César Vallejo nos hizo chirriar con sus poemas, nos dio poemas como arañazos, nos apartó de lo melifluo y lo rebuscado, nos hizo saber que éramos humanos, que íbamos con un pan bajo el brazo y eso era más importante que él álgebra, le pidió a España como un cristo desgarrado que apartara de él el cáliz de la guerra y de la barbarie, nos clavó algunos poemas como cuchillos, juzgó al ser humano con todos los considerandos y dejó la sentencia en vilo, nos hizo saber qué vino tan vino era el vino, usó las palabras para darnos una cordialidad afilada, para hacernos saber que antes de nada somos hombres, que estamos desamparados y hacemos preguntas como golpes.
Parece ser que estuvo en Salamanca, entre los saberes de la Universidad y las angustias empozadas de la Cueva. Y en el Palacio de la Salina se ha hecho una exposición en homenaje a él. Pero en esa exposición solo hay portadas de libros usados que cualquiera puede conseguir, fotografías ampliadas de internet, algunos poemas suyos en formato grandes. Yo de verdad que esperaba algo más. Salamanca tiene mucha relación con Hispanoamérica y especialmente con Perú. ¿De verdad en Salamanca no podían haber conseguido algo especial, algún texto inédito o de su mano, alguna fotografía más íntima, algún resto de su paso por Salamanca, algo de la mujer que lo acompañó con ternura feroz y que lo vio morir en París bajo la lluvia?
Fui con mucha ilusión, pero solo había dos salas con cosas, y el Palacio de la Salina tiene muchas más salas, y vi allí exposiciones en que se dedicaban más espacios, los lugares subterráneos que le hubieran ido bien estaban cerrados, aquello se veía enseguida, uno se quedaba con la cuchara en la boca. ¿De verdad que aquello era todo, que no podían haber traído a Salamanca un poco de su sabor dramático, de sus metáforas acongojadas, de sus sacudidas hirientes, de su tristeza de carne y miedo?