A Mons. Uriarte, obispo emérito de San Sebastián, le han birlado el anillo episcopal. Claro podríamos hacer comentarios diversos sobre el hecho. Pero creo que me voy a decidir por el sentido crematístico; cuidado, quiero decir que me limito al "interés pecuniario del negocio", según la definición del Diccionario de la Real Academia; ahora hay que andar con cuidado con las acepciones de las palabras, pues por menos de un "quítame allá esas pajas" te denuncian por racismo, por fraude al fisco, por tener una tarjeta opaca o por blanqueo de dinero. Bueno, quiero decir que hasta los obispos tienen que andarse con cuidado, pues ahora todo se reduce a dinero, hasta los anillos de los obispos. Porque, aunque a ellos no les cueste nada extender la mano para que le besen el anillo, puede ser que haya quien se lo tome como un negocio y cualquier "despabilao" aprovecha la oportunidad si el anillo es de oro y en un momento puede hacer un negocio redondo (nunca mejor dicho). Lo del beso al anillo queda como tradición y muestra de veneración a los obispos, que, aunque sean eméritos y ya no ejerzan, siguen llevando anillo. Cuando yo era niño se le besaba no el anillo, que no lo llevaban, sino toda la mano a los señores curas, e incluso los niños bien educados cuando llegaban a casa después de salir de la escuela le besaban la mano a su madre y a las demás personas respetables que encontraran en su compañía. O tempora, o mores, decía el romano; qué tiempos aquellos, que costumbres. Ahora la mano se le besa a las damas en un acto público o protocolario, o simplemente cuando te las presentan. Aunque algunos caballeros se conforman con tomarle la punta de los dedos con una leve inclinación de cabeza. Todo esto a propósito del robo de un anillo a un obispo, sin duda un timo singular y precioso, en el sentido original de buen precio. Pero no creo que lleguen muy lejos los beneficios de ese negocio, ni se creen bandas organizadas para el robo de anillos de obispos, porque no todos los días te encuentras un obispo por la calle.