Las dudas son como las telas de araña. O como los rollos desenvueltos de cinta americana. Te enredas irremediablemente. Y cuesta despegarte.
No sé del todo bien si existe o no la certeza. Quiero pensar que no. Pero hasta este punto de la vida no he conocido certeza alguna (excepto la de la propia vida y la aceptación de la muerte). Entre la duda me muevo.
Por eso me asombro que alguien admita algo como absoluta certeza. Y conozco unos cuantos que lo hacen. Eso debe dar mucha tranquilidad de espíritu. Mucha. La parada y fonda relajada del intrincado viaje en el que andamos. Pero creo que la vida (la compleja aventura de la vida) pueda verse seriamente limitada y explicada equívocamente desde la conformidad con algo. Todo lo que me rodea y la vida misma es un profundísimo pozo de desconocimientos. La ciencia ahonda y ahonda sin llegar a explicar un inicio de evidencia único o un previsible final de todo. Entretanto nacemos, vivimos, morimos, aparecen y desaparecen especies, se transmutan materias, y acertamos a explicar tan sólo una millonésima de todo eso.
Es por cuanto en lo que no creo, por lo que sigo el camino haciéndome preguntas sin respuesta. Y mientras tanto me paro (o mejor sigo caminando más despacio) y un poco tomo sosiego con el arte, con la música, con la literatura, con la naturaleza entera y su armonía, con las relaciones humanas profundas, con el movimiento y la luz, con la brisa, con el frío, con el alimento sencillo, con las preguntas de la ciencia y sus escasas respuestas, con el agua que fluye y reconforta tanto, con el ruido grato de las palabras que entiendo y que no entiendo, con la nostalgia y el recuerdo, con aceptar los errores y todo aquello que horroriza de entre lo humano, con aprender a encajar la limitación y el dolor, y tantas y tantas cosas que encuentro por el camino que ando. ¿O acaso será que creo en todo eso que he descrito? Me pregunto entre otro mar de dudas.