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Toda una vida
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TANTOS LIBROS POR LEER

Toda una vida

Actualizado 25/03/2025 08:26

Robert Seethaler es un muy leído y muy premiado escritor austríaco, con una igualmente exitosa carrera como guionista, actor de teatro, cine y televisión en su país. Con tres espléndidas novelas publicadas en España, la última de la cuales, El campo, vio la luz en 2018 y cuya traducción al español apareció el pasado septiembre, quiero hablarles hoy, sin embargo, de la anterior, Toda una vida, un fenómeno editorial en el mundo entero, con traducciones a más de cuarenta idiomas.

La historia que se nos narra en Toda una vida se corresponde con lo muy descriptivo de su título. Seethaler nos cuenta en apenas ciento cuarenta páginas, con prosa aparentemente sencilla, de modo muy austero y despojado aunque rezumando sensibilidad, la vida entera de su protagonista, desde que nace muy a finales del siglo XIX hasta su muerte casi ochenta años después. Con una estructura en cierto modo circular que mantiene, en lo principal, un desarrollo cronológico lineal, pero con abundantes elipsis e incorporando numerosas vueltas atrás y adelante en el tiempo, su relato nos permite conocer los principales “acontecimientos” de una vida corriente, del paso por la existencia de un hombre común y sin especial relevancia como, casi sin excepción, en última instancia lo somos todos.

Andreas Egger nace en 1898. Siendo apenas un chiquillo, un día del verano de 1902 lo bajaron del carro de caballos que lo había llevado al pueblo desde una ciudad al otro lado de las montañas. Egger pasará prácticamente toda su vida en ese pueblo, una aldea perdida en los Alpes, sin más horizonte que las enormes montañas cubiertas de nieve la mayor parte del año. El pequeño Andreas vivirá en la casa del granjero Kranzstocker, que con su severa -casi fanática- concepción religiosa del mundo se ha visto “obligado” a acogerlo en tanto hijo de una de sus cuñadas, fallecida como consecuencia de lo que para su estricta visión del mundo fue una vida “disipada”. Destinado desde muy niño a las ingratas y a menudo brutales tareas del campo, uncido a un yugo para bueyes, con la vista permanentemente clavada en el suelo, trabajará para el granjero entre palizas constantes. Uno de esos salvajes castigos le provocará una cojera que le acompañará toda su vida.

Desde esos recuerdos iniciales, y tras pocos años de colegio, su juventud y su vida adulta se desarrollan en ese desolado, gélido y sin embargo bellísimo entorno. Familiarizado con sus cumbres y sus valles, trabajará en la construcción de los numerosos teleféricos que empiezan a instalarse en la región, talará árboles y ayudará a levantar enormes pilares de acero, cavará fosas y perforará las rocas para la instalación de explosivos, casi siempre en solitario en riscos a miles de metros de altitud. Se enamorará de Marie y será correspondido. A finales de 1942 será llamado a filas, tras haberse presentado voluntario y descartado por su minusvalía cuatro años antes. Destinado al frente oriental del ejército nazi, pasará ocho años en Rusia, la mayor parte de ellos recluido en un campamento soviético de prisioneros de guerra al norte del mar Negro. Volverá al pueblo y tras la quiebra de la compañía constructora de los teleféricos y sin la posibilidad, pues, de reincorporarse a sus tareas habituales en ella, se reconvertirá en guía de turismo para acompañar por la zona a las multitudes de visitantes que el progreso ha llevado a la región. Debiendo abandonar incluso, a causa de los estragos de la edad, esa labor de orientación a excursionistas, morirá en su pueblo, en el mísero caserón al que se había retirado en soledad en los últimos años de su vida.

Sin entrar en más detalles que desvelarían aspectos relevantes de la “trama” de la novela y que deben conocerse, creo, a medida que se avance en su lectura, así puede sintetizarse la ordinaria y hasta cierto punto anodina existencia de nuestro protagonista. Pero, como sucede muy a menudo en las grandes novelas, la breve descripción de un argumento no permite trasladar ni una pálida muestra de lo que la obra encierra.

En este sentido, quiero resaltar al menos tres motivos por los que les recomiendo su lectura. En primer lugar, por su encendida reivindicación de la naturaleza, que se nos muestra en su doble consideración, como acogedor refugio y como oscura amenaza. La inmensidad de los valles, las cumbres nevadas, las verticales paredes de roca helada, la aridez de la tierra, el suelo endurecido por el hielo, los riachuelos congelados, la nieve invernal incesante y espesa; los primeros balbuceantes brotes de vida bajo el hielo en primavera; el aire cristalino, el cielo azulísimo o estrellado, el sol refulgente y cálido, los henales mullidos, los prados roturados, los frondosos bosques, las flores explotando en el verano, toda esa naturaleza, extrema y áspera, simultáneamente inclemente y benéfica, puntea las vivencias de Andreas y alcanza la dimensión de personaje sustancial en la novela encerrando una verdad elemental e irrefutable.

En segundo lugar resulta formidable la creación literaria del protagonista, un Andreas Egger que, con su austeridad, con su silencio, con su soledad, con su sencillez, con su temperamento sosegado y discreto, con su lentitud, con su inocencia primaria, con su aceptación -conformista o estoica- de lo que la vida le depara, con su nobleza, pero también con su perplejidad, con su desconcierto, con su melancolía, con su -infrecuente- iracundia, pasa por el mundo humildemente, sin exigencias, sin reclamar nada a nadie.

En tercer lugar, el libro resulta inolvidable por su planteamiento triste y melancólico, desesperanzado incluso, aunque de una gran lucidez. La vida pasa, nacemos y morimos. En el medio, si hay suerte, surgen el amor, algunas ilusiones, ciertas expectativas; pero las expectativas se truncan, las ilusiones se apagan, el amor acaba. Una percepción que todos hemos experimentado en nuestras vidas, lo que demuestra, una vez más, el hondo alcance de la novela y su capacidad para tocar los aspectos más íntimos y verdaderos de nuestras almas.

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Robert Seethaler. Toda una vida. Editorial Salamandra. Barcelona, 2024. Traducción de Ana Guelbenzu. 144 páginas. 19 euros

Alberto San Segundo - YouTube

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