OPINIóN
Actualizado 19/05/2019
Paco Blanco Prieto

En plena campaña electoral, es bueno distinguir dos tipologías muy definidas de aspirantes a poltronas de terciopelo: los "candidatos", que representan una especie en extinción; y los "electoreros", que ocupan en las listas muchas plazas disponibles. Esta diferenciación nos permite separar el grano de la caja; sí, de la caja, no paja, porque los electoreros buscan la caja que hay escondida entre la paja de las listas electorales, siendo fauna mayoritaria que amenaza con invadirnos aún más de lo viene haciéndolo.

En Roma, cuando un ciudadano aspiraba a algún cargo público, se vestía de blanco. De ahí vino cándido, candidatura y candidato como persona de alma limpia y testimonial vida de entrega a los vecinos, adornada con virtudes ejemplares como la generosidad, humildad, solidaridad y verdad, con aspiraciones de servicio público, interés por el beneficio común y vocación pacifista.

Por eso, no debemos confundir candidatos y electoreros, pues no es lo mismo ofrecerse generosa y honradamente para servir al pueblo, que servirse del voto del pueblo para beneficio personal, despilfarrar el erario público, favorecer a los amiguetes y promover la corrupción.

La diferencia entre candidatos y electoreros es clara y terminante para los ciudadanos despiertos, pero despista a votantes ingenuos, incapaces de distinguir unos de otros, porque los electoreros se disfrazan de candidatos, utilizan sus mismos discursos y reproduciendo gestos propios de candidatos, al tiempo que prometen cuanto se les antoja, utilizando con cinismo la careta.

Tanto unos como otros se nos presentan en listas cerradas, lo cual dificulta nuestra elección, porque los candidatos están rodeados de electoreros camuflados entre ellos, complicando la opción a tomar por los votantes que aspiran a listas abiertas inesperadas en los presentes comicios y en futuras elecciones partitocráticas.

Si hubiera cazadores delibelianos independientes de los tramperos, podríamos elegir sin problemas a los orejisanos y sarabaítas, evitando caer en seducción de los embaucadores que acechan en las listas electorales confiando en que los votantes no perciban la piel de cordero que envuelve al lobo que está a la espera.

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