OPINIóN
Actualizado 19/08/2016
Eutimio Cuesta

Por decir viva san Roque,

me metieron prisionero,

y ahora que estoy en la cárcel,

viva san Roque y el perro.

Este año, he venido con tiempo a san Roque, tan temprano que aún seguían muchas casas cerradas, y he podido comprobar, en vivo, las mil fatigas y trasudores, que tienen que soportar los peñistas hasta dejar sus cuchitriles, limpios como el jaspe, y en los que iba a anidar su divertimento durante todo el mes de agosto; y, hasta este instante, yo permanecí en el pueblo y asistí al entierro del jolgorio y alboroto hasta el próximo año, que responderé, como buen macoterano, a la convocatoria de san Roque.

Y tras mi vuelta a la ciudad, dentro de mi recinto rural, quedó el silencio, que aprovecharán las arañas para urdir sus lienzos a la solana del rayo de luz, que se cuela por la rendija de la puerta, y al amor del frío, en el largo invierno.

Este año, he podido vivir, en su salsa, la movida de la peña, que tengo enfrente de mi misma casa, pues me daba de narices con ella cada mañana, nada más abrir el cuarterón de la ventana, para que se me orease el sueño y la habitación; pero, a pesar de convertirme en un duermevelas por su natural pasatiempo, estos muchachos me han hecho sentir joven, a mí que me sentía viejo, demasiado viejo, para un tiempo tampoco muy viejo, pues aún me sonríe la salud y el evidente acierto.

Y estas ganas de vivir y de disfrutar de la alegría de la juventud, me ha reanimado todavía más, porque quien tiene ilusión por vivir, tiene perspectiva de futuro, sabe soñar y quien sueña mira con esperanza y espíritu de lucha el horizonte de la vida.

Hubo quien se ponía de mal humor por el barullo y la jarana de los muchachos peñistas; y la división de opiniones fue consecuencia de debate y desencuentros; y se respiraba una cierta desazón, entre ambos bandos, a veces, rayana con el conflicto. La diatriba se centraba en que los jóvenes defendían "que no se rompía la noche", que la noche se había creado para la jarana; mientras los mayores se aferraban en que la noche se había hecho para descansar. La batalla está servida, y, en esta polémica, no valen las medias tintas; pero todo, en esta vida, tiene solución, menos eso que llaman muerte; y me atreví a mediar en la disputa y propuse que, durante los días festivos, se invierta jornada: el día pase a ser noche, y la noche, día; y lo que hoy son tareas del día, se realicen por la noche, e insistí que esta medida traería la armonía, la sintonía necesarias entre unos y otros, pues, mientras unos se divierten, otros se pueden entretener en los quehaceres domésticos; y, durante el día, todos a descansar: unos de la resaca, y otros, de la faena cotidiana.

Y a dormir todo el mundo a pierna suelta, mecidos por el silencio más absoluto; así las aspiraciones de unos y de otros no chocarían; todo sería una balsa de aceite, un paraíso de paz en donde el entendimiento nos aliaría a todos en torno a un Santo, llamado san Roque, o como se llame en otro lugar.

Quizás el mayor inconveniente lo encontremos en el sol, que puede sentirse vejado por el agasajo y gloria que podemos brindar a la luna.

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