fisuras, de escalofrío, y la absoluta entrega de Diego San Román, más cuajado incluso que algunos de los novillos que han saltado al ruedo, que ya pide toro-toro; el temple y regusto de Manuel Diosleguarde, que se ha ganado por derecho propio el pasaje a Madrid en Otoño después de arrollar en los circuitos de novilleros.

De todo ello hubo asomo, deslabazado, sin continuidad, en una especie de gazpacho para el olvido. Una tarde de una solitaria oreja de Antonio Grande, que se las vio con el mejor lote, en la que se vieron detalles de su capote clásico, de la belleza de sus.formas y en la que San Román pasó con creces la reválida de su valor seco, impasible, en sus gaoneras, con los riñones apretados y las zapatillas clavadas, o su faena de poder a poder con el quinto, que prometía guerra de salida y se quedó parado en cuanto se sintió vencido, pero con ese peligro sordo de los que se saben con fuerza. Y después de jugársela sin trampa, el mundo alrevés, el novillo fue aplaudido y el mejicano incluso pitado por corresponder con un saludo a quienes sí supieron ver y reconocer su exposición y esfuerzo.

A una Salamanca fría, medio dormida en los tendidos, sólo la despertó la ligazón de una meritoria serie en redondo de Diosleguarde con el que cerraba plaza, rebrincado como también lo fue su primero, al que logró someter por la derecha, o el ceñidísimo quite de San Román en el quinto, con el capote a la espalda, vertical, citando por gaoneras en la misma boca de riego, luciendo a un novillo que se arrancó con buen tranco y que hacía presagiar una lucha de poder a poder que desembocó en una faena de absoluto compromiso del novillero azteca que, sin embargo, no caló en los tendidos, quizá porque está tan sobrado que no dejó ver el peligro.

Lo mejor, lo que pudo ser y no fue, fue la promesa con el cuarto, bravo,que pedía faena por abajo y con suavidad y con el que Antonio Grande no terminó de acoplarse, con pasajes intermitentes pero que no encontró ritmo ni continuidad para despegar y hacer soñar a La Glorieta.

Tampoco los aceros jugaron a favor de los novilleros en una tarde en que los que íbamos a por cuchifrito nos fuimos con las ganas, lo pillamos fuera de carta, y los que escribimos de esto a pie de tendido hacíamos un ejercicio de narrar poco menos que la nada sin morir en el intento.

Para cuchifrito, el de La Fresa.

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