OPINIóN
Actualizado 26/03/2017
Redacción

En Berlín aún quedan anciano -pocos, por fortuna? que un 13 de agosto de 1961 vieron desde la parte oriental de la ciudad levantarse un muro que asfixió su vida todavía más durante los siguientes 28 años. Esos ancianos a que me refiero habían sido conscriptos durante los últimos días de Hitler para defender el III Reich, luego fueron hechos prisioneros por los rusos invasores y finalmente vivieron una vida gris y sin esperanza en la peor parte de la dividida posguerra. Ya ven si la suya no es una tragedia sin ningún tipo de gloria ni de heroísmo.

Una mínima parte de esa existencia miserable tras el Muro, controlada por 100.000 agentes de la policía política y otros 200.000 informantes, quedó magníficamente relatada en el filme La vida de los otros, de Von Donnersmarck, que mereció en 2007 el Óscar a la mejor película de habla no inglesa ?cinta, por cierto, tan laureada como tan poco conocida hoy en la Alemania bienestante y en el resto de la olvidadiza Europa.

La, con todo, inevitable y obsesiva evocación del Muro y su correspondiente y lucrativa secuela turística, hace que los berlineses hayan borrado prácticamente los recuerdos anteriores del régimen nazi, para ellos tan lejano en parte como la historia del Káiser Guillermo II o la capitalidad política de Bonn durante más de cuarenta años.

La realidad de la antigua Alemania del Este encuentra acomodo físico en el museo de la DDR, que a los forasteros más mayores nos deprime por la sordidez pretenciosa de la insignificante vida cotidiana de entonces, salpimentada con grandilocuentes proclamas de los jerarcas comunistas de la época. Sin embargo, el tiempo todo lo banaliza y los visitantes más jóvenes prefieren jugar con los futbolines de hace treinta y tantos años que observar las salas de interrogatorios de la policía política.

La predilección de los berlineses en mirar hacia adelante supone, sin embargo, un motivo de esperanza. Berlín es una ciudad de jóvenes y para jóvenes, bulliciosa y activa, en permanente estado de construcción. Con un paisaje urbano de grúas y otro anímico de constante optimismo, muchos la consideran la única y real capital de Europa que, sorprendentemente, aún tiene mucho más futuro que pasado.

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