Félix Carreto, zarceño de nacimiento y ribereño de corazón, también asiduo lector de este diario, nos trae aquí, en primera persona, su Navidad por unos minutos junto a los usuarios de la residencia de mayores de Masueco
Félix Carreto, zarceño de nacimiento y ribereño de corazón, también asiduo lector de este diario, nos trae aquí, en primera persona, su Navidad por unos minutos junto a los usuarios de la residencia de mayores de Masueco, unos momentos que compartió junto a su guitarra para hacer sonar su música y disipar por unos instantes la soledad a quienes después de darlo todo ahora pasan desapercibidos para la mayoría.
Este 25 de diciembre de 2014, debía ser un día feliz, y lo fue.
Le había manifestado a Ana, enfermera encantadora y excelente profesional de la residencia de mayores 'Cielo de las Arribes', en Masueco de la Ribera, mi deseo de amenizar la tarde en el salón de la residencia cantando los villancicos más conocidos acompañado de mi guitarra. "Por supuesto que puedes, faltaría más", fue su respuesta. Así que a eso de las cinco y media me presenté acompañado de dos de mis hermanos y mi tío Vicente, hermano de mi padre que nos esperaba como agua de mayo.
Al verme entrar con la guitarra, algunos residentes, que a su avanzada edad se las saben todas, esbozaron una sonrisa y sus ojos relucían con el brillo de su más lozana juventud. Afuera, la tarde fría y gris, con bancos de niebla, contrastaba con el calorcito que se respiraba en el amplio salón donde la mayoría permanecía acomodada en los sillones azules alineados junto a los cuatro muros.
Bajé el volumen del televisor. Los familiares permanecían al lado de los suyos dispuestos a participar cantando y tocando las palmas. Saqué la guitarra de su funda, la afiné, me coloqué el sombrero plateado de prestidigitador, y me presenté al público expectante: "Aquí estoy con mi guitarra para disfrutar juntos este día de Navidad, y mi deseo es que participéis cantando conmigo los villancicos que todos conocemos, ¿de acuerdo?" Unos asintieron con la cabeza, otros con su voz y, a los que se le resistía la voz, respondían con la mirada generosa de su alma.
Comencé cantando: Dime niño de quien eres. Los mayores, sobre todo las mujeres que en esto siempre han sido más desinhibidas, acompañaban entusiasmadas el estribillo. Abundio junto a su mujer rascaba, al compás perfecto, la botella de anís. Recibí una cascada de aplausos al terminar y en las caras se leía el deseo de seguir por el mismo camino. Campana sobre campana fue la segunda, seguida de Ande, ande, ande, la Marimorena, Ya viene la vieja, En el Portal de Belén. Entretanto llegó Marga y después Eva (auxiliares), y ofrecieron a mi padre y al resto agua y zumo con tanto cariño y tacto, que era lo que faltaba para que el salón se transformara en un auténtico belén viviente
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En un lateral cantaban conmigo Eufemia, Francisca Ortiz, Esperanza, María, mientras Abundio hacía sonar sin tregua la botella de anís. Enfrente, Eusebia que a su avanzada edad camina con ayuda, participaba con tanto frenesí tocando las palmas y cantando, que Eva, a su lado, la sujetaba por la cintura para que permaneciera en el sillón, tal era su ansia de salir al centro para acompañarme. A su lado Victoria, Manuela y Luisa animaban moviendo sus cuerpos en los sillones, mientras los familiares de Emilia y Teresa, acompañados de una niña rubia y juguetona, cantaban conmigo sin cesar.
En esto llegó Manuel Vicente, quinto de mi padre y compañero de mili en África hace 73 años, que no se había enterado de la fiesta, y reclamó, con toda razón, su foto para el recuerdo. Mi hermano se la hizo. Por su parte, Manuel Calvo aparcó su andador, arrellanó su regordete cuerpo en el sillón, se dejó llevar por la música y se durmió cual Niño Jesús.
Terminé entonando Clavelitos que ahora sonaba en el salón con una sinfonía de voces desde la de Lolita, la niña de cuatro años, hasta las nonagenarias.
Tras media hora de cante nadie se movía de sus asientos, las caras reflejaban la felicidad del momento y las conversaciones se animaban como en una feria. Era la magia de los villancicos, la magia de la Navidad, la magia en este particular 'Cielo de las Arribes', trocito de cielo que durante media hora inundó el salón y que, sin duda, quedó grabado en las mentes de los mayores como un momento feliz que se eternizó, como lo demostraron al verme al día siguiente y agradecer con cariño la velada ofrecida.
Cabe destacar la participación de las auxiliares Marga, Tere, Eva, amables como las ausentes Tina, Candi?; cada cual con su personalidad pero todas con el mismo cariño, que es, a la postre, el alimento indispensable para vivir en armonía.
Es de agradecer el buen hacer del personal con su directora a la cabeza, doña Margarita y, por supuesto, la tutela del señor alcalde, don Marceliano Sevilla, para llevar a buen puerto este barco sereno en el último viaje.
Al final de la velada, Ángela, a sus 94 años, se emocionó viendo corretear a la niña Lolita: "Qué guapa es" decía entusiasmada, "hay que ver cómo respinga, qué graciosa", decía colmada de felicidad. "Dame un beso" le pidió a la niña. Esta lo intentó pero no llegaba a su cara. Entonces Ángela le dijo: "Dame un beso en la mano", y se la tendió. El beso sonó con alegría y se expandió por el universo. Beso sublime de amor que cerraba el ciclo vital: una vida que empezaba su andadura y la otra que le entregaba el relevo. Milagro navideño.
Así fue este día de Navidad en el "Cielo de las Arribes", y así fue cómo triunfó la alegría, reinó la paz y floreció el amor.
Félix Carreto.
Masueco de la Ribera, 26 de diciembre de 2014