OPINIóN
Actualizado 25/02/2017
Redacción

Hace ya mucho tiempo que están casi de moda las palabras con el prefijo post. Quizás es porque la percepción del tiempo se ha acelerado de tal forma que cualquier cosa ya no es presente, no permanece, pasa rápidamente y el instante mismo de actualidad comienza ya a ser pasado. De esta forma todo lo real es post, lo anterior ya no existe.

Se aconseja prescindir de la t a no ser que la siguiente palabra empiece por s, así postsocialismo. Ahí andan desde los viejos posdata o posguerra, hasta posoperatorio o poscristianismo o posverdad. Y a estos dos últimos quiero acercarme un momento.

Ø La posverdad

Esta es la palabra del año para el Diccionario Oxford, que ha constatado un incremento en su uso "en el contexto del referéndum británico sobre la Unión Europea y las elecciones presidenciales en Estados Unidos", hasta convertirse en un término habitual en los análisis políticos, incluidos el independentismo catalán, añadiría yo, y la información bancaria.

Según la editorial del Oxford, el término se usó por primera vez en un artículo de Steve Tesich publicado en 1992 en la revista The Nation, en el que hablaba de la primera Guerra del Golfo. Tesich lamentaba que "nosotros, como pueblo libre, hemos decidido libremente que queremos vivir en una especie de mundo de la posverdad", es decir, un mundo en el que la verdad ya no es importante ni relevante. Y sigue la editorial: «La sustancia fundamental de la 'posverdad', corrompida y corruptora, es justamente que la verdad ya no importa», «La comunicación ha entrado en una era que los expertos definen como la de la 'posverdad política'».

En resumen: los hechos objetivos apenas cuentan a la hora de modelar la opinión pública, lo que vale es lo que se dirige a la emoción del oyente, al interés del comunicante y a las preferencias de los dos.

Y esto se hace vida diaria ante cualquier noticia, en la conversación más trivial y en el tratamiento de un tema importante o en la crónica del suceso más sencillo. Y si esa manipulación hasta el absurdo se hace viral, el objetivo está cumplido y el necio mentiroso queda a gusto y realizado. Apenas le costaría dos segundos comprobar los hechos o comparar fuentes y garantías, pero no merece la pena y da lo mismo; o mejor, le interesa justamente ese equívoco que ha provocado.

De esta forma la información, la historia en todos su niveles, la veracidad de los hechos y la honestidad de las personas son borradas del mapa de la actualidad diaria. Los ejemplos, cerca y lejos, pequeños y grandes, se multiplican a nuestro alrededor. Por eso el que mira, el que oye o el que lee tiene que hacer un ejercicio extra que antes quizás no era tan necesario: sospechar de toda afirmación, incluida ésta, y comprobar lo que esté a su alcance. Así de complicado.


Ø Poscristianismo

No es un movimiento anti (iniciados con diferente resultado en casi todas las épocas desde los poderes romanos hasta hoy) ni un re (varios intentos de reinvención de la religión cristiana en la historia, desde la el emperador Juliano hasta la Revolución francesa), sino un pos: es una pretendida superación por supuesta elevación en el mejor de los casos, o por desvío lateral lo más frecuente; recogiendo lo mejor de la herencia (libertad, prevalencia de la persona, conciencia, valor del mundo, paz, responsabilidad, fraternidad, silencio positivo, etc?) se dejan juicios y dogmas por irracionales y se abandonan costumbres, ritos, estructuras, mandatos, etc. por pretéritos y no operativos en un mundo como el de hoy. Se cortan las viejas ramas que obstaculizan el progreso, se aprovechan las verdes todavía y se le injertan otras nuevas con las que llega el futuro. Y todo ya al gusto especial y exclusivo del consumidor. La fábrica en sus modelos no decide los complementos, es el cliente el que decide los elementos que va a incorporar su coche, a su gusto y a su medida. También la religión y la Iglesia son un mostrador donde cada cliente elige su artículo y desdeña los demás.

Esto se ve hoy constantemente en el juego diario de intenciones, desde el que acepta a Dios pero a su modo y sin Iglesia hasta el que quiere bautizo o primera comunión para su hijo pero desdeña el matrimonio cristiano y hace años que no va a misa como ejercicio primordial de identidad cristiana. Ya no es cristiano, ni de convicción ni de práctica, pero quiere algunas cosillas sueltas por gusto o por estética o por interés. "Hágalo usted mismo", decía la vieja invitación del bricolaje de fin de semana. Pues algo así, solo que peor porque esto no es con madera prensada sino con materiales más graves y de alto valor humano.

No le es fácil hoy al ciudadano no practicante habitual entender y aceptar que en esto de la fe va el paquete entero y no se sirve por piezas o fascículos, aunque la práctica de la Iglesia a veces parece confirmar como posible semejante imposibilidad. Es como si en el cuerpo humano la persona fuera eligiendo unos miembros sí y otros no, haciendo un pequeño monstruo de vida imposible. Sólo la totalidad da sentido a cada parte.

Este sería uno de tantos modelos de poscristianismo, una de las formas de dejar el camino cristiano y hacerse cada uno su propio camino. Hay otros mucho más ambiciosos y racionales y otros de menor escala aún para andar por casa todos los días, sin fe, claro, pero con ciertas necesidades plácidamente cubiertas.

No hay sitio para más. Son dos ejemplos de post y los dos actuales, de moda casi. A mí, los dos me parecen falsamente atractivos para hoy y muy peligrosos para mañana. El tiempo, tan implacable, lo dirá.

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