OPINIóN
Actualizado 28/11/2016
Redacción

José María Corbí, cuñado de Rita Barberá, en unas declaraciones a la cadena COPE el pasado jueves afirmó que Rita ha muerto de pena. Para él, a Rita le costaba asimilar todo lo que durante las últimas semanas estaba pasando en su entorno. Cuando uno no entiende lo que le pasa a su alrededor y no consigue asimilarlo, el corazón se resiente. Esta clave del corazón es la más importante para explicar esta acontecimiento histórico que marcará un antes y un después en la política de todos los valencianos de bien.

La parada cardiorespiratoria que aparecerá descrita en su certificado médico será tan sólo la descripción biológica del calvario biográfico que ha sufrido en los últimos tiempos. Además de ser un órgano biológico, el corazón es un órgano biográfico que registra todo lo que le sucede a nuestro estado de ánimo. Como la salud sólo puede explicarse desde nuestra doble condición de animales biológicos y biográficos, cada vez es más habitual que los letrados tengan que hacer funciones de psicólogos, terapeutas, consejeros emocionales y hasta de amigos. Los liderazgos fuertes tienen su base en un corazón grande y en un corazón fuerte, pero este órgano vital no es inmune a la sensibilidad, la traición, la soledad, la incomprensión o el desamparo.

Durante estos días de luto que ha vivido la ciudad, los vecinos no han utilizado el pretérito perfecto sino el gerundio. Rita no «ha muerto», sino que «ha ido muriendo». La persecución, el ataque sin sentido y la tensión a la que se ha visto sometida ha minado progresivamente su salud. Y es algo que nos debería alarmar a todos porque en alguna medida no sólo deberíamos preocuparnos por lo que hemos hecho con Rita sino por la deshumanización de vida política a la que contribuimos diariamente con nuestro granito de arena. Además de escarnios públicos, linchamientos morales en toda regla y penas de telediario que tiran por tierra la presunción de inocencia, nuestra vida política necesita mayores niveles de humanidad, sensibilidad y, sobre todo, autenticidad, compasión y piedad.

Sin entrar a valorar la responsabilidad que los medios de comunicación y la administración de justicia tienen en este proceso de encanallamiento, ha llegado el momento de que los partidos y sus responsables directos evalúen los niveles de humanización en sus despiadadas prácticas cotidianas. Durante los 24 años de Rita como alcaldesa, cientos de profesionales que han dedicado parte de su vida a la política han sido ninguneados, olvidados, marginados y despreciados por los grupos políticos que representaban a los ciudadanos que sirvieron. No sólo faltan ciertas dosis de memoria y ejemplaridad sino algunos gramos de piedad o humanidad. Y también mucha generosidad de aquella con la que Rita se entregó, de una manera cordialmente desbordante, a todas las gentes de bien de España en Valencia.

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