OPINIóN
Actualizado 17/02/2014
Luis Márquez

Aquella madrugada, como otras tantas, los llantos del niño despertaron a su padre. Ya pasaban dos meses desde su alumbramiento y los progenitores estaban acostumbrados a ese nuevo devenir diario.

Juan nació en Casas del Monte, provincia de Huesca por aquel entonces. De haber sido  unos metros más al este, hubiera cambiado la "U" de Juan por "O" de Joan. El nunca entendió que tuviera que ser Una cosa (o/u) la Otra, sin al fin y al cabo, era lo mismo.

El pueblo, estaba delimitado geográficamente con la provincia de Lérida (ya en territorio Catalán), por el devenir del rio Clamor.  Al otro lado del mismo, Casademont, donde vivía Dolors, una niña que habría nacido a la par que Juan. Allí, aun siendo pocos en el pueblo, su nacimiento pasó desapercibido bajo el eclipse de una especie de referéndum que planteaba a los vecinos poner un muro a lo largo del rio para separarle del otro pueblo.

Cercanos a la adolescencia, Juan y Dolors, saliendo de sus respectivos colegios, se veían diariamente en el puente que cruzaba el Clamor. Allí hablaban del extraño entendimiento entre vecinos y la lucha por determinar cuál de las lenguas era la mejor. Se sorprendían de la obsesión por separar cosas que aparentemente estaban unidas construyendo un muro que dependiendo de la posición del sol, les daría penumbra a ambos pueblos, comentaban entre arrumacos lo ridículo que era ir a Lleida al médico cuando cruzando el puente estaba D. Eutimio y su consulta, les apenaba profundamente lo doloroso que era que los niños de ambos pueblos no pudieran jugar juntos. Al fin y al cabo eran personas, o al menos eso pensaban ellos.

Las estaciones pasaban, con el rigor de la cita y el calor de los cuerpos. Ellos sabían dos lenguas y entendían solo una en secreto. Era irremediablemente sencillo entender las cosas que tenían en común y constantemente ridiculizaban el dolor de sus pueblos basado en prejuicios y en una especie de miopía humana. Sin duda alguna, aun siendo diferentes eran iguales, incluso mejores cuando aprovechaban lo bueno de ambos. En fin, eran felices.

Una tarde, bajo las nubes amenazantes de un otoño gris rosáceo, Oriol, el abuelo Dolors avistó a los jóvenes en el puente uniendo sus labios. Tan rápido como sus piernas avanzaron, avisó a Domenec, el padre de Dolors quien se presentó ante los jóvenes y a la vez que reprendía a la hija, amenazó al zagal escopeta en mano diciéndole que jamás volviera a cruzar el Clamor que separaba sus mundos.

Ya en sus casas, apenas 300 metros separadas por el río, el agua de sus ojos rebosó en aquellas nubes amenazantes, que se fueron transformando en una gran tormenta a la que siguió un diluvio que duró semanas y semanas, durante las cuales, los habitantes de los dos pueblos vieron imposibilitados el salir de sus casas.

Una vez escampó, los vecinos salieron bajo los primeros rayos de sol y atónitos quedaron cuando vieron que el caudal del río Clamor se desbordó de tal manera, que había cambiado su ubicación y cauce más allá de la iglesia de  Casademont, situada en el extremo este. Por primera vez el río hizo honor a su nombre. La caprichosa y objetiva naturaleza había unido a los dos pueblos.

Joan y Dolores se miraron en la distancia y raudos salieron a encontrarse. Sus padres mientras tanto, se afanaban en pensar otros ríos que les pudieran separar,?

 

 

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