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El Dios de Gonzalo Rojas
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TRAVESÍA DE EXTRAMARES

El Dios de Gonzalo Rojas

Actualizado 12/01/2016
Alfredo Pérez Alencart

Alfredo Pérez Alencart se adentra en una de las vertientes menos conocidas de la obra del notable poeta chileno, reconocido con el Premio Cervantes y el Reina Sofía de Poesía Iberoamericana, entre otros. Y selecciona cuatro poemas para nuestros lectores

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EL GRANDE VIEJOVEN DE LEBÚ

Premio Miguel Cervantes de las Letras, Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana, Premio Octavio Paz, Premio Nacional de Literatura? No abundaré en datos biográficos y demás reconocimientos que en vida hicieron (tardíamente, bien es cierto) a mi buen amigo Gonzalo Rojas (Lebú, Chile, 1916-2011), un chileno universal no sólo por su dimensión cultural, sino también por sus múltiples periplos por el mundo: sea por motivos exílicos derivados del golpe de estado de Pinochet, sea por invitaciones y trabajos en Europa, América o Asia. Ahora su obra es bastante reconocida en España, pero recuerdo que, cuando lo conocí en 1990, pocos, muy pocos sabían de él, salvo en círculos académicos o en pequeños grupos poéticos. Y si supieran el esfuerzo que tuve que emplear para lograr que lo invitaran a nuestra Universidad. Comento esto, pues a raíz de los muchos premios, abundan los ensayos y comentarios sobre su obra. No obstante ello, se esquiva, en gran medida, una de las vertientes o 'visiones' que él nunca ocultó: su religación con Dios. Aprecien lo que escribía en 1943, en el poema "Algo, Alguien":

¿Mío, mi Dios, el viento que sopla sobre el mar del tormento y del gozo,

el que arranca a los moribundos su más bella palabra,

el que ilumina la respiración de los vivientes,

el que aviva el fuego fragmentario de los pasajeros sonámbulos?[Img #503711]

El viento de su origen

sopla donde quiere; mis alas

invisibles están grabadas en su esqueleto.

En este instante,

todos los hombres están oyendo mi golpe, mi palabra:

Los dejo en libertad.

Siempre joven de espíritu, Gonzalo se denominaba a sí mismo "viejoven". Quienes lo conocimos, sabíamos de su profunda conexión con Dios. En años más recientes, algún periodista chileno le preguntó al respecto, y él no rehuyó responder: "Dios se enlaza con lo absoluto. Claro que uno tiene la formación católica, fuerte en Chile, y después se aparta de la ortodoxia en cuanto a lo eclesial y a todas esas pautas rituales un poco tercas y abusivas, al menos para uno. Pero se aparta sin abominar de Dios. No nos hagamos ilusiones. Todos esos niños, llámense Nietzsche o nuestro querido poeta Vicente Huidobro, cuando matan u objetan a Dios, en el fondo es por una gran preocupación. ¿Qué vas a saber tú del enigma tremendo del mundo, de afuera y de adentro? Lo desconocido existe".

Antes, en su muy citado libro "La miseria del Hombre" (1948), dejaba constancia de la pequeñez del hombre respecto a Dios:

El hombre que quería ser Dios, se está muriendo desde el comienzo de sus días.

El guerrero que quiso toda la superficie del planeta,

se está muriendo.

El hombre que soñaba

la conquista del sol, se está cada mañana obscureciendo.

Todo, y todo,

y todo

se está muriendo de sí mismo.

UN MAGNO TESTIMONIO DE FE: DIOS SIEMPRE, PARA QUE QUEDE BIEN CLARO

Este inmenso poeta chileno, conocido y reconocido en todo el territorio de la lengua castellana, pero también traducido a muchas lenguas del mundo, 'sorprendió' a medio Chile cuando el 13 de octubre de 2010 escribió un rotundo artículo en El Mercurio, el más importante periódico de su país. El artículo se trataba del rescate de los mineros, se tituló "Dios, los mineros y los chilenos" y el mismo constituye una pieza de profunda gratitud "al Dios que hay en mí?", como dice en uno de sus poemas, pero también una llamada de atención hacia políticos y demás gente que busca achatar el poder del Señor sobre todo lo viviente.

Un año más tarde falleció mi querido Gonzalo, poeta admirado. Y yo tendría que ponerle como epitafio dos versos que el escribió en otra despedida: "?vuelve al verdor/ del otro Oxígeno, al Padre".

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Y para que nadie se extrañe de la vinculación de Gonzalo Rojas con Dios, reproduzco íntegro el artículo citado: "Para nosotros se ha escrito un porvenir abierto. Se nos debe en justicia la luz por dolor; y el dolor se hará estrella...". Así hablaba Jaime Eyzaguirre en Hispanoamérica del dolor, medio siglo atrás.

¿Quién ha escrito ese porvenir? ¿Quién nos debe en justicia la luz? ¿Quién nos regalará esa estrella? Durante la extensa y emocionante tarea de rescate de los 33 mineros, los chilenos no han perdido de vista que detrás de esos dolores y trabajos, sólo Uno podía terminar bien la faena. Los mineros han invocado a Dios, sus familias han pedido a Dios, los rescatistas se han encomendado a Dios, las autoridades han confiado en Dios, los simples espectadores vamos dando gracias a Dios. Unánime: los chilenos de todas las religiones -mayoritariamente cristianos, fundamentalmente católicos- hemos pedido el suplemento divino a nuestros esfuerzos humanos. Como el 27 de febrero, como antes en Chaitén, como siempre en nuestra sufrida historia.

Es la afirmación popular del más sencillo y profundo sentido común en lo espiritual. Pero es una afirmación que ha sido también victoria rotunda. ¿Victoria sobre quiénes? Ante todo, sobre los que han repetido, frente a cualquier tragedia, que Dios nada tenía que ver con lo sucedido, que resultaba 'niñoide' afirmar que Dios lo había planteado como prueba o como purificación. Los ejemplos se repitieron: una tragedia ferroviaria, un terremoto devastador, un grupo de mineros sepultados, nada tenían que ver con los planes de Dios, nos decían. Han buscado convencernos de que los quereres divinos sólo se refieren a una solidaridad en terreno, pero que, puestos a vincularlo con los grandes dolores humanos, nada le importan, los deja venir e irse, no interviene, los contempla indiferente. Por eso, la masiva confianza en Dios es la derrota de los que promueven un Creador lateado, aunque quizás rezan todos los días 'hágase tu voluntad' y 'líbranos de todo mal'.

También ha sido una victoria sobre los que se quejan de la frecuente invocación de Dios. Ya está bien de tenerlo en la punta de la lengua para cualquier cosa, nos han dicho. Y cada vez que oyen mencionar su nombre, curiosamente parecieran invocar a su favor el 'no usarás su santo nombre en vano'. Pero no es el celo por el nombre divino lo que los mueve, sino, por el contrario, la inquietud por su extendida presencia en la palabra diaria de tantísimos compatriotas. Quisieran a Dios fuera de las palabras: así lo comenzarían a sacar de los pensamientos y lo irían borrando de la vida. Pero los millones de veces que en estos meses hemos dicho Dios, Jesús, Cristo... han triunfado sobre esa política que promueve al Dios ausente y que busca consumarse en un Dios olvidado.

Se les ha ganado también a los que han insistido en que Dios no tiene derechos que le puedan ser reconocidos en nuestra vida ciudadana. Como todo lo plantean en términos de concurrencias democráticas, piden para las mayorías derechos sobre las minorías. A Dios, con sólo tres votos -a lo más- lo dejan de lado como una exigua minoría, aunque bastantes seguidores se esfuercen por defenderlo públicamente. Tonterías, nos han dicho, son esas defensas de los derechos de Dios, de su imagen santa. Derechos tenemos los humanos sólo para lo humano, pero carecemos de derechos para defender lo divino, nos sugieren.

Pero el desmentido ha sido clamoroso: no ha habido ámbito de lo público en que no se haya usado el derecho humano a lo divino en estos días. La masiva demostración de fe ha confirmado la luminosa sentencia del no creyente Octavio Paz: 'Las ideologías ocultan la realidad, pero no la hacen desaparecer; un día u otro la realidad desgarra los velos y reaparece".

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CUATRO POEMAS CON BASE BÍBLICA

En esta primera entrega acopiamos cuatro textos de varias épocas suyas. Al poeta le encantaba mezclar los tiempos, tenía total consciencia de la Ucronía, máxime en asuntos poéticos y/o espirituales. Gonzalo Rojas es un poeta cuya obra, en parte, está emparentada con la escritura de Juan de Patmos. Y en otra, no es que esté muy lejos de Juan de la Cruz.

Muchos críticos pasan de lado, esquivan la profunda relación de Gonzalo con Dios, su invocación constante a lo numinoso. Justo en el poema titulado "Numinoso", podemos leer: "No somos de aquí pero lo somos:/ Aire y Tiempo/ dicen santo, santo, santo". Y en otro texto de su obra, el Poeta de Lebú y de Chillán, apunta: "?Del sin sentido al otro cordel no hay más/ que la madre, la soga livianísima/ de ida y vuelta a Dios para el rehallazgo?".

IMAGO CON GEMIDO

1

Demasiado pétalo en el ruido, pintarrajeada

apariencia espacial, turbosílabas

que no alcanzarán el acorde

original de las nubes, por mucho

que me corte esta oreja y le diga a mi oreja: -Cállate,

oreja, hay que oír

con el ojo, pensar

pensamiento con la otra física

pineal, libre de lo salobre

del sentido, no andar huyendo de mi Dios, ser

uno mismo mi Dios, hablar con Él[Img #503707]

despacito;

2

iban,

no sé, irían

a dar las tres en el aire

3

cuando Él llamó a Pedro y vino Pedro

por esa puerta, se sentó

en mi silla, escribió

en arameo, siguió escribiendo

por mí

llorando.

TODAVÍA TÚ

--"Helí, Helí

lamá sabaktaní"

aullido

rojo como el oxígeno

de la Especie, costado

abierto y torrencial de Quién;

esto

es mío, o

de otro?

Cuando vengas vendrás,

vendrás y estás viniendo en lo más alto de los gallos,

no sé

cómo decirlo, cómo

escribirlo con alquitrán en este muro.

WARUM, MEIN GOTT?

¿Dónde está el libro abierto con el cuadro del juicio?

¿Dónde la letra angélica tocada por la gracia?

¿Cuál de estos cuerpos guarda la tinta del vidente?

Oigo un coro en la lluvia de la luz afilada,

destapar mi sellada cara descolorida:

"Si mueres, qué te vale ganar el mundo entero".

(1941)

ELOHIM

No discuto

cuántas son las estrellas inventadas por Dios,

no discuto las partes de las flores

pero veo el color de la hermosura,

la pasión de los cuerpos que han perdido sus alas

en el vuelo del vicio;

entonces se me sube la sangre a la cabeza

y me digo por qué

Dios y no yo, que también ardo

como Él en el relámpago

único de la Eternidad?

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