Vivimos los últimos vestigios del otoño. Se acerca el invierno. Se estrena el 21 de diciembre y al día siguiente, 22, llega el día de la salud. Sí, señores, es el momento en el cual todos recurrimos a la salud. La frase del momento es: "bueno, pero lo importante es estar sanos". Eso se dice por aquéllos que solo han perdido los euros invertidos en la lotería. Les ha tocado perder. Mientras, la televisión nos muestra a los supercontentos ganadores del "gordo" de Navidad descorchando botellas de cava o quién sabe si de exquisito Don Perignon y, supongo, alargando la fiesta hasta la madrugada.
Ese día, el de la lotería de Navidad, la de más solera en España, nacida en el reinado de Carlos III, me gusta pasar la mañana en casa y escuchar a los niños del colegio de San Ildefonso cantar, a veces un poco monótonamente, los números que van saliendo del bombo. Mantengo la esperanza de que me toque un pizquito del "gordo" y extiendo mis pocas participaciones en la mesa y ¡ hala!, a esperar que se cante el "gordo" y mirar deprisa mis números, para comprobar que será el año que viene pero ¡ah!: tengo salud, que es lo más importante. Y me quedo tan contenta.
¿Y saben ustedes por qué me pongo contenta? Porque la lotería está muy repartida y ha caído en una zona deprimida. Por una vez, la suerte acierta. Ha beneficiado a los sin suerte. Es el milagro de la lotería de Navidad. Y muchas familias podrán descansar por un tiempo de las tribulaciones en las que viven, en medio de una crisis que, sin participar en su génesis y en sus beneficios, ha caído sobre ellos y cada día les hunde, un poco más, en la desesperanza.
Y este terrible año 2013 sé que el "gordo" va a cumplir como todos los años: llevar un poco de consuelo a los desconsolados, a los sufridores, a los que la sociedad empobrece cada día un poco más. Y yo me volveré a alegrar del buen reparto del "gordo". Pero parece mentira que en el siglo XXI haga más justicia social la suerte que el Estado (es decir, los gobernantes de turno).