OPINIóN
Actualizado 24/12/2013
Fernando Segovia

Bien es verdad que uno ya tiene años a cuestas como para ir escarmentando de muchas cosas. Demasiadas. Y que, además, parece ser común tal estado de duda tras haber atravesado valles, mares y desiertos a lo largo de unos años vividos, al menos, con intensidad suficiente. Por tanto quiero dejar constancia de desapegos varios que han ido dejando muescas evidentes en mi corteza vital.

¿Y por dónde empiezo? Pues por todos lados salen cicatrices. Por ejemplo, la navidad y sus consecuencias. ¿Pero es verdad que alguien se pueda creer semejante treta? Treta comercial, sin dudas, convención múltiple para acabar diciéndonos que debemos gastar más, viajar más, mirar más al prójimo, ser más dadivosos y felices, y no sé cuantas jaculatorias más en aras de la difusa tradición. ¿Y el resto del tiempo? ¿Hubo alguna vez una arcadia feliz en todas las vidas, o acaso sea mera ilusión de un pasado ya medio borroso y añorado? Pero mientras tanto sigamos repitiendo ritos para ver si este año el mágico encanto aparece.

También me siento estafado cuando me dicen que esta crisis social y económica se acaba ya. Me están llamando tonto iluso cuando me lo repiten. Pero miro alrededor y claro que no les creo. Sigo viendo dispendio, nepotismo, ostentación, frases manidas en quienes defienden lo indefendible. Y mucha, mucha miseria alrededor. De todo tipo. Y miseria de pensamiento también. Nos roban la cabeza cada día. Nos dejamos robar la cabeza a cada momento. Mientras discutimos si Ronaldo merece o no un premio, o el padre de Messi blanquea o no blanquea. El partido del mes, del día, del año, del siglo. Así a toda hora desde radios y televisiones. Y aquí cada cual que puede se agarra a  la prebenda adquirida mediante votos que dicen legitiman, enchufes o durísimas oposiciones ganadas o regaladas (en el país de la eterna y santa oposición a todo). ¿Y la medida de la ineptitud? ¿Quién la concede aquí?

El ministerio de Interior a través de la DGT dice que protege mi vida y la de los otros y me manda una carta para recordarme que mi coche tiene más de diez años. Por si me hubiere olvidado de ello. Y eso, lejos de ser un amable recuerdo, lo tomo como una presumible amenaza de sanción por "dejadez" o de coacción que incentive mi temor de circular (el accidente, la sanción). Y para eso, gastan papel, horas de funcionarios y prepotencia a raudales. Mejor una felicitación por haber sobrevivido. ¿No? Luminarias.

Me queda más, muchísimo más, pero lo dejo para tiempo venidero (si el tiempo sigue dejando). Ahora la prudencia y la conveniencia por la extensión dicen que debo parar. Y piso el freno que aún parece responderme.

 

 

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