BRACAMONTE
Actualizado 16/04/2014
Redacción

MACOTERA | Una de las características más señeras del acompañamiento a Cristo Yacente, es el profundo silencio

EUTIMIO CUESTA

Para mi sentimiento, el momento cumbre y esperado de la Semana Santa de mi pueblo es el de la procesión del Santo Entierro de Cristo. No porque sea el punto final de una cuaresma tan larga como una cuaresma, sino por lo que entraña de dramatismo y realidad humana. Cristo hombre sufriente con las mismas heridas corporales y morales, que los mismos hombres. Y, en mi reflexión, así lo entiendo, y ese sentimiento y soledad se proyectan a través del silencio de la torre, que se pierde en perspectiva hacia el Padre Clemente. Este es mi punto de visión espiritual del Viernes Santo: un Cristo cercano. Y me bajo de él, para integrarme, en la procesión con los demás y vivir el silencio, porque una de las características más señeras del acompañamiento a Cristo Yacente, es el profundo silencio. Silencio respetuoso. No se oye un alma: las simples pisadas son acalladas por el canto solemne del "miserere", y la melodía musical de la marcha procesional, que acompasan los tambores y bombos.

Lo he dicho en otro sitio, en la procesión del Entierro de mi pueblo, no hay gubias, no procesionan imágenes de talla, pero, dentro de esa escayola frágil y policromada, va impreso el mismo dramatismo y realidad, como el lenguaje plástico más idóneo; quizás exagere, pero está ahí, en esas actitudes calmadas, en esas heridas sangrantes, en la carga expresiva de sus rostros, en esos ojos acristalados, en la tensión de los músculos, en esas carnes aceradas, que refuerzan ese acercamiento a lo real. Y tanto sentimiento va envuelto en los ropajes con pliegues muy marcados, que favorecen los contrastes entre luces y sombras, que acentúan el parpadeo de las farolas

Como es costumbres, los nazarenos vestidos con su túnica morada o negra, con el rostro cubierto, con la corona de espina sobre sus sienes, con los pies descalzos y en anonimato, cargan con la cruz, con una gran cruz tan pesada, que es necesario portarla entre tres penitentes. Junto con la Cruz y los ciriales, los nazarenos abren el itinerario acostumbrado por las calles del pueblo, con una parada en la ermita del Cristo de las Batallas, donde se concluyen los últimos salmos del "miserere", un canto gregoriano, que solemniza el silencio de la noche. Y detrás van los distintos pasos: La Oración del Huerto, Jesús Flagelado, Jesús Nazareno (una sencilla escultura, obra de un coadjutor macoterano, don Remigio Sánchez, de mediados del siglo XIX); La Virgen de la Encina, Patrona del pueblo, enlutada; la Piedad, (donada por los hermanos Domínguez) y el Sepulcro con el Cristo Yacente.

Merece la pena acompañar a Cristo en su último viaje. Te sientes confortado y reconciliado contigo mismo ante tanto clamor mundano y quimera.

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