Viloria, Cadavid y Alencart, en Salamanca. Foto de Patricia Valenzuela


OPINIóN
Actualizado 24/01/2018
Redacción

Se expresa lo que se sabe

pero a veces en medio de la página

se accede a lo que no se sabe

se usurpa un lugar desconocido

aparece una presencia que se intuye

se acoge al desconocido y se le deja hablar

Alguien debe hacerse cargo de lo que no se sabe.

+ + +

Lo que sigue ya lo escribí
Estuve en el lugar que me indicaste
Veo lo que dijiste que vería
Estuve al otro lado
Ya no soy el mismo
Este es el comienzo
Lo que sigue ya lo escribí.

Jorge Cadavid

Nacido en la ciudad de Pamplona - la colombiana no la de Navarra -, el poeta Jorge Cadavid es autor de una significativa obra poética que a veces, abatido, escribe y comunica; sin tapujos ni disimulos, el poeta sostiene: "desde el principio del verso / no hay camino // Deberíamos escribir sin palabras / La idea más transparente / del poema es callar". Empero su labor termina siendo una vigorosa trova a la vida en todas sus dimensiones.

El escritor - sin proponérselo formalmente -, recuerda que en la naturaleza conviven diferentes reinos que han dado origen a disímiles taxonomías. Aristóteles fue el primero en diferenciar dos reinos: el vegetal y el animal, el primero caracterizado por tener "alma vegetativa" que le da reproducción, crecimiento y nutrición; el segundo tiene además un "alma sensitiva" que otorga percepción, deseo y movimiento. Posteriormente, los diligentes estudiosos de la biósfera han propuesto nuevos reinos que condujo incluso a plantear hasta siete diferentes. Cadavid prescinde de esas ilustres iniciativas, a objeto de que sea la emoción poética la que divida y distinga su personal naturaleza que no puede, por lo demás, prescindir del hombre y sus recónditas querencias.

La vegetación - ese verdor que le brinda clorofila, tinte y color a la existencia humana -, el bardo la hermosea en su muy personal herbario, que - como buen herbolario-, cuida, riega y protege, en botánica solidaridad. No distingue el escritor entre árboles o arbustos, matojos o bejucos, sotos o matorrales, su herbarium tampoco diferencia entre las plantas yacentes o errabundas, las que prefieren el jardín placentero o la insegura senda, para todas ellas hay una distinción, en especial, para los árboles nómadas, vagamundos, viajeros, andarines, errantes por necesidad, que germinan en busca de un anhelado e inexistente infinito y brotan ? de sopetón- de las intimas cartillas del poeta, quien comparte su ramaje, leamos:

Allá van los árboles

expulsados del rebaño

de viaje por los campos

Sólo se diferencian de los animales

en que carecen de domicilio

Sobrepasan la noche

y llegan donde principia el día

Algún filósofo naturalista

lanzó la idea escandalosa

de que los ineptos por constitución

para la vida nómada eran los humanos

Desasosegados pero estáticos

nunca entrevieron la velocidad de un árbol

la prisa sutil de su corteza

para ser madera

el ritmo de los frutos

para caer y levantarse

Qué del movimiento vertiginoso

de sus raíces para buscar un camino que no existe

y de las ramas alargando sus brazos

espectrales para tantear el infinito.

La poesía de Cadavid se nutre igualmente de esos bichitos, insectos voladores o rastreros, bienvenidos o repudiados, decibelicos, molestos; inadvertidos o evidentes incomodan al existente con su bisbiseo, el reposo y el sueño se dificultan. Entomólogo resulta ser también el poeta botánico, quien en su diario entomológico, ad hoc y deliberado, reivindica por igual a moscas ?" la mosca en la red de la araña / intenta resolver la ecuación / despejar la incógnita / entre esta álgebra transparente / La mosca improvisa una métrica / perfecciona hasta la filigrana el nudo / inventa paso a paso el error" -, abejas, luciérnagas de renovada luz, y en especial, a las organizadas, gregarias y hacendosas hormigas, a las que - como colegas escritoras - dedica varios poemas laudatorios:

Las hormigas han hecho un camino

por entre las letras

Oigo su marcha

segura por los renglones

Cada una carga su sílaba

y la deposita en el espacio

vacío de su página

No entiendo qué hace aquella solitaria

lejos del camino

con una palabra diez veces

más grande que ella

sobre su espalda.

Derviches y sufíes oran y danzan en busca de la ansiada eucaristía con su dios; colorada y colorinamente trajeados, se suman a los reinos del poeta a objeto de que el hombre y su deseada trascendencia tengan estampa en la ecuménica poesía de Cadavid, en su tolerante Casa de David: dancemos oficiosos al ritmo de sus versos y acompañemos al derviche en su giróvago frenesí:

El derviche borra su rostro

La eternidad y el instante

se intercambian

En la túnica la ingravidez

del blanco torbellino de los pliegues

la levitación, su única evidencia

Los brazos languidecen

su cabeza se inclina

anegada sobre el hombro

El derviche ciego

no necesita lugar para volar

en su claro delirio

ha tachado la realidad

Su destino no es el aire

Viaja del polvo al vacío

por el envés del firmamento

Ha llegado a ser lo que no existe

su vuelo en el cielo inmóvil

bien podría semejarse

a la ausencia

El denodado objetivo poético que se propuso alcanzar Jorge Cadavid, a fuerza de versos y más versos, ciertamente lo ha conseguido y variados reinos son conquistados por su poesía.

Quiero hacer cosas con palabras

por ejemplo, construir un vaso de vidrio

y una imagen clara como el agua

que atraviese su forma devota

Quiero beber su espectro luminoso

en el gastado hilo del día

Deseo sentir el recorrido absorto

de la transparencia en mi garganta

y verificar en silencio

que las ideas descienden líquidas

y es imposible retener su caudal

con solo mi pensamiento.

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