OPINIóN
Actualizado 27/02/2014
Pablo de la Peña y Abraham Coco

En un ejercicio de prestidigitación, sobre el folio se consiguieron mantener, sin que cedieran por el peso, un flexo, una botella de agua y una copa de cristal. ¿De qué material estarían fabricados, más ligeros que el papel que les servía de base? Suspendida la lámina en el aire, el debate de los asistentes era otro: estaban quienes opinaban que gracias a un juego de tramoyistas, en realidad no percibíamos que, oculto en la negrura, había un enorme cubo de madera en el que todo se apoyaba. Como un costalero a punto de empezar los ensayos en Cuaresma. Pero estaban quienes aún creían en la magia. ¡La mesa flotaba! ¿Había logrado prescindir de cimientos el ilusionista? A los defensores de esta teoría, el brujo les invitó entonces a sentarse en la silla, que tampoco necesitaba patas para permanecer erguida. Uno a uno, todos pasaron por el asiento para probarlo e intentar descubrir cuál era el truco. Si lo hubiere. Uno a uno, todos se cayeron. Sin embargo, el último participante consiguió mantenerse a flote. Todos se preguntaban por qué. Sospechaban que era político.

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