A los españoles nos ha gustado desde siempre denigrarnos diciendo frases de este jaez: "En cualquier otro país esto no ocurriría?" O aquella otra: "En un país serio a nadie se le ocurriría hacer las cosas como se hacen aquí?"
No sé si esto se debe a un complejo atávico de inferioridad o a que somos los primeros que se han creído la leyenda negra inspirada por nuestros rivales europeos cuando las luchas por dibujar el mapa político del viejo continente.
Ahora mismo estamos en ello a cuenta de las sucesivas repeticiones electorales, como si eso no hubiese sucedido siempre en Italia, Holanda y otros países. Y menos mal que en ellos hay elecciones, porque en gran parte del mundo actual no se permite votar.
Ocurre, también, cuando se pretende echar mano de cualquier estadística amañada para demostrar que somos peores que los demás, aunque en general lo hacemos sin datos, ya que éstos irían en contra de nuestras tesis. Por ejemplo: "Aquí hay más violencia contra la mujer que en ninguna parte", cuando nos preceden en violaciones en Suecia y Dinamarca, sin ir más lejos. O "nos estamos convirtiendo en un país muy violento", cuando la misma Francia nos gana en ello por goleada, o "éste es el país preferido del terrorismo yihadista", cuando los violentos se sienten muchísimo más a gusto practicando sus fechorías en Bélgica o Gran Bretaña, por ejemplo.
O sea, que no somos tan distintos ni, mucho menos, peores que los demás.
Y volvemos a lo de votar. En un país tan serio, al parecer, como Estados Unidos, los electores de algún Estado votan hasta si es admisible despertar a un oso cuando está durmiendo (y no por el evidente peligro que ello conlleva). Nosotros no somos tan chuscos ni tenemos tantos osos. Simplemente tratamos de poner al día las preferencias de nuestros ciudadanos y de ver si éstos se decantan por nuevas formaciones o prefieren a las de siempre. ¿Qué hay de malo en ello? ¿Que votar cuesta un huevo? Pues mucho mayor es el déficit de la mayoría de las televisiones autonómicas y nadie se rasga las vestiduras por bien prescindibles que éstas sean.
Enrique Arias Vega