OPINIóN
Actualizado 26/12/2016
Redacción

Un año más, Mabel y yo hemos celebrado la "misa" o liturgia de Vigilia de la Navidad, presidida por D. Juan Pedro, nuestro párroco, en la iglesia de al lado (Aldearrubia, imagen 3), a las doce de la noche, hora de la Misa del Primer Gallo, en la que se lee el Evangelio de Lucas (2, 1-14), el más hermoso de los testimonios de la Navidad Cristiana.

Con ese texto en la mente, cuando amanece la luz nublada del 25 de Diciembre en San Morales, quiero ofrecer mi reflexión sobre la Historia de la Navidad, partiendo del motivo de esa Misa de Vigilia, que debería llamarse "misa de pastores" pues ofrece la mejor introducción posible al día y fiesta del Nacimiento de Dios.

El evangelio de Lucas, proclamado este noche, es un texto de hondo simbolismo que recoge y expresa de manera sencilla y formidable algo de aquello que pasa cuando Dios se hace hombre, la vibración del cielo, con el ángel de Dios y el coro de los ángeles, con la admiración de la Noche y de la vida, con la niña de abajo (2ª imagen), subiendo en globo el muro que siguen poniendo los hombres, para que María y José no pasen las fronteras... Pero el Niño Jesús rompe y pasa todas las fronteras.

Es secundario si fue un 25 de diciembre u otro día, en sentido histórico, en la fría noche de Belén, los pastores no solían estar de guardia al raso, como tampoco la pasan al raso estos días, aquí en Salamanca, mis amigos pastores de Aldearrubia, a quienes Juan Pedro, el párroco ha querido evocar. Pero hemos celebrado la fiesta de la noche, con el Gallo que ha cantado en nuestros corazón anunciando la llegada de la Luz.

No sé si en otros lugares dejan entrar a la Iglesia a los pastores con rebaños ; esta noche con nosotros han entrado, se les notaba bien. Han estado o, mejor dicho, hemos estado todos en la Iglesia Rubia de Piedra del Villamayor, en la Aldearrubia, porque odos nosotros, éramos pastores a la espera de Jesús en el silencio de la noche de gallo, presidida por Juan Pedro.

En aquel tiempo pasado, hacia el 6 a. C., cuando nació Jesús, sólo los pastores lograron atravesar el muro que los poderosos del mundo habían construido ya en torno a Belén (un muro sin alambradas, ni bloques de cemento) para que no entraran los padres del Niño prometido, para que nadie pudiera celebrar el nacimiento de Dios, tras las grandes fortalezas del Herodes de turno.

Expulsaron a Jesús de la ciudad, pero los pastores estaban allí, y llegaron de los campos, en la noche, guiados por las estrellas guardianas de la vida. Así lo quiero reflejar en el comentario del texto que ahora sigue. Pues bien, también nosotros, unos cuantos, del entorno de Aldea-Rubia hemos estado en la noche nublada de humedad, sin estrellas, pero llena de la EstrellaJesús.

Así lo quiero comentar con la luces de la mañana de este nuevo 25 de Diciembre, día del sol Jesús. Para todos un saludo y un deseo feliz de felicidad.

Hoy hubiera cumplido mi madre 115 años. Por eso la recuerdo esta mañana con nostalgia gozosa. Eguberrion de nuevo, un Día de Navidad gozosa para todos. Con el corazón lleno del canto de los ángeles pastores del cielo, en honor de Jesús nacido, mi canto de felicidad, con Mabel, que ha venido feliz de la misa.

Texto de la Misa de Gallo: Lc 2, 1-14


En aquel tiempo salió un decreto del emperador Augusto, ordenando hacer un censo del mundo entero. Este fue el primer censo que se hizo siendo Cirino gobernador de Siria. Y todos iban a inscribirse, cada cual a su ciudad. También José, que era de la casa y familia de David, subió desde la ciudad de Nazaret en Galilea a la ciudad de David, que se llama Belén para inscribirse con su esposa María, que estaba encinta. Y mientras estaban allí le llegó el tiempo del parto y dio a luz a su hijo primogénito, lo envolvió en pañales y lo acostó en un pesebre, porque no tenían sitio en la posada. En aquella región había unos pastores que pasaban la noche al aire libre, velando por turno su rebaño.

Y un ángel del Señor se les presentó: la gloria del Señor los envolvió de claridad y se llenaron de gran temor. El ángel les dijo:

--No temáis, os traigo la buena noticia, la gran alegría para todo el pueblo: hoy, en la ciudad de David, os ha nacido un Salvador: el Mesías, el Señor. Y aquí tenéis la señal encontraréis un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre.
De pronto, en torno al ángel, apareció una legión del ejército celestial, que alababa a Dios, diciendo:

--Gloria a Dios en el cielo y en la tierra paz a los hombres que Dios ama"
Historia y símbolo

El nacimiento de Jesús es un hecho histórico, pero el evangelio de Lucas lo introduce en un fuerte contexto simbólico, interpretándolo como acontecimiento salvador, relacionado con relatos y mitos que suelen contarse al hablar del origen de los héroes divinos o profetas, tanto en Israel como en otros pueblos:

- Históricamente, Jesús nació de una madre conocida, en un lugar y tiempo que ignoramos (probablemente en Nazaret), para iniciar una vida concreta de entrega a los demás y de anuncio de Reino, en amor, que le llevó a la cruz.

- Su nacimiento se ha narrado pronto como símbolo del amor providente de Dios, de un Dios que visita a los hombres, asumiendo su pobreza y ofreciendo, en medio de ellos, un fuerte testimonio de esperanza salvadora, en Belén, lugar de la genealogía mesiánica de David, un pastor que llegó a ser rey.

- El nacimiento de Dios puede y debe expresarse en categorías simbólicas (alguien diría míticas) más que racionales. Para expresar la presencia superior de Dios, los cristianos utilizaron formas y signos sagrados, poesías y figuras que provienen del contexto religioso judío y pagano (religioso) del ambiente.

Los hombres han sabido captar desde antiguo, de diversas formas (cf Hebr 1, 1-2), la presencia de Dios, el carácter paradójico de la vida, el valor sagrado de los acontecimientos. Por eso han narrado el origen de la vida con palabras de simbolización evocadora y creadora, como las que hallamos en el fondo de Lc 2, 1-14

Lucas: un contexto para el nacimiento de Dios.

Lucas no tiene que explicar ni razonar; simplemente cuenta, situando el nacimiento de Jesús en el contexto de historia y esperanza de la humanidad. Sabe que Jesús es el Mesías de Israel y así lo debe destacar, pero sabe al mismo tiempo sabe que es también el deseado de los siglos y así narra:

- En tiempo del César Augusto.... Parece que ya existe un rey perfecto, para todos los humanos, emperador de Dios sobre la tierra. Pues bien, en ese mismo tiempo, nace escondido el verdadero niño, rey excelso de la humanidad, mostrando que el otro (el César Augusto) carece del poder definitivo. Bajo un emperador universal (en tiempos de globalizaciòn del poder y del consumo), nace el Dios de la vida, sin más riqueza que un pesebre abierto de pastores.

- En tiempo del censo. El emperador ejerce su poder organizando un recuento de súbditos que le permita conocer a los hombres de su imperio, para exigirles tributo y tenerlos sometidos. En ese contexto, como miembro de un grupo oprimido, en camino de exilio llega el niño. No se sabe si ese censo se hizo en aquel tiempo, cuando nació Jesús, ni si obligaba a todos a empadronarse en el lugar de origen, pero sirve para situar a Jesús en el contexto histórico de un imperio que quiere tener dominio sobre todo, incluso sobre Dios. El imperio lo cuenta todo, incluso al Dios que nace, pero Dios no se deja "contar" de esa manera, sino que ama y ofrece vida por encima de todos los cálculos humanos

- En el lugar de los pastores. No le reciben en el pueblo sagrado de Belén (en la Catedral de XX, en el Palacio de YY, en las cortes de YY), no le acogen en las casas de los ciudadanos pudientes de la tierra,pues la tienen cerrada por el miedo a los ladrones. Por eso llega al mundo a cielo abierto y le reclinan sobre un pesebre de animales, de manera que así puede aparece como señor y salvador de todos los vivientes.

Otros símbolos. María de Belén

Muchos mitos cuentan de forma convergente el nacimiento de sus héroes nacionales o sacrales, tanto en Grecia como en el resto del oriente mediterráneo. Jesus se inscribe en ese grupo de seres peculiares que rompen los esquemas de surgimiento normal de nuestra historia. En la evocación de su nacimiento hallamos rasgos de tipo histórico/político (reinado de Augusto, censo) y otros de carácter cósmico/sacral (pesebre de pastores). Hay también una experiencia de pobreza intensa, de fuerte paradoja: nace el rey prometido de la gloria y el poder supremo (cf Lc 1, 32-33) y no tiene en este mundo nadie que le acoja (excepto María y su marido).

Pero, al mismo tiempo, la escena nos sitúa en el lugar de la esperanza regia israelita: ¡ha nacido en Belén! en virtud de una especial providencia. Es como si ellos (María y José) no lo hubieran previsto: han dejado en manos de Dios el transcurso de las cosas. Pues bien, Dios ha respondido por medio del César de Roma: su gesto de poder (imposición del censo) ha permitido que Jesús venga a surgir en la ciudad de David que se llama Belén, en contexto de vida pastoril (pesebre, campo), allí donde David tuvo su comienzo, conforme a la historia israelita que le ha recordado precisamente como pastor (cf 1 Sam 16, 1-13).

En esta escena María aparece de manera receptiva. Ella es madre y como tal protagonista de un relato que condensa el misterio y la esperanza suprema de la historia: una mujer que da a luz a su hijo primogénito (Lc 2, 7). Ese gesto la vincula a las madres de la tierra, que saben la importancia de tener un hijo: ¡la virgen (mujer joven) concebirá y dará a luz...!. Así había dicho Is 7, 14, recogiendo un motivo universal de Grecia y Roma, de India y China. Nuestro texto sabe que esa profecía se ha cumplido. La expresión y mediación personal (femenina) de su esperanza es María: da a luz a su Hijo y lo reclina en un pesebre (2, 7).

Pudiéramos decir de alguna forma que todo se ha cumplido. Los caminos del mundo reciben un sentido (tienden a Belén); los anhelos de la historia reciben contenido. Lo que parecía una ilusión, puro sueño, ha venido a realizarse. La esperanza no ha sido vacía; el deseo más hondo de los hombres no es mentira. María ha dado a luz a un niño que es Hijo de Dios sobre la tierra.

Sólo por esta evocación, María podría presentarse como signo supremo de esperanza para el mundo. Su figura se sitúa en el trasfondo del mito universal del nacimiento del hijo divino. Pero ella no es puro mito; no es la expresión intemporal de algo que siempre sucede y nunca se realiza plenamente. Los cristianos confiesan que en el centro de la historia, una vez y para siempre, María ha dado a luz al Hijo de Dios. Eso es lo que indica el símbolo cristiano. Eso es lo que ha dicho Lc 2, 1-7 allí donde se expresa y cumple la esperanza de la historia .

Revelación a los pastores: ha nacido la Palabra (Lc 2,8-21).

A Lucas no le basta esa esperanza general y quiere precisarla. La palabra clave es phatnê, pesebre, que aparecía ya al decir que el niño ha sido reclinado, recostado allí, porque no le dieron espacio en la posada (Lc 2, 7). En contexto de animales nace Jesús; es evidente que el pesebre evoca a los pastores. ¿Dónde estarán? Parece que han dejado los pesebres sin guarda o defensa, al aire del campo, a la luz de la luna, para que entre allí y tome resguardo el caminante (en este caso José y María, con el niño). Ellos permanecen en el campo inmenso, guardando sus rebaños en las guardias de la noche (phylakas tês nyktos: 2,8).

La noche tiempo de silencio abierto a la palabra de Dios que realiza su más hondo misterio sobre el mundo, como sabe Ex 11, 1-10; 14, 19-25) y los textos judíos que evocan el éxodo nuevo, en esperanza salvadora y justiciera. De la noche del principio (Gen 1, 1-2) pasamos a la noche de la creación escatológica:

Un silencio sereno lo envolvía todo y al mediar la noche su carrera,
tu Palabra todopoderosa se abalanzó, como paladín inexorable
desde el trono real de los cielos al país condenado;
llevaba la espada afilada de tu orden terminante;
se detuvo y lo llenó todo de muerte (Sab 18,14-16).

Esa es la Palabra que esperaba el judaísmo amenazado, recreando el nacimiento antiguo del éxodo en medio de la noche justiciera (Dios mata a los primogénitos de Egipto y salva a los hebreos del gran mar de destrucciones). Pues bien, ahora, en esta noche nueva del nacimiento mesiánico la Palabra de Dios nace en forma de Niño y quiere revelarse sobre el campo a los sencillos vigilantes, pastores de la tierra que observan las vigilias o guardias protectoras de la noche sobre el ganado amenazado por fieras o ladrones .

El evangelio de Dios. Los ángeles

Pero esta vez descubren algo superior. Han dejado abandonados los pesebres y alguien ha venido a utilizarlos en nombre de Dios. Pues bien, el Dios que se desvela ahora no quiere utilizar las cosas por la fuerza, no se apropia como fiera o ladrón de los pequeños bienes de los pobres; le han prestado los pastores su pesebre; él quiere revelarles su secreto. Por eso habla su ángel, en medio de la noche:

No temáis, pues yo os evangelizo
un gozo grande para todo el pueblo:
hoy os ha nacido en la Ciudad de David
un Salvador que es el Cristo Señor.
Y esta será para vosotros la señal:
encontrareis un niño
envuelto en pañales y recostado en el pesebre (Lc 2, 12).

El signo distintivo sigue siendo el pesebre (phatnê) donde la madre ha puesto al niño (2,7) y donde luego han de hallarle estos pastores (2,16). Ellos, guardianes de ganados sobre el campo, vigilando en la noche sus rebaños en guardia defensiva (no guerrera), serán privilegiados de la gran esperanza de Dios. Ellos son los herederos de las promesas de David. La ciudad del rey (Belén) está cerrada, no ha querido recibir a su Mesías. Pero hay otra ciudad regia y misteriosa, el verdadero Belén de David y del Mesías, en los campos del entorno, en el pesebre abierto en los rediles, en las guardias de la noche, mientras velan los pastores.

Ellos, los pastores de la vida libre y trabajosa, israelitas impuros (no pueden cumplir los reglamentos de la ley), despreciados por los fieles rabinos de la tierra, son portadores de la gran esperanza.

Cuando llega el momento del rey mesiánico no salen a la escena los reyes del mundo (César Augusto), ni los grandes maestros de Israel con sus sacerdotes (ni siquiera Zacarías,) sino sólo unos pastores:

- Esos pastores expresan la esperanza israelita, reflejada en el título de Cristo que el ángel ofrece al nacido; es también signo de esperanza la alusión a la ciudad de David, con las promesas del reinado mesiánico.

- También expresan la esperanza universal, pues los otros títulos que el ángel evoca para el niño (Sôter o Salvador y Kyrios o Gran Rey) pertenecen al deseo de salvación de la humanidad. Pueden entenderse en plano israelita, pero en sí mismos desbordan ese espacio y pueden (deben) proyectarse sobre un fondo universal .

Sólo los pastores comprenden el sentido del pesebre: en el lugar de los animales ha nacido y recibe poder sumo el Salvador y Cristo. Lógicamente se les abre el cielo y escuchan la voz del canto angélico: ¡Gloria a Dios en las alturas y paz en la tierra a los hombres de la buena voluntad! (= a los que Dios ama) (2,14). La misma gloria de Dios (doxa) se expresa en el mundo como paz humana (eirênê). Este es el contenido superior y radical (final) de la esperanza.

Los pastores corren a Belén y encuentran a María y a José y al Niño recostado en el pesebre. Es claro que se admiran: ¡reconocen la verdad de la palabra, el cumplimiento de la espera de los siglos, creen y veneran!. Sobre la cuna de Jesús se ha iniciado el camino de la nueva fe. Los primeros creyentes mesiánicos, los más hondos discípulos del Cristo son estos pastores. No saben cómo acabará la historia, no conocen todavía el recorrido y fin del Cristo, pero el signo del pesebre en una noche de guardia sobre el campo, les ha ofrecido una señal que vale para siempre:¡pueden alabar a Dios, ofreciéndole su canto de gloria sobre el mundo, manteniendo su oficio de pastores mesiánicos en el entorno de Belén!

Estos pastores del campo, que vuelven de noche a sus rebaños, glorificando a Dios y cantando sus himnos (doxadsontes kai ainountes ton Theon: 2,20) aparecen así como expresión humana de los ángeles que cantan sobre el cielo (2,13-14); son la iglesia celebrante, los nuevos sacerdotes de la historia de Dios, que ahora empieza a expresarse del todo entre los hombres.

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