Seguimos asistiendo al drama de los refugiados. A las cifras imparables de personas que intentan sobrevivir un día más o que solo aspiran a algo tan simple como "dormir una noche sin bombas, sin violencia". Lo peor es que toda esta problemática no es de fácil solución, pues es una situación muy compleja. Significa compartir, reorganizar lo que estaba bien ordenado. Perder nuestra privacidad favoreciendo a otros con los que no tenemos nada en común. Y surge el temor; y del temor puede originarse la xenofobia, la intolerancia, el rechazo.
Asistimos perplejos a distintos focos de barbarie en el mundo. Los que huyen de los conflictos como el de Siria. Los que huyen del hambre desde Venezuela o desde algún punto cualquiera del globo terráqueo. Los que huyen de las catástrofes naturales, o de la persecución religiosa o política, etc. Nos sentimos impactados por el llanto de los niños a causa de las políticas migratorias.
Según datos de la Comisión Española de Ayuda al refugiado (CEAR), a finales de 2014 aproximadamente 60 millones de personas se vieron forzadas a desplazarse debido al conflicto sirio, o a los continuos atentados contra los derechos humanos. Recordamos que miles de personas arriesgaron sus vidas atravesando el Mediterráneo en endebles embarcaciones, intentando refugiarse en la Europa más próspera. Casi cuatro mil personas murieron en el año 2015. Hoy constatamos que los acuerdos de los líderes europeos para reubicar a aquellos 180 mil refugiados no se hicieron efectivos debido a la falta de solidaridad y a la externalización de fronteras con acuerdos como el suscrito con Turquía. Realmente se detecta que no existe voluntad política por parte de los dirigentes de la UE ni por parte de los gobiernos nacionales. Es sorprendente, sobre todo porque pertenecemos a una comunidad de naciones que presumía de su defensa de los derechos humanos más elementales.
Y reflexionando sobre esta situación que nos conmueve a todos, pensamos en la multiculturalidad, en el encuentro que muchas veces se torna en desencuentro cuando las culturas chocan como dos placas tectónicas que propician los seísmos. Y de pronto vemos en la sociedad cómo desde uno u otro bando se impone la aculturización, que no es ni más ni menos que "acoger una cultura que no es la propia, desintegrando la suya, pero no por voluntad propia". No obstante, la diversidad, lo diferente, debería ser un factor que mejore, enriquezca, madure entre los unos y los otros.
La experiencia española respecto a la inmigración, tan considerable hace algunos años, demostró que la multiculturalidad necesitaba de la interculturalidad, que significa el respeto e igualdad entre los diferentes. Implica diálogo, comprensión, paciencia, ceder, compartir el espacio por partes iguales. Cada uno percibiendo la realidad a su manera, pero tolerándose en un plano de igualdad. Acabando con el "ellos y nosotros".
Algunas organizaciones trabajaron para planificar una sociedad más justa, solidaria, con valores? lo cual era tarea de todos. Todos deberíamos arrimar el hombro porque lo que sucede en ella nos va a afectar. Dentro de mis cuatro paredes todo puede ser perfecto, incontaminado, pero alguna vez voy a tener que salir y me daré un encontronazo con la realidad, el día a día de ahí fuera. Me daré de cara con la intolerancia, con mi irresponsabilidad social por no salir de mi gueto particular. Por lo tanto, conviene trabajar para que alcancemos una convivencia pacífica, y facilitar el entendimiento entre culturas, propiciando la comunicación, el aprendizaje, el respeto entre ellas.
¿Debemos inmiscuirnos en estos temas? Si leemos la Biblia con sinceridad, por ejemplo, el mensaje de los profetas, no podemos negar que Dios nos incita a preocuparnos por la realidad en la que estamos insertos. Y que debemos participar en la búsqueda de una sociedad mejor, pero sin olvidar que, como dice un autor que releo estos días: "... la respuesta principal y más poderosa a las necesidades sociales y políticas del hombre, a su búsqueda de libertad, justicia y realización, está dada por Jesús en su propia obra y en la iglesia". Es necesario una nueva comunidad transformada por él, que tendrá una nueva actitud hacia el poder y su ejercicio, hacia las barreras y los prejuicios humanos, la justicia?
Hay mensajes que no necesitan palabras. Sólo basta el ejemplo, el reflejo de Cristo en nosotros. Diferentes, pero por eso. Basta con dejar caer unas gavillas para que el que es diferente las recoja. ¿Acaso no lo mandó Dios a su pueblo escogido?: "Cuando recojas la cosecha de tu campo y olvides una gavilla, no vuelvas por ella. Déjala para el extranjero, el huérfano y la viuda. Así el Señor tu Dios bendecirá todo el trabajo de tus manos". [?] Cuando coseches las uvas de tu viña, no repases las ramas; los racimos que queden, déjalos para el inmigrante, el huérfano y la viuda. Recuerda que fuiste esclavo en Egipto. Por eso te ordeno que actúes con justicia" (Deut. 24:19-21) NVI.
"Ya he retirado de mi casa la porción consagrada a ti, y se la he dado al levita, al extranjero, al huérfano y a la viuda? conforme a todo lo que tú me mandaste?", debían decirle a Dios en signo de obediencia. Dios había diseñado los caminos que propiciaban una convivencia basada en la obediencia a sus mandamientos, donde los excluidos tenían cabida en medio de su pueblo. Compartían de las bendiciones recibidas en la tierra que les había dado. Era un gesto voluntario. Reverente. Como vemos, la hospitalidad no era una asignatura optativa. A nadie le debía de faltar el sustento, ni los derechos ni las obligaciones. Cuánto cuidado tenía Dios por los diferentes, por los que se habían acogido bajo sus alas.
Quizás nosotros no hemos venido de otro país, de los bajos fondos de la exclusión social, de la marginación, pero sí hemos sido esclavos en Egipto, y liberados por pura gracia. Y ahora podemos decir que hemos sido blanco de la mirada amorosa de Jesús, de su gracia que nos ha salvado. Un regalo, decimos. ¿Seremos capaces de darlo a otros? Quien recibe de gracia debe dar de gracia. ¿Facilitaré el proceso de la interculturalidad en mi casa, en la iglesia, en la sociedad?
Abro la Biblia nuevamente, me dirijo al Antiguo Testamento y no necesito buscar mucho para encontrar, en los textos legales, nuevas pautas sobre el trato a los inmigrantes: "Cuando algún extranjero se establezca en el país de ustedes, no lo traten mal. Al contrario, trátenlo como si fuera uno de ustedes. Ámenlo como a ustedes mismos? Lev. 19.33-34. La directriz es que tuvieran derecho a la situación de bienestar de la que gozaban los israelitas. Estamos hablando de justicia social. De legalidad. De amor. Claro, ¿acaso puedo dudar de tener un Dios que es Juez justo? Y el Hijo, nada más iniciar su ministerio, señaló que seguiría la estela de su Padre. No necesitamos repetir lo que dijo, otra vez, su forma práctica de hacerlo lo dice claramente. Su Amor por los pobres de espíritu, por los cautivos? por los que necesitaban de la hospitalidad en la casa del Señor, donde hay mesa aderezada, donde la copa está rebozando? Él mismo iría a preparar morada, se adelantaría para recibirnos a lo grande.
Cada vez me adentro más en estas reflexiones y siento que no tengo escapatoria en esto de amar como Él ama. No digo que lo haya alcanzado ya, pero lo tengo presente. Basta sólo con mirar a nuestro alrededor para percibir la hospitalidad de Dios. Cómo ha preparado cada detalle para que podamos vivir con comodidad en este mundo. Cómo da muestra de tanta generosidad a pesar de lo que somos. Cómo nos acoge bajo sus alas pues "ya no hay judío ni griego, esclavo ni libre, hombre ni mujer, sino que todos ustedes son uno solo en Cristo Jesús" (Gálatas 3.28).
Ante tanta facilidad, ¿por lo menos no he de intentar seguir este paradigma que Dios me muestra? Acogiendo, siendo hospitalarios? estaremos sirviendo a Dios. "El que presta algún servicio, hágalo como quien tiene el poder de Dios? Así Dios será en todo alabado?". Así estaremos mostrando la Esperanza que hay en nosotros.
Jacqueline Alencar