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Poesía y Memoria en San Esteban
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Travesía de Extramares (Por Alfredo Pérez Alencart)

Poesía y Memoria en San Esteban

Actualizado 09/06/2015
Alfredo Pérez Alencart

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La tarde-noche del pasado 28 de mayo, mientras esperaba -entre las sombras- el turno para leer un poema dedicado a Teresa de Cepeda y Ahumada, no pude menos que recordar cómo, un 13 de octubre de hace casi treinta años, yo había llegado allí para instalarme. Y es que mi primera noche en Salamanca la dormí en uno de los edificios que integran el hermoso convento de San Esteban. Y así, todas las noches y los días de mi primer año salmantino estuve acogido por los frailes dominicos, en la Residencia Sotomayor, que otrora albergaba el seminario de Teología, pero que ya por entonces, debido a las escasas vocaciones sacerdotales, hospedaba en sus dos primeros pisos a estudiantes universitarios de muchas regiones de España. Sólo dos residentes éramos de la otra orilla del idioma: un colombiano y yo, llegado desde Perú.

[Img #329979]Tres décadas después estaba por allí, de nuevo. Debajo, entre el numeroso público que había asistido convocado por la Fundación Salamanca Ciudad de Cultura y Saberes, seguro que estaba el fraile Juan Ramón Enjamio, quien en 1985 me recibió en la residencia, pues la tenía a su cargo, mientras que ahora anda ocupado con las publicaciones de Editorial San Esteban.

Quien sí no estaba, al menos con su altísima figura, era el padre Maximiliano García Cordero, el sabio y políglota catedrático de lenguas como el arameo o el asirio-babilónico. Don Maximiliano, como yo le decía, era asturiano como mi abuelo y mucho me apreciaba por ser un nativo de Madre de Dios, la región amazónica donde los dominicos llegaron hace más de una centuria. Alguien me comentó de su muerte, acaecida hace algunos meses en una residencia navarra, pero no estaba muy seguro. Antes de mi lectura, pasó por mi lado fray Bernardo Fueyo, hablándome del pintor José Carralero, pues los dos son bercianos, y me confirmó la muerte de García Cordero.

Don Maximiliano me hizo conocer todos los recovecos de San Esteban y, cuando venían escritores latinoamericanos, éramos privilegiados teniéndolo como nuestro guía por tan histórico recinto. Ése mi primer año salmantino escribí el poema "Sobre la lápida de Vitoria (Panteón de los Teólogos)", que años después publiqué en mi libro "La Voluntad enhechizada" (2000). Tras la cita del defensor de los indios (Indi barbari, antequan hispani ad illos venissent, erant domini et publice et privatim), anoté: "También existe una paz eternizable/ decidida a garantizar el imposible olvido./ De aquí salió una voz para calmar/ los nítidos quejidos de otros semejantes./ De aquí salió una idea que comprendió/ la índole del quebranto; una idea/ que creció ante la exactitud de la tristeza./ Un hombre con los ojos puestos en el Supremo/ no debe hacerse cómplice de torpes abusos/. Vitoria amansó el infortunio y elevó su parecer/ sin fisuras, sumando la súplica serena/ a la fuerza irrebatible de una sabia certidumbre./ ¿Cómo hacerle saber que vengo empapado/ de su aliento? ¿Bastará esta silente visita al lugar/ austero donde reposan sus huesos?/ Llamo plenitud de vida al soplo que grita,/ padece, tose, escucha y parece decirme tantas/ cosas desde la grieta próxima a mis zapatos".

[Img #329977]Al terminar el acto estuve un momento con Ricardo de Luis Carballada, quien ahora oficia de prior, pero que antes vivió en Alemania y conoció a mis amigos y traductores Herbert y Sigrid Becher. Ricardo me volvió a confirmar la muerte del viejo asturiano. Troqué mi tristeza por los buenos recuerdos, como cuando hablábamos extensamente sobre su primo Silverio Fernández, también asturiano y dominico dejando su vida en Perú. Silverio, al segundo año de estar en Salamanca, se me apareció tocando la puerta del piso de estudiantes donde me había mudado. Una inmensa alegría de verlo y abrazarlo, pues era muy amigo de nuestra familia y había conocido hasta a mi bisabuela Encarnación Mendoza, a quien humildemente le lavaba los pies.

Silverio había venido a España por última vez: nadie sabía de su grave enfermedad y moriría en Perú al poco tiempo de haber estado por su España. Por él escribí entonces el poema "Retorno del dominico Silverio Fernández, después de cuarenta años en territorio de misiones". Este texto, más narrativo, también se publicó en el libro ya citado: "Al fondo, la piedra tallada en filigrana.// Desde la hilera de cipreses alzados al cielo, cual verdes lanzas imponentes, el visitante aún temblaba. No podía domar su ansiedad. Tomó asiento y un nuevo quejido dio un íntimo revolcón a sus entrañas.// Sólo la fe duele tan profundamente, demandando obediencia para combatir el pudridero.// Le invadió el panorama y el murmullo de los ritos que se oficiaban tras la piedra inolvidable.// ¡Otra vez tan nueva y tercamente iluminada!/ ¡Otra vez la pasión por la indesmayable Teología!// Aquí había aprendido a predicar la palabra de Dios y aquí volvía para orar, sabía que por última vez, en el sosiego del Salón de Profundis.// ¡Tantos acontecimientos desde entonces, mientras él cumplía su oficio en los lindes de la tierra!// Años atrás no existía esa estatua de Vitoria: la contempló durante media hora. Luego cogió su pequeña maleta y volvió sus pasos buscando una pensión en la calle San Pablo.// La noche invernal le traería calma y, a la mañana siguiente ?cuando entrara en San Esteban?, no sentiría paralizarse su frágil corazón.// Las grietas del adoquinado se alisaban al paso de aquel anciano, quien desde muy joven lavaba los pies de sus fieles, allá en los confines".

Cuando Margarita Ruiz Maldonado, coordinadora del acto y del libro "El cielo de Salamanca" me escribió invitándome a participar, acepté de buen grado por dos motivos: siempre admiré la obra literaria de Teresa, así como su fe heterodoxa y, principalmente, porque así volvería a mi primera "casa" salmantina, entre los hermanos dominicos, donde hace treinta años leía, en mi fría habitación, los quemantes versos de León Felipe, contenidos en su memorable "Español del éxodo y del llanto".

Aquí el poema leído esa noche entrañable:

TERESA ME SABE A DIOS

Teresa me sabe a Dios

y a máximo sacrificio. Pero ella no está

en peligro,

ni yo tampoco sé de esa lejía

de los de poca fe, estatuas asfixiadas

que no miran a lo alto,

ni sueñan lo que es el cielo

aquí en la tierra,

más acá de las arenas

movedizas, dentro del éxtasis

y las chispas que desatan

veinte milenios.

Teresa es mía y de Él,

y nos sobrevive por el Amor

sin edad,

confianza perpetua en esa mesura

que sólo entienden los locos

por Cristo,

atravesando huracanes

antes y después de la nueva alianza.

Teresa,

Teresita mía y de cualquier heterodoxo,

¡ven de nuevo a tu Castilla

y frota mi corazón

para que procree más luz

tras este silencio

presente en el presente!

Fotos de Sinhá de Crato

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