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D.Trump contra Guillén. Negreros e hijos de esclavos (El apellido)
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D.Trump contra Guillén. Negreros e hijos de esclavos (El apellido)

Actualizado 01/02/2017
Redacción

D.Trump contra Guillén. Negreros e hijos de esclavos (El apellido) | Imagen 1 Quiero dejar hoy otros motivos de más honda teología (seguiré hablando en este blog de las cárceles de Dios y de la declaración de amor de San Juan de la Cruz...) para tratar de Nicolás Guillén contra el que Donald Trump combate, aunque no le conozca personalmente.

Donald Trump rechaza a los emigrantes indeseados,buscando una pureza de raza", entendida entendida en la línea de una pureza nacional y de dinero.

Nosotros, los "buenos" europeos no tenemos razones para condenarle, pues en los reinos de España se quiso y logró hace cinco siglos parte de la pureza que él hoy quiere, cerrando fronteras y expulsando a judíos y musulmanes. Trump, hijo de una tierra de hombres libros (pero también de negreros y asesinos de indios) quiere hoy cerrar las puertas de Estados Unidos, como si quisiera negar la historia de su pueblo, de una humanidad hecha de cruces de culturas y razas, buscando una ilusoria "pureza de sangre" (es decir, de dinero), que es mucho peor que la de los hispanos del siglo XVI y XVII.

Quizá algunos conocéis menos a Nicolás Guillén, pero quiero deciros que cuando se olvide el nombre y "hazañas" de Trump habrá muchos que seguirán recordando los versos

D.Trump contra Guillén. Negreros e hijos de esclavos (El apellido) | Imagen 2

Nicolás Guillén (1892-1989), un inmenso poeta hispano-cubano (nació cuando Cuba era España) al que muchos hemos admirado por su forma de entender y de vivir lo hispano y lo africano, la mezcla de razas, el poder de lo mestizo, las venas abiertas a todas las sangres de la vida. Él ha descrito mejor que otros muchos la textura de una vida hecha de cruces y de cautiverios... convertidos al fin en fuente de riqueza gozo.

Ésta es la paradoja: Los puros hispanos de raza llevaron a los "padres" de Guillén cautivos (esclavos) de África a Cuba, lo mismo que los norteamericanos de Trump que hoy no quieren "malos extranjeros" llevaron a fuerza de dinero, cañones y grilletes a millones de esclavos , comprados a los traficantes de "negros" de África, cuando comprar un negro, esclavizarlo y ponerlo a cultivar algodón costaba menos que ir a que cazarlo en la selva como animal peligroso.

Por eso quiero poner hoy frente a frente a Guillen y a Trump. De Trump sabéis sin duda mucho, no quiero citarle más. Gillén es menos conocido, pero más importante Por eso hoy quiero recordaros un poema suyo titulado el Apellido, un poema espléndido de mestizaje y recuperación de la identidad, un poema abierto al cruce de culturas, un poema universal.

Nicolás Guillén

Guillén no hablaba externamente de Dios, era comunista, pero evocó el camino y apellido de la vida de los hombres de Dios, queriendo superar la dictadura de aquellos que pretenden tener la verdad, mantener e imponer su razón, por encima de los otros, imponiendo sobre los negros o morenos su apellido blanco, hecho de dinero.

Le gustaba la razón mestiza, hecha de pinceladas blancas, pero también de herencias negras, que fluían de la sangre y de la vida de aquellos cautivos que fueron robados y vendidos una y otra vez, pero sin perder la identidad por ello, sin dejarse morir en el camino, para hacer que Cuba fuera Cuba y los Estados Unidos lo que han sido y pueden ser, si avanzan por el camino de la comunicación, del diálogo, el respeto hacia todo.

También yo me he sentido africano con sus versos, con mis apellidos y mis nombres hechos de raíces africanas, es decir, universales? Todos somos africanos leyendo estos versos, todos somos cubanos, un cruce de razas, de herencias y de apellidos. No hace falta hablar de Dios en este poema, porque todo es Dios o, mejor dicho, todo es reconocimiento de la Vida.

Así me lo hizo ver un día en Córdoba (Argentina) un amigo llamado Gustavo, un poeta, mestizo de hispano, indio y negro, al que quise pedir una tarde que me declamara alguno sus versos, después de haber tomado con su madre (¡madre de un asesinado por la dictadura de los militares!) y con sus amigos un churrasco de la tierra.

Le pedí sus versos, a la sombra de una tarde de verano austral, hace algunos años, y me dijo: "Te diré unos versos de Guillén", para que así me conozcas mejor y conozcas mi apellido, una parte del apellido negro e indio, hispano y universal de los americanos, empezando por Cuba (donde ha sido grande la presencia africana). Y me fue diciendo los versos que ahora he recogido, del poema que se titula El Apellido. Y ha querido traerlos aquí, a mi blog, porque son lo más hondo que traído esta vez de Argentina.

¿Cómo te llamas, me dijo? Yo le respondí: en un plano me llano Cristiano, y lo soy, por gracia de Jesús. Pero en otro nivel me siento judío musulmán, sometido a Dios y le doy gracias a Mahoma por el brillo de sus palabras, tantas veces desaforadas e inquietantes, pero abiertas a la complejidad de una existencia que no podemos manejar nunca con nuestras razones.

¿Cómo te llamas, me dijo? Y le respondí otra vez que soy y me llamo vasco, por nacimiento y sentimiento. Pero, al mismo tiempo, le dije que llevo en mi sangre la sangre de los esclavos africanos y el aliento de los antiquísimos chinos, de los siberianos y los indios?

Soy vasco e ibero, americano y bantú. Por todo eso le dije: me quiero llamar hombre, ser humano. No tengo apellido especial que pueda separarse de los otros; soy todos los apellidos. Pero, al mismo tiempo, soy XP, el que soy de Jesús y de todos los que me han ayudado a encontrarme.

Después de haberle dicho eso, con un inmenso abrazo en los ojos, Gustavo, mi amigo poeta, en vez de recitar sus versos me cantó los de Nicolás Guillén, poeta de Cuba, que ha cantado como nadie el "apellido" mezclado, mestizo, de tantos y tantos hijos de Dios, es decir, seres humanos a quienes debemos agradecer la libertad de ser y el gozo de vivir.

Gracias por todo, Gustavo. Aquí vuelvo poner, porque tú me los dejaste en la boca y corazón, los versos de Guillén que dicen tu apellido, el tuyo y el mío, el de todos los que siendo vascos o argentinos, cubanos o extremeños, nos podemos llamar y nos llamamos también africanos. Por eso he querido titular esta postal: Guillén contra Trump; quien siga leyendo verá la razón de lo que digo.

El apellido

(De Elegías, 1948-1958)

I

Desde la escuela

y aun antes... Desde el alba, cuando apenas

era una brizna yo de sueño y llanto,

desde entonces,

me dijeron mi nombre. Un santo y seña

para poder hablar con las estrellas.

Tú te llamas, te llamarás...

Y luego me entregaron

esto que veis escrito en mi tarjeta,

esto que pongo al pie de mis poemas:

las trece letras

que llevo a cuestas por la calle,

que siempre van conmigo a todas partes.

¿Es mi nombre, estáis ciertos?

¿Ya conocéis mi sangre navegable,

mi geografía llena de oscuros montes,

de hondos y amargos valles

que no están en los mapas?

¿Acaso visitasteis mis abismos,

mis galerías subterráneas

con grandes piedras húmedas,

islas sobresaliendo en negras charcas

y donde un puro chorro

siento de antiguas aguas

caer desde mi alto corazón

con fresco y hondo estrépito

en un lugar lleno de ardientes árboles,

monos equilibristas,

loros legisladores y culebras?

¿Toda mi piel (debí decir),

toda mi piel viene de aquella estatua

de mármol español? ¿También mi voz de espanto,

el duro grito de mi garganta? ¿Vienen de allá

todos mis huesos? ¿Mis raíces y las raíces

de mis raíces y además

estas ramas oscuras movidas por los sueños

y estas flores abiertas en mi frente

y esta savia que amarga mi corteza?

¿Estáis seguros?

¿No hay nada más que eso que habéis escrito,

que eso que habéis sellado

con un sello de cólera?

(¡Oh, debí haber preguntado!)

Y bien, ahora os pregunto:

¿No veis estos tambores en mis ojos?

¿No veis estos tambores tensos y golpeados

con dos lágrimas secas

¿No tengo acaso

un abuelo nocturno

con una gran marca negra

(más negra todavía que la piel),

una gran marca hecha de un latigazo?

¿No tengo pues

un abuelo mandinga, congo, dahomeyano?

¿Cómo se llama? ¡Oh, sí, decídmelo!

¿Andrés? ¿Francisco? ¿Amable?

¿Cómo decís Andrés en congo?

¿Cómo habéis dicho siempre

Francisco en dahomeyano?

En mandinga, ¿cómo se dice Amable?

¿O no? ¿Eran, pues, otros nombres?

¡El apellido, entonces!

¿Sabéis mi otro apellido, el que me viene

de aquella tierra enorme, el apellido

sangriento y capturado, que pasó sobre el mar

entre cadenas, que pasó entre cadenas sobre el mar?

¡Ah, no podéis recordarlo!

Lo habéis disuelto en tinta inmemorial.

Lo habéis robado a un pobre negro indefenso.

Lo habéis escondido, creyendo

que iba a bajar los ojos yo de la vergüenza.

¡Gracias!

¡Os lo agradezco!

¡Gentiles gentes, thank you!

Merci!

Merci bien!

Merci beaucoup!

Pero no... ¿Podéis creerlo? No.

Yo estoy limpio.

Brilla mi voz como un metal recién pulido.

Mirad mi escudo: tiene un baobab,

tiene un rinoceronte y una lanza.

Yo soy también el nieto,

biznieto,

tataranieto de un esclavo.

(Que se avergüence el amo.)

¿Seré Yelofe?

¿Nicolás Yelofe acaso?

¿O Nicolás Bakongo?

¿Tal vez Guillén Banguila?

¿O Kumbá?

¿Quizás Guillén Kumbá?

¿O Kongué?

¿Pudiera ser Guillén Kongué?

¡Oh, quién lo sabe!

¡Qué enigma entre las aguas!

II

Siento la noche inmensa gravitar

sobre profundas bestias,

sobre inocentes almas castigadas;

pero también sobre voces en punta,

que despojan al cielo de sus soles,

los más duros,

para condecorar la sangre combatiente.

De algún país ardiente, perforado

por la gran flecha ecuatorial,

sé que vendrán lejanos primos,

remota angustia mía disparada en el viento;

sé que vendrán pedazos de mis venas,

sangre remota mía,

con duro pie aplastando las hierbas asustadas;

sé que vendrán hombres de vidas verdes,

remota selva mía,

con su dolor abierto en cruz y el pecho rojo en llamas.

Sin conocernos nos reconoceremos en el hambre,

en la tuberculosis y en la sífilis,

en el sudor comprado en bolsa negra,

en los fragmentos de cadenas

adheridos todavía en la piel;

sin conocernos nos reconoceremos

en los ojos cargados de sueños

y hasta en los insultos como piedras

que nos escupen cada día

los cuadrumanos de la tinta y el papel.

¿Qué ha de importar entonces

(¡qué ha de importar ahora!)

¡ay! mi pequeño nombre

de trece letras blancas?

¿Ni el mandinga, bantú,

yoruba, dahomeyano

nombre del triste abuelo ahogado

en tinta de notario?

¿Qué importa, amigos puros?

¡Oh, sí, puros amigos,

venid a ver mi nombre!Mi nombre interminable,

hecho de interminables nombres;

el nombre mío, ajeno,

libre y mío, ajeno y vuestro,

ajeno y libre como el aire

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