"Os acostáis en lechos de marfil..., coméis los carneros del rebaño y las terneras del establo..., bebéis vinos generosos... y no os doléis de los desastres de José" He ahí un resumen de las invectivas de Amós contra los ricos egoístas de Samaría. Su tranquilidad no los librará de tener que salir muy pronto hacia el destierro (Am 6, 4-7).
El profeta-pastor se escandaliza no sólo por la comodidad de los ricos de Samaría, sino, sobre todo, por la indiferencia con la que tratan de ignorar las desgracias padecidas por las gentes de las tierras de Efraím y Manases. Pagarán su insensibilidad con la deportación.
En ese contexto, es muy significativa la exhortación da san Pablo a Timoteo: "Hombre de Dios, practica la justicia, la piedad, la fe, el amor, la paciencia, la delicadeza" (1 Tim 6,11). No podemos olvidar el salmo que hoy cantamos: "El Señor hace justicia a los oprimidos, da pan a los hambrientos, liberta a los cautivos"(Sal 145, 7).
El evangelio de Lucas nos presenta hoy la parábola del rico y el pobre (Lc 16, 19-31). Solo un manuscrito le adscribe al rico el nombre de Neves, que algunas tradiciones entienden como despectivo. El pobre se llama Lázaro, que significa "Dios ha ayudado". Además de esta diferencia, la parábola contrapone dos escenarios y tres tiempos.
? El primer cuadro refleja la vida de cada día. Vemos que el rico se viste de púrpura y de lino y goza de espléndidos banquetes. El vestido y la comida revelan la riqueza de que goza. Por el contrario, el pobre yace a su puerta, cubierto de llagas, que lamen los perros, y con ganas de saciarse de las migajas que caen de la mesa del rico.
? El segundo cuadro se abre al más allá de la muerte. El rico está en los infiernos. Reconoce al padre Abrahán. Y le ruega que envíe a Lázaro para que le refresque la lengua. Abraham lo reconoce como hijo, pero le explica el cambio de la suerte: él, que tuvo bienes en vida, ahora padece mientras que Lázaro, que solo tuvo males, ahora encuentra consuelo.
En la parábola hay todavía un tercer tiempo, en el que el rico intercede por sus hermanos. Si Abrahán les envía a Lázaro como mensajero, tal vez recapaciten y puedan evitar caer en el mismo lugar de tormento. Y aquí se mencionan otras dos respuestas de Abrahán:
? "Tienen a Moisés y a los profetas: que los escuchen". En la Biblia tiene una gran importancia la "escucha" de la palabra de Dios. En escuchar y cumplir esa palabra está la salvación. Por eso es preciso preguntarse qué es lo que nos impide escucharla.
? "Si no escuchan a Moisés y a los profetas, no harán caso ni aunque resucite un muerto". El pecado y la tibieza nos impulsan a vivir a la espera de una señal "especial" de Dios para decidirnos a cambiar de vida. Pero la señal ya se nos ha ofrecido.
- S
eñor Jesús, bien sabemos que la señal divina es la presencia humana del pobre. Así lo indicaban la Ley y los profetas. Y así nos lo has enseñado tú con tu ejemplo y tu palabra. No permitas que caigamos en el doble pecado de la satisfacción y la indiferencia. Bendito seas por siempre, Señor. Amén.
ORAR POR LOS VIVOS Y LOS MUERTOS
Sin la gracia de Dios no podemos conseguir los ideales de una vida virtuosa. La oración nos lleva a confiar en la misericordia divina, que viene en ayuda de nuestra fragilidad humana.
Esta obra de misericordia contempla el deber moral de orar tanto por los vivos como por los difuntos. Muchas personas vivas agradecerán que las recordemos en nuestra oración. Nuestros antepasados pedían para sus familiares difuntos la paz eterna, la superación de las penas del purgatorio o el acceso a la gloria eterna.
Nuestra fe nos dice que nuestra oración por los que han muerto no es un mero signo de cortesía o de gratitud. Con nuestra oración afirmamos que nuestro amor puede y debe ser más fuerte que la muerte. Creemos y confesamos que nuestro amor nace del Dios amor que a todos nos hermana, a todos espera y a todos acoge.
Durante la batalla de los hebreos contra los amalecitas, Moisés intercede por Josué y por sus tropas (Ex 17, 11-12). Y Salomón "ruega al Señor por él, por todo el pueblo, por las generaciones futuras, por el perdón de sus pecados y sus necesidades diarias" (1 Re 8, 10-61).
Judas Macabeo encarga sacrificios por los muertos en la batalla. El texto añade que "santo y saludable es el pensamiento de orar por los difuntos para que queden libres de sus pecados" (2 Mac 12,46).
Jesús escucha la oración de intercesión que le dirige Pedro por su suegra y la súplica del centurión a favor de un criado suyo. Escucha la súplica de Jairo y la de una mujer cananea por sus respectivas hijas. Presta atención a las gentes que interceden por un sordomudo y a un padre angustiado que le presenta a su hijo epiléptico.
Jesús escucha la oración de los demás y exhorta a sus discípulos a rogar aun por aquellos que les hayan hecho mal: "Amad a vuestros enemigos, haced bien a los que os odien, bendecid a los que os maldigan, rogad por los que os maltraten" (Lc 6, 27-28). No es un signo de masoquismo. Es la única forma de parecerse a Dios, que se compadece de buenos y malos.
En su exhortación "La alegría del Evangelio" el Papa Francisco ha recomendado la oración de intercesión. Por ella pedimos a Dios gracias para nuestros hermanos al tiempo que le damos gracias.
Nuestra oración puede manifestar nuestra profunda gratitud por lo que ellos son y han sido para nosotros, por los dones que han recibido, por la fidelidad con la que han servido a Dios y a los demás, por el testimonio de su vida y por el ejemplo que de ellos hemos recibido.
Por tanto, orar por los vivos y los difuntos no es un gesto ocioso. Es el signo de la comunión de los santos, en la que decimos creer cuando recitamos el Credo. Orar por los demás equivale a expresar con un signo personal nuestra fe en el amor de Dios a todos sus hijos. Interceder por los demás es un gesto que revela nuestra cercanía a la familia humana.
José-Román Flecha Andrés