Se expresa lo que se sabe
pero a veces en medio de la página
se accede a lo que no se sabe
se usurpa un lugar desconocido
aparece una presencia que se intuye
se acoge al desconocido y se le deja hablar
Alguien debe hacerse cargo de lo que no se sabe.
+ + +
Lo que sigue ya lo escribí
Estuve en el lugar que me indicaste
Veo lo que dijiste que vería
Estuve al otro lado
Ya no soy el mismo
Este es el comienzo
Lo que sigue ya lo escribí.
Jorge Cadavid
Nacido en la ciudad de Pamplona - la colombiana no la de Navarra -, el poeta Jorge Cadavid es autor de una significativa obra poética que a veces, abatido, escribe y comunica; sin tapujos ni disimulos, el poeta sostiene: "desde el principio del verso / no hay camino // Deberíamos escribir sin palabras / La idea más transparente / del poema es callar". Empero su labor termina siendo una vigorosa trova a la vida en todas sus dimensiones.
El escritor - sin proponérselo formalmente -, recuerda que en la naturaleza conviven diferentes reinos que han dado origen a disímiles taxonomías. Aristóteles fue el primero en diferenciar dos reinos: el vegetal y el animal, el primero caracterizado por tener "alma vegetativa" que le da reproducción, crecimiento y nutrición; el segundo tiene además un "alma sensitiva" que otorga percepción, deseo y movimiento. Posteriormente, los diligentes estudiosos de la biósfera han propuesto nuevos reinos que condujo incluso a plantear hasta siete diferentes. Cadavid prescinde de esas ilustres iniciativas, a objeto de que sea la emoción poética la que divida y distinga su personal naturaleza que no puede, por lo demás, prescindir del hombre y sus recónditas querencias.
La vegetación - ese verdor que le brinda clorofila, tinte y color a la existencia humana -, el bardo la hermosea en su muy personal herbario, que - como buen herbolario-, cuida, riega y protege, en botánica solidaridad. No distingue el escritor entre árboles o arbustos, matojos o bejucos, sotos o matorrales, su herbarium tampoco diferencia entre las plantas yacentes o errabundas, las que prefieren el jardín placentero o la insegura senda, para todas ellas hay una distinción, en especial, para los árboles nómadas, vagamundos, viajeros, andarines, errantes por necesidad, que germinan en busca de un anhelado e inexistente infinito y brotan ? de sopetón- de las intimas cartillas del poeta, quien comparte su ramaje, leamos:
Allá van los árboles
expulsados del rebaño
de viaje por los campos
Sólo se diferencian de los animales
en que carecen de domicilio
Sobrepasan la noche
y llegan donde principia el día
Algún filósofo naturalista
lanzó la idea escandalosa
de que los ineptos por constitución
para la vida nómada eran los humanos
Desasosegados pero estáticos
nunca entrevieron la velocidad de un árbol
la prisa sutil de su corteza
para ser madera
el ritmo de los frutos
para caer y levantarse
Qué del movimiento vertiginoso
de sus raíces para buscar un camino que no existe
y de las ramas alargando sus brazos
espectrales para tantear el infinito.
La poesía de Cadavid se nutre igualmente de esos bichitos, insectos voladores o rastreros, bienvenidos o repudiados, decibelicos, molestos; inadvertidos o evidentes incomodan al existente con su bisbiseo, el reposo y el sueño se dificultan. Entomólogo resulta ser también el poeta botánico, quien en su diario entomológico, ad hoc y deliberado, reivindica por igual a moscas ?" la mosca en la red de la araña / intenta resolver la ecuación / despejar la incógnita / entre esta álgebra transparente / La mosca improvisa una métrica / perfecciona hasta la filigrana el nudo / inventa paso a paso el error" -, abejas, luciérnagas de renovada luz, y en especial, a las organizadas, gregarias y hacendosas hormigas, a las que - como colegas escritoras - dedica varios poemas laudatorios:
Las hormigas han hecho un camino
por entre las letras
Oigo su marcha
segura por los renglones
Cada una carga su sílaba
y la deposita en el espacio
vacío de su página
No entiendo qué hace aquella solitaria
lejos del camino
con una palabra diez veces
más grande que ella
sobre su espalda.
Derviches y sufíes oran y danzan en busca de la ansiada eucaristía con su dios; colorada y colorinamente trajeados, se suman a los reinos del poeta a objeto de que el hombre y su deseada trascendencia tengan estampa en la ecuménica poesía de Cadavid, en su tolerante Casa de David: dancemos oficiosos al ritmo de sus versos y acompañemos al derviche en su giróvago frenesí:
El derviche borra su rostro
La eternidad y el instante
se intercambian
En la túnica la ingravidez
del blanco torbellino de los pliegues
la levitación, su única evidencia
Los brazos languidecen
su cabeza se inclina
anegada sobre el hombro
El derviche ciego
no necesita lugar para volar
en su claro delirio
ha tachado la realidad
Su destino no es el aire
Viaja del polvo al vacío
por el envés del firmamento
Ha llegado a ser lo que no existe
su vuelo en el cielo inmóvil
bien podría semejarse
a la ausencia
El denodado objetivo poético que se propuso alcanzar Jorge Cadavid, a fuerza de versos y más versos, ciertamente lo ha conseguido y variados reinos son conquistados por su poesía.
Quiero hacer cosas con palabras
por ejemplo, construir un vaso de vidrio
y una imagen clara como el agua
que atraviese su forma devota
Quiero beber su espectro luminoso
en el gastado hilo del día
Deseo sentir el recorrido absorto
de la transparencia en mi garganta
y verificar en silencio
que las ideas descienden líquidas
y es imposible retener su caudal
con solo mi pensamiento.
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