OPINIóN
Actualizado 30/11/2016
Redacción
Siempre dije que de cuando en vez, sin acritud, oiga -que a mis años he aprendido que una de las mejores virtudes es la paciencia- volvería a insistir y a denunciar este atentado hecho a plena luz del día, en la esquina de la calle Libreros con la plaza de san Isidro. A las doce de la mañana llega una mastodóntica grúa, planta sus toneladas en los adoquines y eleva hasta el tejado de este edificio -cuya rehabilitación por otra parte es magnífica- aposenta, digo, este quiosco feo y horrendo como vergonzante atentado a la trama urbana de la ciudad. Hay está, dejando pasar el tiempo para consolidarse un par de siglos, que para entonces todos calvos y posiblemente el pegote se convierta en monumento.
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En este caso hay dos cosas muy claras. O se le dio permiso, por lo que procede un toque de atención a quien lo hiciere y habría que exigir responsabilidades políticas, no en balde éstos, los políticos, mandan en el ayuntamiento; o en Salamanca cada uno hace de su capa un sayo, sin respeto alguno, lo que le viene en gana ante la permisibilidad de las autoridades. Numerosos ejemplos parecidos nos encontramos repartidos por todos los rincones de nuestro inigualable casco antiguo.
Y la solución no es más que una: que vuelva la grúa y se lleve el adefesio.
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