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La primera perdiz de Pachu (II)
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HISTORIAS DE CAZA

La primera perdiz de Pachu (II)

Actualizado 24/12/2014
Miguel Corral

El día no comenzaba demasiado bien, pero aquella mañana me deparaba una de las mayores satisfacciones que puede vivir un cazador

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Viene de un artículo anterior.

El día no comenzaba demasiado bien, pero aquella mañana me deparaba una de las mayores satisfacciones que puede vivir un cazador, porque pocos momentos pueden hacernos tan felices en el campo como que tu perro cobre su primera pieza, especialmente los que crecimos con la caza menor y un perro siempre a nuestro lado.

Había bordeado el Teso el Arenal por su parte interior, es decir por el lado del regato de Valdosa, curioso nombre este que en algunos documentos, erróneamente a mi entender, ponen con 'b' cuando sus tres primeras letras corresponderían a un sufijo y que describiría a la zona donde el regato de Zarapallas entrega sus aguas al Tormes. En realidad la palabra 'Valdosa' correspondería a su forma abreviada al habla 'valle de la osa', un topónimo que, como la mayoría, describiría parte de la historia de este lugar.

Volviendo a la caza, me sorprendió que Pachu no encontrara emanación alguna dada su portentosa nariz, tal y como ya había comprobado en alguna ocasión y que me demostraría más tarde aquel mismo día, pero lo cierto es que cogió muy por debajo el Teso y eso me obligo a dar la vuelta al completo sobre él en continuo ascenso, para concluir coronando en su parte más alta por el lado del camino a Ambasaguas, pues este teso era un lugar de querencia como pocos para las perdices.

Nada más bordear los carrascos que lo coronan, Pachu comenzó a marcar calientes, a pararse en muestra y romper en guía con su pecho arrastrando por la hierba como un felino. Aquella era una de las estampas más bonitas que puede ofrecer un setter, de las que hasta entonces solo había visto en algún reportaje de televisión, y yo lo estaba viviendo con mi perro, el mismo que meses antes había ayudado a salir adelante tras una infección por el pinchazo de una aguja. Así es que el corazón parecía querérseme salir del pecho, me puse en guardia con la Franchi y el resto del mundo desapareció por unos instantes. Solo existíamos él y yo y el grandioso paisaje que nos rodeaba. A nuestros pies permanecían eternos los bancales que dibujan el contorno del Duero, aquí adormecido por la presa de Aldeadávila y que yace al fondo escondiéndose en Pereña tras despedirse de las Fayas del Sol.

Pachu se había metido entre los carrascos y permanecía inmóvil, o al menos esa era mi impresión, pues había dejado de sentir sus pasos. Corrí a situarme en mejor posición para el disparo, el corazón me latía aún más fuerte, mis sentidos se agudizaron, especialmente los oídos, que esperaban escuchar de un momento a otro el brbrbrbr del aleteo de las perdices. Fueron unos segundos, pero me parecieron horas el tiempo que permanecí sin verle. De pronto escuché que se movía y eso era sinónimo de que las perdices también se movían y que iban a levantar el vuelo, por lo que levanté un poco más la escopeta para aproximarla al hombro y encarar más rápido. Contuve la respiración por unos segundos?

Cuando vi salir a Pachu de entre las matas de pequeñas encinas solté el aire de golpe, casi aliviado podría decir después de aquella subida de adrenalina, pero no pude menos que exclamar el "j?" de siempre en momentos de frustración. Me relajé, aunque el perro seguía a lo suyo, era imposible que entre donde me encontraba y el camino de asfalto estuvieran las perdices, estaba todo limpio y con poco espacio, pero sin duda las perdigochas habían estado allí no hacía mucho.

Pachu se había parado en muestra, permanecía flexionado sobre el terreno, inmóvil, petrificado, estaba temblando. La adrenalina volvió a correr a borbotones por mi cuerpo...

Pachu volvió a pararse en muestra casi a mi altura, ahora de pie y levantando la cabeza venteando el aire, pero no estaba tan rígido. Saltó al camino y yo detrás de él, y al levantar la vista del suelo escuché ese sonido de los 'ángeles' para todo cazador de perdiz. Corrí al quitamiedos de piedra del otro lado y vi a 150 metros, a mi derecha, un bando de más de diez perdices. El grueso, unas siete u ocho, se dirigía hacia la 'viña de Constante', mientras que otras tres volaban un poco más retrasadas aún más hacia mi derecha y a mayor altura, atravesando el camino del Teso de la Bandera para llegar a la ladera que da vista a Ambasaguas.

La elección estaba clara, aunque las últimas casi seguro que se dejarían disparar mejor. Salí con buen paso, al principio a la carrera hasta dejar el camino 100 metros más abajo. Comencé a descolgarme por entre los bancales hasta coger la línea del bando, un poco por arriba. Pachu me siguió también a la carrera y más contento que de costumbre, pues ya sabía que de correr es que sería por algo bueno. A unos 50 metros de donde las había visto llegar reduje el paso para serenarme y coger aire, pero Pachu ya no me daba respiro, comenzó a pararse y a hacer guías por delante de mí, así que tenía que alcanzarlo y ponerme casi a su altura si quería dispararlas.

Habíamos atravesado la viña y coronamos la cuerda de la ladera para dar vistas al Duero. El terreno aquí está más limpio y las perdices no aguantan, lo que te obliga a agudizar todos los sentidos. De pronto Pachu se había parado en muestra, permanecía flexionado sobre el terreno, inmóvil, petrificado, estaba temblando. La adrenalina volvió a correr a borbotones por mi cuerpo, me puse de nuevo en guardia con la Franchi, un poco más levantada de lo habitual, y alcancé al perro. Aguardé cerca de medio minuto allí junto a él, a ver si el desenlace llegaba por sí solo, y lo único que observé era cómo ante aquella quietud movía los belfos de su boca al respirar, pero yo sabía que ahora tenía las perdices muy cerca. Él también, por eso no movía un solo músculo, pero no podía permanecer más tiempo allí parado.

Me agaché y le di un golpecito con la mano en la nuca y le dije ?vamos?. Entonces arrancó a guiar al mismo tiempo que yo me apresuré a poner la mano sobre el pistolet de la escopeta?

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