, 30 de marzo de 2025
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Guerra y rearme en el siglo XXI: dinámicas y consecuencias
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Guerra y rearme en el siglo XXI: dinámicas y consecuencias

Actualizado 26/03/2025 08:14

La guerra no tiene nada que ver con el heroísmo. Es un acto de destrucción, de locura y de sufrimiento humano sin sentido.

ERICH MARIA REMARQUE,

Las guerras del siglo XXI son guerras de intervención, libradas por potencias extranjeras para proteger sus propios intereses, y no para defender la justicia o los derechos humanos.

NOAM CHOMSKY

La guerra ha sido una constante en la historia de la humanidad, aunque sus formas y motivaciones han evolucionado con el tiempo. En el siglo XXI, los conflictos armados han adquirido nuevas dimensiones debido a la globalización, los avances tecnológicos y la reconfiguración del poder mundial. En este contexto, el rearme se ha convertido en una estrategia clave para las grandes potencias y bloques regionales que buscan mantener su influencia en un sistema internacional cada vez más inestable.

El rearme actual responde a diversos factores. La creciente tensión entre Estados Unidos, China y Rusia ha impulsado un aumento en los presupuestos de defensa. La Unión Europea, tradicionalmente dependiente de la seguridad estadounidense, ha fortalecido sus capacidades militares con inversiones que alcanzan los 800.000 millones de euros. Estas incluyen la compra conjunta de armamento y el refuerzo de su industria militar, priorizando la producción interna y la cooperación con Ucrania. Europa enfrenta el dilema de aumentar su autonomía estratégica o seguir dependiendo de la OTAN y EE.UU., una decisión clave en el nuevo equilibrio global.

La naturaleza de la guerra también ha cambiado. Aunque los enfrentamientos entre Estados han disminuido, los conflictos internos, regionales y de carácter híbrido han ganado protagonismo. La participación de actores no estatales y el uso de tácticas irregulares, como la guerra de guerrillas y los ataques terroristas, son rasgos distintivos de los conflictos actuales. Las empresas militares privadas han adquirido un papel clave, permitiendo a los Estados proyectar poder sin involucrarse directamente en combates. Sin embargo, su falta de regulación y supervisión ha generado preocupaciones éticas, ya que muchas de estas compañías han sido vinculadas a violaciones de derechos humanos y crímenes de guerra.

La tecnología ha redefinido el campo de batalla. La inteligencia artificial, los drones y la ciberseguridad han transformado las estrategias militares, permitiendo operaciones más precisas y letales con menor participación humana. La guerra cibernética permite debilitar a los oponentes sin recurrir a la violencia física, como lo demuestran el sabotaje del programa nuclear iraní con el virus Stuxnet o los ataques rusos a la infraestructura digital de Ucrania. Además, la militarización del espacio con programas como la Fuerza Espacial de EE.UU. expande el alcance de los conflictos contemporáneos. Los satélites juegan un papel crucial en la inteligencia militar, el espionaje y la navegación de misiles, convirtiéndose en objetivos potenciales en futuras confrontaciones.

La desinformación y la manipulación de la opinión pública también se han convertido en armas clave en la guerra moderna. Las redes sociales y plataformas digitales permiten influir en sociedades enteras, justificar intervenciones militares y debilitar democracias desde dentro. Las campañas de desinformación buscan polarizar a la población, erosionar la confianza en las instituciones y generar caos político, facilitando la intervención de potencias extranjeras sin necesidad de una guerra convencional. La guerra del siglo XXI no solo se libra con armas, sino también con narrativas diseñadas para moldear la percepción de la realidad y legitimar acciones políticas.

El rearme también está vinculado a la competencia por recursos estratégicos. La seguridad energética, el acceso a minerales esenciales para la fabricación de tecnología avanzada y el control de rutas comerciales influyen directamente en las estrategias militares y geopolíticas. La guerra económica, a través de sanciones, embargos y manipulación de mercados, se ha convertido en una herramienta clave para debilitar a los rivales sin recurrir a la fuerza. Un ejemplo claro es la disputa por los semiconductores, donde EE.UU. ha impuesto restricciones a China para frenar su acceso a tecnología avanzada, mientras China busca desarrollar su propia industria para reducir su dependencia de Occidente.

En este escenario de multipolaridad, la emergencia de China como superpotencia y su competencia con EE.UU. han desatado una nueva carrera armamentista, tanto en el ámbito militar tradicional como en el tecnológico y espacial. Europa enfrenta el reto de reforzar su seguridad sin perder independencia estratégica, mientras Rusia busca consolidar su influencia mediante el uso de la fuerza, la desinformación y la injerencia en conflictos regionales. Los conflictos del siglo XXI ya no solo se libran con armas y soldados, sino con sanciones, estrategias comerciales y disputas narrativas que buscan desestabilizar al adversario sin necesidad de una guerra abierta.

El futuro de la guerra y el rearme dependerá de la capacidad de los Estados para adaptarse a estas nuevas realidades. La seguridad internacional ya no se basa solo en ejércitos y arsenales, sino también en la gestión de información, tecnología y economía como instrumentos de poder. La guerra del siglo XXI ha roto las fronteras tradicionales, difuminando los límites entre paz y conflicto. La gran pregunta es si las potencias podrán gestionar estas tensiones sin que desemboquen en una confrontación directa. El destino del siglo XXI aún está por definirse, pero las decisiones que se tomen en los próximos años marcarán la estabilidad global y la posibilidad de evitar un conflicto catastrófico.

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