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¿Hacia dónde caminar ahora? ¿Hacia dónde iremos nosotros?
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¿Hacia dónde caminar ahora? ¿Hacia dónde iremos nosotros?

Actualizado 05/11/2014
Juan Antonio Mateos Pérez

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En nuestras sociedades avanzadas y posmodernas se ha pasado de un concepto de Dios como problema, cuyo lema era la frase de Prometeo, Odio a todos los dioses, que Marx difunde por toda la cultura Occidental; a un Dios ajeno, indiferente, desconocido, que no interesa, ni se plantea en el horizonte humano y cultural. El ateísmo o agnosticismo tradicional que se planteaban el problema de Dios, al menos para negarlo, ha dado paso a un nuevo fenómeno, la indiferencia. Una clara falta de interés por lo religioso, en el que la pregunta por Dios, es un puro factor innecesario para el hombre, como nos recordaba J. Saramago: No creo en Dios, no lo necesito y además soy buena persona.

El Dios del hombre actual, es un auténtico desconocido. Así comienza el discurso de Pablo en el areópago de Atenas, alabando la religiosidad de los griegos, levantando altares a todos los dioses, incluso al "dios desconocido". Es posible que Pablo, un judío piadoso, quisiera ganarse al auditorio, o fuera una expresión de pura ironía. Inmediatamente Pablo critica la idolatría, el Dios que os anuncio no habita en espacios materiales, no necesita templos ni rituales humanos. Es un discurso casi poético, de piedad filosófica, ese Dios de la vida no está lejos de nosotros, ya que en él vivimos, no movemos y existimos? Para Pablo ese "dios desconocido", no era un dios lejano e indiferente, es un Dios que se implicó en la historia del hombre. Como buen judío, a Dios no lo ha visto nadie cara a cara, es trascendente, mejor un misterio, pero no lejano del hombre y de su historia. Pablo se esfuerza en presentar esa imagen de un Dios cercano en la muerte y pascua de Jesús de Nazaret. Cuando pronuncia las palabras resurrección de los muertos, algo cambia en el auditorio, unos se ríen, otros se marchan y comentan que ya lo conocen, reduciéndolo a una fábula o un mito más.

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Para un buen judío y cristiano naciente, como Pablo, el verdadero Dios no puede ser representado, es una realidad misteriosa que interpela al hombre. La revelación consiste en que Dios manifiesta el misterio oculto. Si es conocido, no es en absoluto Dios, puede ser una proyección de nuestros anhelos más loables, pero no es Dios. No es extraño que para los griegos, los verdaderos ateos fueran judíos y cristianos, al no poder materializar la divinidad en un mundo lleno de dioses. Pero cómo hacerse eco de otra de la gran paradoja, un Dios crucificado, era una auténtica necedad. Pablo sabía que sólo se puede hablar de Dios desde la paradoja, desde el misterio, desde el lenguaje simbólico, o tal vez, es mejor desde el silencio.

El silencio sobre Dios se ha impuesto en el pensamiento contemporáneo y actual. Es la época de la pobreza, de la fragilidad, incluso del sacrificio intelectual, el mismo Heidegger afirmaba que no podemos atraernos a Dios pensándolo, a lo sumo podemos estar a la espera. El problema del cristianismo y de la cultura Occidental ha sido pasar de la paradoja, del misterio, al "dios conocido", plasmado en lenguaje de cada cultura y armonizado con las expectativas humanas y de cada tiempo en particular. Se identificó el Dios de Israel con el dios del pensamiento, reducido a un simple motor del mundo, la idea del bien y la belleza o un "deus in machina" que postula a la divinidad como la fuente última de universo. La secularización y la crítica religiosa es una buena oportunidad para volver a ese "Dios desconocido" que nos presentaba Pablo en el areópago de Atenas. Ese es el Dios que podemos presentar en nuestros areópagos de nuestro mundo, de la cultura y la ciencia.

A finales del siglo XIX, en el areópago de occidente, un loco con un farol en la mano, hace un nuevo anuncio, ahora acudiendo a los que no creen. Así nos lo presenta Nietzsche en La gaya ciencia: ¿No habéis oído hablar de ese loco que encendió un farol en pleno día y corrió al mercado gritando sin cesar: "¡Busco a Dios!, ¡Busco a Dios!" Como precisamente estaban allí reunidos muchos que no creían en dios, sus gritos provocaron enormes risotadas?. Como en el relato de Pablo, aquí aparece también la risa, se ríen del loco porque hace tiempo que han dejado la búsqueda, desde sus seguridades y desde su ciencia. Pero el loco, que viene como heraldo de la muerte de Dios, no viene a los creyentes, sino a los que no creen.

? ¿Es que se te ha perdido?, decía uno. ¿Se ha perdido como un niño pequeño?, decía otro. ¿O se ha escondido? ¿Tiene miedo de nosotros? ¿Se habrá embarcado? ¿Habrá emigrado? - así gritaban y reían alborozadamente. El loco saltó en medio de ellos y los traspasó con su mirada. "¿Qué a dónde se ha ido Dios? -exclamó-, os lo voy a decir. Lo hemos matado: ¡vosotros y yo! Todos somos su asesino. Pero ¿cómo hemos podido hacerlo? ¿Cómo hemos podido bebernos el mar? ¿Quién nos prestó la esponja para borrar el horizonte?... ¿Hacia dónde caminará ahora? ¿Hacia dónde iremos nosotros?

Fue locura para los atenienses el anuncio de la resurrección, es locura para los europeos de la modernidad la muerte de Dios. A los atenienses se les recordaba la cercanía de Dios, a los europeos la ausencia de lo sagrado. No es un sermón para ateos, sus oyentes viven la ausencia de Dios. Nietzsche relata un acontecimiento que ya ha tenido lugar en su mundo y quiere exponer su sentido. Sus oyentes, tal vez nosotros, somos coautores y víctimas de la muerte de Dios.[Img #141004]

Esta crítica de Nietzsche, puede ser entendida desde una perspectiva más amplia, la crisis de la razón, la muerte de lo absoluto. Así lo entendió Heidegger en unos cursos impartidos en la universidad de Friburgo entre 1936 y 1940, convertidos en libros y publicados en dos volúmenes en los años sesenta. Es el fin de un modo tradicional de pensar a Dios y todos los valores supremos, se pierde la distinción de verdad y falsedad, entre bondad y maldad, debido a que se identificó la verdad y la bondad con la divinidad. Con la muerte de Dios, también mueren también todas las secularizaciones o sustitutos de Dios: la humanidad, la razón, el proletariado, el principio esperanza, los fines últimos y absolutos, la utopía, etc. Ahora hay muchos dioses, no hay fundamentos últimos, no hay principios fijos, es una época de pluralismo teórico y ético, de proliferación de proyectos y modelos. Así el nihilismo es un politeísmo, en él todo cabe, no hay verdad, sólo interpretación.

Desde esta pluralidad, se ha vuelto al politeísmo, proliferan numerosos dioses, muchos de ellos viejos conocidos: En construcciones filosóficas, en el taller mecánico del cosmos que todo lo conoce y lo arregla, en proyecciones de nuestros deseos y temores, en la represión de nuestros instintos más profundos, en la creencia en seres sobrenaturales producto de nuestra fantasías, en la fortuna y el destino, en el hiperconsumismo que nos impide ver la realidad injusta y mal repartida, en el dinero acaparador o en la huida a paraísos artificiales.

De nuevo quisiera traer la cercanía de ese Dios desconocido que nos propone Pablo, que tal vez no lo vemos porque es demasiado cercano. Muchos de nosotros no olemos los aromas cercanos, puedo oler el olor de la casa de mis vecinos, de mis amigos, de mis padres, pero no los de mi propia casa. Nuestros olores familiares están demasiado cerca, son extremadamente cotidianos y pasan desapercibidos. Vemos los objetos en la luz, pero no la luz misma. El Dios que presentaba Pablo, es la propia cercanía, en Él vivimos, respiramos, nos movemos. Pero lo cercano lo pasamos por alto, es la hondura de nuestra propia vida. Somos nosotros la tumba sellada donde se deposita el cuerpo de Jesús, y en nosotros, desde nuestra libertad, ha de suceder la resurrección. En el fondo del corazón humano está el tesoro escondido en el campo o la perla preciosa que nos habla la parábola.

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«Antes de seguir mi camino

y de poner mis ojos hacia adelante,

alzo otra vez, solitario, mis manos

hacia Ti, al que me acojo,

al que en el más hondo fondo del corazón

consagré, solemne, altares

para que en todo tiempo tu voz,

una vez más, vuelva a llamarme.

Abrásase encima, inscrita hondo,

la palabra: Al Dios desconocido:

suyo soy, y siento los lazos

que en la lucha me abaten

y, si huir quiero,

me fuerzan al fin a su servicio.

¡Quiero conocerte, Desconocido,

tú, que ahondas en mi alma,

que surcas mi vida cual tormenta,

tú, inaprehensible, mi semejante!

Quiero conocerte, servirte quiero»

Nietzsche, F. Al Dios desconocido, 1864

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