Eso ha dicho D. Pedro Sánchez Pérez Castejón, que tiene madre, que las Universidades privadas son chiringuitos en los que se compra un título. Ciertamente, en los últimos años ha habido una floración de infinidad de Universidades, Escuelas Superiores y Centros de Formación Profesional de Grado Superior. Tantas que es dudoso que todas tengan un buen nivel académico. Creo que nuestra piel de toro (alias España) no da para tanto. El principio democrático de la libertad de enseñanza tiene estas consecuencias y el mercado acabará por situar a cada institución educativa en su sitio. Otra de las causas de esta proliferación de la iniciativa privada es el deterioro de las Universidades públicas, muchas de ellas afectadas por males antiguos y duraderos en el tiempo, como son la endogamia intelectual, es decir, que los profesores nuevos sigan la estela de los veteranos en lugar de escoger a los mejores, aunque no pertenezcan a mi grupo de presión. Otro mal importante que afecta a muchas de nuestras Universidades públicas es la afiliación ideológica de obligado cumplimiento, que viene de lejos, por ejemplo, desde que el Partido Comunista, en plena Dictadura franquista, logró hacerse con muchas de las cátedras de las llamadas Ciencias Humanas. Por suerte, todavía hay profesores con suficiente valía personal y académica para conseguir que algunas de nuestras Universidades, públicas o privadas, lleguen, al menos, al número 164 ó 300 de la lista mundial de buenas Universidades.
Yo soy hijo de un pequeño funcionario del Estado, guardia segundo de la Guardia Civil y de una madre con Estudios Primarios pero muy inteligente. Como soy el mayor de cinco hermanos, mis padres tuvieron que ensayar conmigo el difícil propósito de enviarme al mejor Colegio posible. Y así pidieron plaza para mí en el mejor Colegio Público del centro de la ciudad, "de cuyo nombre no puedo acordarme", porque el niño parecía ser despierto. Petición denegada porque el sueldo de mi padre, funcionario público del montón, no daba para alquilar un piso céntrico, sino que, recién llegados de Huelva, destino anterior de mi padre, solo les daba para vivir alquilados en una habitación con derecho a cocina en la Calle Volta. Al nacer yo, imagino que con la pequeña ayuda que recibían las familias por hijo nacido, pudieron alquilarle al Sr. Ignacio, el chocolatero, una casita de planta baja situada en la Calle Rodríguez Sampedro, que luego fue Avda. de Pérez Almeida para terminar en Avda. de los Comuneros. Nada de centro de la ciudad, donde vivían los medios y altos funcionarios.
Así que mis padres se vieron en la obligación de aplicar el refrán de que “vale más lo malo conocido que lo peor por conocer” y recurrieron a una prima, religiosa del Amor de Dios y allí, en un Colegio para niñas, donde mis dos hermanas, Tobar y Belén, cursaron la Primaria y el Bachillerato con mucho aprovechamiento, y solo pude estar hasta los siete u ocho años, que era la máxima edad en que admitían a niños varoncitos en Colegios de niñas. Desde allí fui a los Escolapios a terminar la Primaria, el Preparatorio de Ingreso, el Bachillerato Elemental de cuatro años, con su reválida, y el Bachillerato Superior, de dos años, también culminado por otra reválida y el Curso PREUniversitario, con el consiguiente examen en la Universidad. Primero en la calle Santiago 1 y después tuve la suerte de estrenar, como alumno, el magnífico Colegio construido en el Paseo de Canalejas, que conservaba el claustro y la Capilla construidos, creo, por el gran arquitecto renacentista Gil de Hontañón, para las Madres Bernardas. Allí cursé el Bachillerato de Ciencias, que no prefiguraba del todo mi vocación sacerdotal, pero el Director Espiritual, con muy buen criterio, insistió en que debía seguir la rama de Ciencias (Matemáticas, Física, Química, Ciencias Naturales, Biología), de lo que me alegro mucho y me entristece por no haber estudiado nada de griego, tan importante para entender bien el Nuevo Testamento.
Para cursar los Estudios Eclesiásticos, si yo hubiera sido alemán o suizo podría haber optado por matricularme en una Facultad estatal de Teología. Pero como no soy centroeuropeo tuve que matricularme en la Facultad de Teología de la Universidad Pontificia de Salamanca, refundada en 1940 como Facultad Pontificia dependiente de la Conferencia Episcopal española, a poco de terminar nuestra Guerra Incivil. Y es que la Teología fue forzosamente exiliada de las Universidades Públicas españolas el 21 de octubre de 1868 por Decreto del ministro de Fomento D. Manuel Ruiz Zorrilla, como efecto de la revolución de 1868, apodada La Gloriosa. Expulsada quedó y bien expulsada, de tal manera que ni el nacionalcatolicismo, ideología justificadora del franquismo, pudo revertir la situación. Dice el refrán que los extremos (o los extremeños) se tocan y así sucedió, aunque no eran extremos contrapuestos, sino unidos por una ideología que hoy podríamos tildar tranquilamente de fascista o facha: el estatalismo, que es ideología común a la extrema derecha, la extrema izquierda y la extrema mediopensionista tecnocrática y desarrollista. Todo ello aderezado por otra ideología aún más antigua, el anticlericalismo, que se sitúa en el mismo caldo de cultivo intelectual del clericalismo, pues “dime a quién combates y te diré en qué has acabado convirtiéndote”. Ha sido tan visceral el anticlericalismo que ha acabado abrazando el modus operandi del clericalismo. Da la impresión, a primera vista, que ya no estamos en esa pelea clericalismo-anticlericalismo, pero me malicio de que los pecados ideológicos tienden a ser crónicos y recidivantes (rebrotan periódicamente) y hay que estar al loro.
De modo que en esos dos “chiringuitos”, al decir de nuestro actual Presidente del Gobierno, los Colegios religiosos, entonces privados y ahora concertados, del Amor de Dios y del Colegio “Calasanz” y la Universidad Pontificia de Salamanca (UPSA), he podido estudiar. Y no me ha debido ir tan mal, digo lo de aprender y tener pensamiento propio y crítico, cuando en mi Curso de Doctorado en Filosofía, llevado a cabo en la Universidad de Salamanca (USAL), me dieron premio extraordinario de Trabajo de Fin de Grado. En mi opinión, más le valdría a nuestro Gobierno centrarse en asuntos jurídicos en los tribunales, no sea que, al final, no tengamos ni caldo ni tajadas, es decir, hayamos derivado en lo que dijo D. Alfonso Guerra, que a la democracia española no la va a reconocer ni la madre que la parió. Y tengo para mí que D. Alfonso no comulga con este deterioro progresivo e ¿irreversible? de nuestro sistema democrático que tanto nos costó alumbrar.
Antonio Matilla, ex alumno de la UPSA y de la USAL
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