Con cada uno he tenido alguna relación personal, aunque fuera indirecta. Y hoy, en plena Campaña de Manos Unidas, al repasar situaciones de hambre y de injusticia en el mundo me he identificado con personas que por la intervención de otros han tenido, al fin, algo de suerte en medio de su situación miserable.
Soy Ernesto Guerrero. Tuve la suerte de visitar hace años a pueblos mixtecas en Guerrero (México) y revisar proyectos de Manos Unidos en la zona. En Cocula financiaba entonces un Proyecto de Líderes Sociales. No pase por alto el título del Proyecto, porque no en vano fue en el basurero de Cocula donde los matones oficiales remataron y quemaron a los cuarenta estudiantes de la Escuela Rural Normal de Ayotzinapa. Estuve con padres de normalistas y pudiera ser que saludara al padre o a la madre de algunos de ellos. Y hoy recuerdo la buena suerte de Ernesto Guerrero, el único que salvó la vida. Yo soy él y los demás que fueron asesinados.
Y soy Sidi Kounta y siento su larga y dramática marcha desde el norte de Mali después de que el grupo islamista Ansar Dine asesinara a casi toda su familia. Él logró escapar y llegó un año más tarde a la valla de Melilla. Logró saltarla al tercer intento y dio por bien empleados todos los trabajos y terrores que sufrió para poder llegar y pagar el salto. Con sus treinta años trabaja en una empresa de limpieza y a pesar de sus negros recuerdos de hambre y de muerte que dejó en Mali, ha hecho las paces con la vida. Yo soy él y soy también los cientos y cientos de miles de africanas y africanos que buscan dignidad aun saltando vallas o medioahogándose en pateras.
Boniface Tradé jamás olvidará lo del 12 de enero de 2010, el terremoto. Él vivía en el barrio Carrefour de Puerto Príncipe y su casa desapareció como cientos de miles de ellas por medio país. Han sido para él y para su familia años muy duros, pero han sobrevivido a todo. Y este verano tuvo la alegría de estrenar casa nueva a través de una cooperativa de la diócesis de Puerto Príncipe financiada por Manos Unidas. Es una casa de planta baja, hermosa y nuevecita. La ha pintado de azul. Cuarenta años de vida sin levantar cabeza, pero esta casa nueva en el barrio de Delmas, le ha hecho feliz. Y yo me siento Boniface y cuantos a través de Manos Unidas y de tantas ONGs de desarrollo humano se han encontrado con la vida.
Y soy Manuela. Esta identidad es la que menos me cuesta y pongo nombre falso por si acaso. Yo soy Manuela y estoy sola en la vida, viuda de hace años, con un hijo que desapareció sin volver la vista y con una paga pequeñita de viuda de pobre. He vivido estos dos últimos años muy malamente, entre pobreza, desvalimiento y enfermedad y se me han abierto los cielos cuando me han concedido una plaza en una Residencia de ancianos. Me han tocado mil loterías juntas, me siento defendida y considerada y jamás comí mejor ni dormí más caliente. Soy una afortunada aun en medio de mis discapacidades que me rebajan para casi todo. Sí, efectivamente yo soy Manuela y soy miles de personas mayores acompañadas y atendidas en tantas Residencias, que no son campos de concentración, como con mal gusto y total falsedad publicaba hace unos días un periódico local. Sí, la Residencia es mi casa y yo me siento Manuela.
La oferta de acciones de Manos Unidas-Salamanca para estos dos meses, búsquela en su web, me ha llenado la conciencia de gentes pobres del mundo entero; sólo conozco el nombre y el rostro de unos pocos pero me duelen todos por igual. Y no sé cómo ni cuánto ni si a lo peor nada?, pero yo, con otros, claro, intento empujar la historia. Empuja tú también?
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