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Líneas de fuerza: leer (sobre) la lectura y la escritura
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Líneas de fuerza: leer (sobre) la lectura y la escritura

Actualizado 23/05/2015
Rafael Muñoz

La línea geométrica por definición es un arte invisible. Es la traza que el punto deja al moverse y por lo tanto es un producto suyo. Surge de la alteración del reposo total del punto. Con ella se salta de una situación estática a una dinámica. La línea se halla en el extremo opuesto al elemento primario, es decir al punto, y constituye un elemento derivado o secundario. Las fuerzas procedentes del exterior que hacen que el punto se transforme en línea son diversas y de su combinación la diversidad de las líneas formadas. [?]

Toda imagen ya sea del mundo exterior o del interior puede ser expresada en líneas en una especie de traducción.

Wasili Kandinski

[Img #313467]

Foto: Gregory Colbert

Según el pintor ruso y teórico del arte, una línea sería el trazado que deja un punto al moverse, y para que este punto adquiera movimiento es necesario crear una tensión y establecer una trayectoria, que marcará la dirección del punto, creando de este modo, una estela que se convertirá en línea.

¿Les lleva a pensar en algo?

La línea es una palabra de género femenino, y tiene multitud de perfiles semánticos: desde trinchera, vía o dirección, sin olvidar linde, meta o confín. Sabe relacionarse con la creación plástica, con una gran carga metafórica, como acabamos de comprobar. También puede hacerlo, en plural, convertida en surcos que roturan un texto y le dan sentido, marcan un trayecto, tienen un recorrido que puede llevarnos a la consecución de un propósito u objetivo.

Este sábado, preámbulo del inicio o el final de tantas cosas, les invito a cruzar por estas líneas que semanalmente comparto con ustedes.

Las primeras tienen que ver con los ecos que la Feria Municipal del Libro ha dejado en mi persona, llevándome a releer un texto de Laura Freixas, Taller de narrativa, que ofrece pautas muy instructivas a sus posibles lectores sobre cómo se construye la arquitectura de un texto de ficción: cuento, relato corto, novela?

Olvidándose del argot para especialistas y sembrando de ejemplos sacados de los grandes autores y títulos de la literatura, la autora nos habla de los temas, los tipos de narradores, el famoso y necesario "punto de vista", el argumento y los personajes.

Se da la circunstancia de que Freixas, además de novelista, traductora y crítica literaria, ha impartido talleres literarios en diferentes espacios culturales, lo que nos ofrece cierta seguridad a la hora de acercarnos a su libro.

¿Abordar su lectura para qué?, ¿acaso no leemos ya?

Sabemos que leer tiene sus fases de aprendizaje, pero quizá olvidamos que ponerse a leer, practicar la lectura, [Img #313469]es fundamental, al igual que conocer cómo se construye un texto. Descubrir sus mecanismos, en qué manera se configura su arquitectura, sea éste una novela o cuento, permite extraer muchas más cosas de las que un escrito lleva dentro. Aunque a veces pienso que esto no interesa nada por el peligro que entraña, porque, en palabras de Guadalupe Jover: reyes y sacerdotes, padres y maestros temen propiciar en el lector la capacidad de ser leídos de otra forma.

Curiosamente, Freixas es la traductora de otro libro del quiero hablarles, y que puede interesar a todos aquellos que quieran conocer el esqueleto, las entrañas de una novela de una forma más desenfadada. Escrito por un autor, David Lodge, novelista de éxito con sus historias llenas de un humor corrosivo, publicó en su día la recopilación de sus colaboraciones en la prensa británica sobre este asunto, bajo el título de El arte de la ficción; un texto de gran utilidad para todos aquellos que deseen conocer los elementos internos, la maquinaria de la ficción literaria.

Los 50 artículos que lo conforman se atienen a la misma distribución, consistente en recoger un fragmento de una obra escrita que se presta a un comentario, donde se analiza, entre otros, la importancia de los comienzos o finales de un texto; la construcción del suspense; el tiempo narrativo, etcétera.

Creo con el profesor y ensayista Víctor Moreno, autor que no les resultará desconocido a los que me lean, que la práctica de la escritura, unida a la de la lectura, se ayudan mutuamente a la hora de una mejor comprensión de todo tipo de textos, sean estos de ficción, informativos o de cualquier otra especie.

Esto me lleva a mi tercera línea de recomendación. Se trata de La cocina de la escritura, del profesor Daniel Cassany, obra que podría emular en número de ediciones a un popular libro de recetas de cocina, y que puede asemejarse a un curso práctico, lleno de enjundia, sobre la redacción de textos de muy variados tipos.

El autor, especialista en el discurso escrito y profesor universitario, establece un diálogo directo con los pinches de cocina para enseñarles los ingredientes de la escritura y cómo cocinarlos, con toda suerte de ejemplos que salpimientan el texto (aquí radica el buen sabor que deja el libro) y lo convierten en un texto de permanente consulta.

El libro se estructura en tres apartados, dedicando el primero a todo aquello que tiene que ver con la preparación del texto, desde la legibilidad hasta la ordenación de las ideas. El segundo bloque se ocupa de la redacción en sentido estricto (construcción de párrafos, conectores, puntuación?), para terminar hablando, en la última sección, de las revisiones del escrito.

Nos ofrece también un interesante cierre, con un decálogo de buenas prácticas a la hora de ponerse a escribir, que se inicia con un principio de oratoria clásica, traducible al acto de poner negro sobre blanco: Primero se habla de lo que se hablará, después se habla y al final se habla de lo que se ha hablado.

Hasta ahora hemos conversado sobre el cruce entre lectura y escritura, apoyándonos en tres ejes o lineamientos que enmarcan estas necesarias actividades comunicativas desde una perspectiva práctica y ensayística con la presentación de los libros arriba mencionados, pero nos falta otra línea en el discurso, vinculada directamente con el diálogo de la ficción con el lector, que nos permita, puede que aún más, ser de nuevo dueños de nuestras reflexiones.

Escribía en este sentido el gran psicólogo estadounidense Jerome Bruner que: un gran relato nos invita a plantear problemas; no está allí para decirnos cómo resolverlos. Nos habla de una situación de crisis, del camino a recorrer, y no del refugio al que lleva.

Por ese motivo, me gustaría terminar con la recomendación de un libro en el que su autor, novelista con fundamento literario, entra en diálogo con las líneas escritas por los grandes autores que le han conturbado: les hablo de Ricardo Piglia y su libro El último lector.

No vean detrás del título de este inmenso libro el final de algo, y menos de la lectura, todo lo contrario. Lo que hace el escritor argentino, y nos invita a compartirlo, es hablar de la lectura (su lectura) a través de sus autores y sus obras de cabecera bajo premisas de este calado: La lectura se opone a otro universo de sentido. A otra manera de construir el sentido, digamos mejor. Habitualmente es un aspecto del mundo que el sujeto está dejando de lado, un mundo paralelo. Y el acto de leer, de tener un libro, suele articular ese pasaje. Hay algo mágico en la letra, como si convocara un mundo o lo anulara.

Me siento tentado a situar estas líneas frente a lo que se nos propone leer en estos días, y el hacerlo me lleva, de nuevo, tras las líneas de Piglia: Para entender sólo se puede releer, marcar, investigar, seguir un vestigio en el papel.

Quizá sería bueno aplicar (yo no tengo duda alguna) como línea de fuerza a todo lo que estamos leyendo en nuestro espacio vital estos días, los versos de Roberto Juarroz:

Sacar la palabra del lugar de la palabra

y ponerla en el sitio de aquello que no habla:

los tiempos agotados,

las esperas sin nombre,

las armonías que nunca se consuman,

las vigencias desdeñadas,

las corrientes en suspenso.

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Rafael Muñoz

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