Es, ¡era!, una vieja frase del maestro cuando después de haberte dictado todos los sumandos te decía: ¡Echa la raya!. Y tu `echabas la raya´ lo más recta que podías, siguiendo la pauta del cuaderno, y te ponías a hacer la suma. Y la raya era una extraña frontera entre dos mundos: entre lo que se dicta y se pone y el resultado que se cuenta y se mide.
Y me parece a mí, a mi edad que ya es alta y hace dos días cumplí años, que en la vida hay momentos en los que hay que `echar la raya´ y hacer las cuentas de tantos sumandos como se te han ido incorporando a la vida desde todos los lados.
A estas alturas de la operación (antiguamente eran tres: sumar, restar y dividir, ¡qué cosa!) me atrevería a quitar, sin violencia pero también sin vacilación, cosas que voy descubriendo que al final de las cuentas no figuran en el resultado real de la suma de la vida. En primer lugar, no por importancia sino por implicación personal, quitaría todo lo que estorba a los demás, sobre todo a los más débiles: liquidar toda avaricia, quebrar el acaparamiento, rebajar cualquier prepotencia, desenmascarar los engaños, enajenar toda posesión, devolver las deudas debidas y perdonar las impuestas?
Se trata de vivir lo esencial, a ser posible con lo puesto, sin maleta ni ajuar, sin vara ni bastón, de prestado y en alquiler, sin miseria ni falta pero sin sobra alguna y con la paz del que se siente ligero y libre, por muchos pesos que sobrevengan o a pesar de algunos pesares inevitables. Y dicho sea esto sin despreciar ni rebajar ni una mota de la vida ni la más pequeña pregunta sobre el mundo ni la más reciente hoja de hierba que brote en la próxima primavera. Equilibrio difícil, armonía esencial, justo aprecio de cada cosa, placer de dioses, don de Dios y gracia suya, amén.
A estas alturas de la operación de la suma de la vida, por ahí veo yo que andaría la verdadera sabiduría. Tan lejana y sola hoy, como la ciudad del poeta.